Campaña I Caminà amb Ells - Juniors Moviment Diocesà

La reacción de los apóstoles a este anuncio de Cristo acerca de su próxima pasión y muerte fue de indignación.
Por eso después de reprocharles, el Señor tomó a Pedro, Santiago y Juan “aparte a un monte Alto”, de acuerdo a la
tradición del Monte de Tabor y se transfi guró delante de ellos.
La transfi guración de Jesús revela que Dios “habita” en el Mesías y se manifi esta por él, hombre de carne y huesos.
No hay dudas de que la transfi guración de Cristo sucedió en el tiempo de la Fiesta de las Tiendas. Los apóstoles
durante la Transfi guración se dieron cuenta que en Cristo verdaderamente “habita corporalmente toda la plenitud
de la Divinidad”, que “agradó al Padre que en él habitase toda plenitud” (Colosenses 1,19; 2,9). Jesús les permite
ver todo esto antes de la crucifi xión, a fi n de que ellos sepan quién es el que sufrirá por ellos y qué es lo que Él, que
es Dios, ha preparado para aquellos que le aman. Esto es lo que la Iglesia celebra en la fi esta de la Transfi guración.
En la Transfi guración además de la gloria de Dios que es revelada en todo su esplendor en el rostro de Cristo el Salvador;
la presencia de Moisés y Elías es de gran importancia para la comprensión de este acontecimiento. Moisés
y Elías no son solamente las más grandes fi guras del Antiguo Testamento quienes vienen ahora para adorar al Hijo
de Dios en gloria, ni tampoco son meramente dos de los varones santos a quienes Dios se reveló en las teofanías
prefi gurativas de la Antigua Alianza de Israel. Estas dos fi guras en verdad representan el Antiguo Testamento mismo:
Moisés representa a la Ley y Elías a los Profetas, donde Cristo es el cumplimiento de la Ley y de los Profetas
(Mateo 5,17).
Ellos también representan a los vivos y a los muertos, pues Moisés falleció y Elías fue llevado al cielo vivo para
nuevamente anunciar el tiempo de la salvación de Dios en Jesús.
Entonces, apareciendo junto a Jesús en el Monte de la Transfi guración, Moisés y Elías confi rman que el Mesías-
Salvador está aquí, y que Él es el Hijo de Dios de quien el Padre mismo da testimonio, el Señor de la Creación, del
Antiguo y del Nuevo Testamento, de los vivos y de los muertos.
Los discípulos en la cima del monte Tabor contemplaron la gloria. Allí se mostró “en la claridad soberana que quiso
fuese visible para estos tres hombres, refl ejando lo espiritual de una manera adecuada a la naturaleza humana.
Pues, rodeados todavía de la carne mortal, era imposible que pudieran ver ni contemplar aquella inefable e inaccesible
visión de la misma divinidad, que está reservada en la vida eterna para los limpios de corazón” (San León
Magno, Homilía sobre la transfi guración).
La Transfi guración de Cristo en sí es el cumplimiento de todas las teofanías y manifestaciones de Dios, una consumación
perfeccionada y completada en la persona de Jesucristo. La Transfi guración nos revela nuestro propio
destino como cristianos, el destino fi nal de todos los seres humanos y de la creación entera, el de la transformación
radical del ser y su glorifi cación por el majestuoso esplendor de Dios.
La contemplación de la Transfi guración consolida en nosotros también nuestra fe como lo hizo en los discípulos.
Es la esperanza de que no toda nuestra vida queda en el sufrimiento sino que el ejemplo de Cristo nos anima a ver
el triunfo aún en las adversidades. Superamos el sufrimiento por la alegría de sabernos hijos de Dios.
Ver a Jesús no es anestesia u olvido, sino esperanza y fe. Enfrentamos la vida y sus crisis con ánimo. Es la oración lo
que nos transforma, confi rma y da sentido en la vida.
En resumen: ¿qué nos enseña este acontecimiento?
- Nos enseña a seguir adelante aquí en la tierra aunque tengamos que sufrir, con la esperanza de que Él nos espera
con su gloria en el Cielo y que vale la pena cualquier sufrimiento por alcanzarlo.
- A entender que el sufrimiento, cuando se ofrece a Dios, se convierte en sacrifi cio y así, éste tiene el poder de salvar
a las almas. Jesús sufrió y así se desprendió de su vida para salvarnos a todos los hombres. A valorar la oración,
ya que Jesús constantemente oraba con el Padre.
- A entender que el Cielo es algo que hay que ganar con los detalles de la vida de todos los días.
- A vivir el mandamiento que Él nos dejó: “Amaos los unos a los otros como Yo os he amado”.
Habrá un juicio fi nal que se basará en el amor, es decir, en cuánto hayamos amado o dejado de amar a los demás.
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