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CRECER ENTRE AFECTOS Y LIBROS 101
términos de cantidad, sino también en la calidad de los textos a los que se
acerquen y —esto es lo más importante— en cuanto a lo que sean capaces
de sentir, inferir o aprender a partir de ellos.
Obviaremos la discusión sobre las competencias afirmando que el fomento
de la lectura debe ser entendido como un compromiso social, y como tal
ser asumido de forma conjunta por las instituciones y personas que, en diferente
medida, están involucrados en proyectos de promoción cultural o en
acciones educativas, si bien su articulación corresponde de forma prioritaria a
aquellas que cuentan con mayores capacidades para acometerlo. Entre éstas se
incluyen:
– La escuela, responsable de la enseñanza de destrezas de decodificación, comprensión
e interpretación necesarias para el desarrollo de los hábitos lectores,
y que debe asumir también el papel de promotor de la lectura como
actividad lúdica y formativa, y ser prescriptor de libros de calidad.
– La familia, que cuenta con unas posibilidades únicas para contribuir a ese
proceso: nadie como los padres y adultos significativos que rodean a los
niños para crear ambientes favorables y poner en contacto a los niños con
la cultura, y en concreto con la lectura, desde edades muy tempranas.
– Y por supuesto la biblioteca, que debe ofrecerse como un espacio de ocio
y un lugar de encuentro con la lectura, y que dispone de medios adecuados
para formar a sus usuarios en una lectura crítica y selectiva.
La labor principal que desarrollan estos espacios puede ser complementada
por el papel activo que aportan otros como la librería, que constituye el
mejor escaparate de la producción editorial y puede ofrecer también actividades,
además de orientación y recomendaciones.
Centrando las consideraciones en la familia, es obvio que ésta se encuentra
en una situación privilegiada a la hora de contribuir al proceso de la educación
lectora, hecho especialmente evidente en el caso de hogares con bebés
o niños pequeños.
Es así porque, por un lado, los padres son capaces de interpretar las reacciones
de sus hijos ante situaciones o estímulos diversos y pueden entender lo
que les pasa en cualquier momento; ello les permite conocer y atender de
forma más directa e individualizada sus necesidades. En el contexto de la lectura,
esto se traduce en una singular capacidad para relacionar lo que hay en
los libros y las historias con lo que el niño conoce, con lo que le gusta, con
lo que le satisface y necesita, o para descubrirle a través de ellas otros aspectos
del mundo que le rodea.
Por otro, dada la tendencia natural de los niños a imitar a sus mayores, la
familia (padres y hermanos) constituye para ellos —sobre todo en sus primeros
años de vida— un referente para la adquisición de hábitos y comportamientos.