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SI UNA MAÑANA DE VERANO UN AUTOR 41
No hay libro de historia, tratado o ensayo que nos pueda enseñar más
cosas sobre el alma humana. No hay televisión que pueda descifrarla mejor.
Ni siquiera cuando las imágenes de los informativos son fuertes y conmovedoras.
Algunas veces, las imágenes, junto con la música, pueden transmitir
emociones. Pero la literatura es otra cosa. Posiblemente nadie lo sabe tan bien
como Stevenson, que hace huir a Silver ayudado por Ben Gun, quien sentía
hacia Silver auténtica reverencia, cuando no terror:
...había hecho la vista gorda mientras el otro huía en un bote, pocas horas antes,
y ahora nos aseguraba que lo había hecho para salvarnos la vida, que sin duda
estaba en peligro mientras «el hombre con una sola pierna permaneciera a bordo».
Pero eso no era todo. El cocinero no se había ido con las manos vacías. Había
abierto un boquete en un mamparo sin que nadie lo viera y se había llevado
uno de los sacos de monedas, por valor de trescientas o cuatrocientas guineas,
para costearse sus siguientes aventuras.
Silver desaparece con una parte del botín, aunque pequeña. No se volverá
a saber nada de él: «De Silver nunca más se supo. Aquel formidable
marinero con una sola pierna desapareció por fin completamente de mi vida»,
dice Jim. Estamos en la última página del libro, la página que anula completamente
el tópico que pende desde siempre sobre este libro. Gracias a Dios,
la aventura de Jim ha terminado. Y él lo sabe. Es consciente también de haber
crecido. Pagando un alto precio. Esa isla, que todos imaginaban como un lugar
de ensueño, queda lejos. Y Jim no tiene dudas:
Ni atado a un carro de bueyes volvería yo a aquella maldita isla; en las
peores pesadillas que padezco siempre oigo el oleaje batiendo contra sus costas
o me despierto sobresaltado con el agudo grito de Capitán Flint perforándome
el tímpano: «Doblones de a ocho! ¡Doblones de a ocho!».
El capitan Flint que dice «Doblones de a ocho» es el papagayo de Silver.
Y los Doblones de a ocho son monedas de oro que se contaban después
de los sangrientos abordajes. El papagayo de Silver repetía constantemente
estas palabras. Pero concentrémonos en otras palabras, las de Jim. Ese «Ni
atado a un carro de bueyes». Ese «maldita isla». La expresión «las peores
pesadillas», ese «me despierto sobresaltado». La última frase de la novela es
muy significativa. No deja lugar a equívocos. La aventura de Jim ha terminado,
para siempre. Su vida volverá a la normalidad. Como la de todos los
demás. Habrá superado la infancia, como si se tratara de una enfermedad de
la que, antes o después, uno se cura. Y quizá no se haya dado ni cuenta de
lo importante que ha sido para él aprender a vivir en la isla del tesoro. Jim
y sus amigos se han salvado gracias, entre otras cosas, a su impulsividad. El
chico se da cuenta, lo percibe, habla de «ideas locas que han contribuido a
salvarles la vida». A Jim le vendrán a la cabeza muchas ideas locas. Y ha