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LECTURA DEL HOGAR COMO CRIADERO DE LECTORES 23
Pero si bien el aprendizaje lector era exigido por los pastores, sin embargo
donde realmente se aprendía a leer era sobre todo en las casas familiares,
mucho más que en las parroquias. De ahí que podamos entenderlo como un
proceso de contagio basado en el canal de comunicación que vinculaba ambos
espacios: la dispersa red de parroquias como nudos focales cuya influencia se
irradiaba hacia la mucho más poblada red de familias. Al parecer, en el caso
de las áreas de influencia calvinista, sobre todo en Escocia, el principal canal de
contagio fue la parroquia, donde se congregaba la comunidad local bajo el
liderazgo presbiteral de los pastores: los profetas que imponían el deber religioso
de aprender a leer. Pero en las áreas de influencia luterana, donde la
alfabetización se extendió de modo más rápido e intenso, el canal prioritario
de contagio lector fue la casa doméstica bajo la dirección espiritual de los
progenitores: ese papel lo desempeñó el padre en Alemania, mientras que fue
la madre la que lo representó en Suecia, país éste donde las tasas de alfabetización
femenina llegaron a superar a veces a las tasas masculinas 6 .
«El dogma luterano» —prosigue Todd— «señala más a la familia que al
sacerdote como agente de transmisión del saber religioso». Los seis puntos
fundamentales del Catecismo de Lutero de 1529 están expuestos —según sus
propias palabras— «tal como un padre de familia debe presentarlos y enseñarlos
con simplicidad a sus hijos». Y el que la enseñanza religiosa se centre
en la familia más que en la parroquia determina que, «cuando la alfabetización
entra en una familia, permanece en ella, transmitida religiosamente con
el resto del patrimonio, material y moral». Así es como la capacidad de leer
se hereda de padres a hijos, verticalmente transmitida a través de esa red o
canal de comunicación que forman los linajes de descendencia familiar 7 .
Lo cual nos permite concluir que, a diferencia de la posterior revolución
de la lectura del siglo XVIII, que fue una epidemia de transmisión horizontal
o intrageneracional —contagiada a través de las redes de coetáneos que formaban
jóvenes y mujeres—, esta otra primera eclosión de la lectura en el siglo
XVII se produjo como una epidemia de transmisión vertical o intergeneracional,
contagiada de padres a hijos por línea directa de descendencia a través
del canal de comunicación que forma el espacio doméstico de la casa familiar.
Sólo después, ya en los siglos XIX y XX, aparecería una nueva red de
transmisión vertical de la lectura basada en la escuela pública como espacio
o canal de comunicación, que pasaría a expropiar a la familia su antigua responsabilidad
sobre la transmisión por contagio del hábito lector.
6 Emmanuel TODD, op. cit., página 147.
7 Ibidem.