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SI UNA MAÑANA DE VERANO UN AUTOR 35
Primero fui con England y luego con Flint, y ahí se acaba la historia. Y
ahora aquí estoy, por mi cuenta, como si dijéramos. Pude ahorrar novecientos de
lo que saqué con England, y doscientos de lo de Flint. No está mal para un
marinero raso, y a buen recaudo lo tengo en el banco. Que lo importante, entérate
bien, no es ganarlo, sino ahorrarlo.
¿Donde están los grandes piratas como Perro Negro? ¿Y aquellas nieblas
inglesas? ¿Y aquellos terribles improperios de Pew? Silenciados por los cascos
de los caballos. ¿Y cómo ha podido desvanecerse así la advertencia del
capitán: «guárdate del marinero con una sola pierna»? ¿Y las pesadillas de
Jim, que se lo imaginaba como un monstruo, con una pierna que le salía del
centro del cuerpo? ¿Quién es este Silver que nos dice que lo importante es
ahorrar? ¿Pero no quedamos en que era un pirata de Flint, el más temido de
todos los mares? Los mundos adultos son crueles y monótonos. El mal es
estúpido. Por naturaleza. Los grandes criminales, los grandes estafadores, se
hacen grandes sólo si tienen un fondo de mediocre control, una mediocre capacidad
para llevar la contabilidad de la vida. La isla del Tesoro es un libro
importante porque enseña que la aventura no es otra cosa que un rito de paso,
que las aventuras de la vida no sirven para descubrir nada nuevo, no pertenecen
a lo fantástico, al sueño; sirven para crecer, al precio que sea. A Jim
le cuesta muy caro. Conocerá la muerte, la crueldad, la traición. Tendrá que
hacer frente a su propia indecisión, a los complejos de culpa. Y lo más importante
de todo, se verá confrontado a la falsedad, a la ambigüedad. Sabrá que
todo pende de un hilo, pero que —y esto es algo que muchos prefieren no
decir— se trata de un hilo que no maneja nadie, de un hilo que se encuentra
a expensas del azar.
Cuando Jim llega a la isla, la impresión es fuerte. Es un momento de
gran felicidad, parece haber alcanzado la meta, pero:
De repente se oyó cierto alboroto por entre los juncos [...]. Supuse inmediatamente
que algunos de mis compañeros de a bordo estarían cerca de la
ciénaga. Y no me equivoqué, pues al momento oí los distantes y apagados
tonos de una voz humana [...]. Se oyó las respuesta de otra voz; a continuación
la primera, que identifiqué como la de Silver...
Es Silver, que está intentando convencer a uno de los pocos marineros
honrados. Le exhorta. Le advierte: ya está todo decidido y de nada servirá
oponer resistencia. Pero Tom, que así se llama el marinero, no cede a las
lisonjas y Silver lo matará, golpeándole con la muleta por la espalda. No sin
antes haberlo mirado «con los ojos que parecían cabezas de alfiler en su ancho
rostro, brillando como si fueran cachitos de cristal».
Es la mirada del odio. Jim no puede resistirlo:
No sé exactamente lo que significa desmayarse; lo que sí sé es que, durante
unos instantes, todo lo que tenía a mi alrededor se desvaneció, como absorbido por