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36 ROBERTO COTRONEO
un torbellino de niebla; Silver y los pájaros, y la encumbrada cima del Catalejo,
todo me daba vueltas y se tambaleaba ante mis ojos [...]. Todo lo demás
estaba como antes, el sol resplandecía inmisericorde sobre la humeante ciénaga
y sobre el alto picacho del monte, y me costó trabajo convencerme de que se
había cometido aquel crimen.
A menudo me he parado a pensar en esta página. He leído La isla del
Tesoro una docena de veces y a edades diversas. Y esa expresión, esos ojos
como cabezas de alfiler, nunca la he olvidado. Yo, de niño, intuía que la violencia
tendría esa cara. Y comprendí que lo más chocante es que, después,
todo sigue igual, el sol sigue brillando de la misma manera. Todo pasa, incluso
los crímenes. Y los acontecimientos más dramáticos pasan, como pasa todo
lo que forma parte de la normalidad. ¿Y entonces qué? Pues que esta violencia
los chicos y chicas la verán a menudo, demasiado a menudo. La verán
en la televisión, aunque no nos guste. La verán haciendo zapping, con el mando
a distancia. Pero no será lo mismo. La fantasía no será el elemento primordial,
no imaginarán nada más allá que lo que ven. La isla Del Tesoro ha sido
llevada al cine en muchas ocasiones. Y estas películas las han dado en televisión
muchas veces. Recuerdo algunas de ellas. Recuerdo a Silver, rubio y
ágil con su muleta, y a Jim, vivaz y aventurero, y al doctor Livesy, lleno de
autoridad, sereno y muy determinado. Todo coincidía, en gran parte, con lo
que había imaginado. Pero luego algo fallaba. En las novelas se sienten los
olores. En las películas, no.
Volvamos a Jim. Se desmaya y se hace mayor. Él y los demás. Y él antes
incluso que los otros. No habían faltado los elogios a John Silver. De todos
ellos, era el único hombre honrado y de fiar. Nadie habría podido poner en
duda su disponibilidad. Y John se dirige a Jim con cortesía y maneras afables.
Siempre tiene para todos una palabra amable y respetuosa. Es de una
astucia y oportunismo extraordinarios. Stevenson tiene una gran capacidad para
cambiar de registro de forma inesperada. En poquísimo tiempo, lo transforma
en un monstruo. Primero nos lo descubre, nos hace participes de sus gestas,
pero nos cuenta sus fechorías con una asepsia encomiable, con un cinismo que
esconde el horror. Sólo cuando se destapan las cartas, cuando se desciende del
barco a la isla, en el verdadero escenario de la novela, el cuchillo de Silver
se vuelve afilado y cortante, al igual que sus ojos.
La isla se convierte en teatro. En escena necesaria. Todo sucede en ese
lugar donde reina la malaria, de montañas abruptas, de ciénagas putrefactas.
A Jim le da tiempo de deambular por la isla sólo algunos minutos. Después
acaece la primera de las múltiples tragedias. A pesar de todo, el espíritu de
aventura de Jim, su inconsciencia, servirá para salvar la vida de sus compañeros,
de los pocos honrados, de los pocos que no formaban parte de la flota
del terrible Flint. Con todo, a Jim le quedará la amargura de lo inacabado,