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102 TERESA CORCHETE Y SARA IGLESIAS
La dedicación y el ejemplo de los padres tienen una influencia decisiva en
múltiples aspectos de su proceso de educación y socialización; en lo referido
a los libros, la contribución de los progenitores al desarrollo de los hábitos
lectores pasa por asumir un papel activo, contando cuentos, leyendo en voz
alta y actuando, en definitiva, como modelos lectores para sus hijos.
Hablando en términos de mediador (padre o madre) y lector (hijo o hija),
en ningún otro contexto como en el hogar se da una relación tan intensa y
especial —es un ambiente marcado por lo afectivo— y continuada —va ligada
a la convivencia diaria—. Los libros son un excelente canal para enriquecer
la comunicación entre el adulto y el niño, y alrededor de ellos se crean
situaciones de relación padres-hijos entrañables y cargadas de cariño. Pero es
que, además, el hecho de que los momentos de la lectura en casa estén exentos
de obligaciones o exigencias, de que constituyan un motivo de entretenimiento
y disfrute, crea en el niño una predisposición natural y positiva hacia
el acto de leer, que puede perdurar en etapas posteriores de su vida.
El contacto casi permanente de los padres con sus hijos, el conocimiento
que tienen de ellos, así como la capacidad de influenciarlos, los convierte,
por lo tanto, en mediadores ideales. La eficacia y el atractivo de las acciones
que realizan para crear y potenciar en sus niños el gusto por los libros se
incrementa cuando entienden la importancia de dedicarles tiempo y de llevarlas
a cabo con regularidad (la constancia es imprescindible para crear y consolidar
cualquier afición) y cuando las contemplan como una responsabilidad,
que se asume además con entusiasmo y con el convencimiento de que su utilidad
va más allá de proporcionar simples ratos de ocio.
Hoy por hoy, dentro como estamos de una sociedad en la que se vive a
un ritmo vertiginoso, en el que las prioridades educativas quedan a menudo
relegadas, puede parecer improbable que el escenario estándar del núcleo familiar
se asemeje mucho a lo descrito en el párrafo anterior, con adultos que
cuentan con el tiempo, la intención y las capacidades necesarias para emprender
y mantener la tarea de ayudar a sus hijos a ser buenos lectores. Sin embargo,
lo cierto es que cada vez hay más padres deseosos de participar activamente
en la educación de sus niños y que se muestran seriamente interesados en
inculcarles el hábito de la lectura. Pero es una labor en la que tienen dudas
sobre cómo actuar y desconocen qué recursos deben utilizar, y que difícilmente
pueden afrontar solos.
Obligadamente, aludiendo al compromiso social antes referido, entran aquí
en juego los agentes educativos y culturales más relacionados con el ámbito que
nos ocupa, que deben facilitar los medios y las estrategias necesarias para suplir
esas carencias; entre ellos, las bibliotecas públicas (también las escolares) tiene
un papel preeminente, que pueden desempeñar apoyándose —y reforzando a su