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DE BEBÉS, CEREBROS, FAMILIAS, LBROS Y OTRAS MARAVILLAS... 81
ciegos, o qué avería en las cañerías internas puede llevar a un pacífico músico
a confundir a su mujer con un sombrero y tratar de ponérsela sobre la
cabeza 4 . En unos años será conocido el entero ADN del cerebro, para alivio
de las ratas blancas y desasosiego de los humanos. (No me resisto a transcribirles
esta noticia de agencia: «La empresa japonesa Cyberdyne presentó
ayer en Tokio un traje robótico que permitirá recuperar el movimiento a ancianos
y personas con parálisis. Pesa entre 15 y 24 kilos y ha conseguido conectar
gracias a sensores bioeléctricos el cerebro y los músculos con menos de
un segundo de retraso», El País. 15 de mayo de 2008).
Oír voces, ver imágenes y movimientos, repetir incansablemente sonidos
y sílabas, mover las extremidades, escuchar la voz que cuenta cuentos en el
filo de la luz y la oscuridad, leer narraciones, bailar o admirar a PocoYo, estimula
también —además de lo obvio— un generoso repertorio sinfónico de
impulsos eléctricos que hacen hervir esa sopa química que bulle en el cerebro,
como el caldero humeante de la bruja piruja, muscula la inteligencia y
afina la sensibilidad si no se abusa de ellos. Explicado sumariamente, un investigador
británico ha estudiado los impulsos y conexiones neuronales que provoca
en el cerebro de un bebé de seis meses la asociación de la imagen y la
palabra «vaca»: en un punto exacto de una región concreta del continente cerebral,
se enciende intermitentemente una luz (indicador de localización) hasta
que, con la repetición, se estabiliza. Pero si se añade el verbo «corre» se crea
un desconcierto de chispazos eléctricos que debe ser reiteradamente ensayado
hasta ser «comprendido». El sujeto (vaca) se integra conceptualmente en el
laberinto lógico de la gramática y entra en movimiento, acción: verbo. Asignar
un alegre Muuuu-Muuuu a esa cosa que suena «vaca» es un espectacular
milagro semántico: el cabezón ha logrado captar el sentido del juego: ama a
la vaca, a la voz que le cuenta, comprende de qué va el juego ese… y sonríe.
La familia también se alegra y empieza una interminable historia de amor
y aprendizaje. Pero el bebé quiere seguridades al respecto: un muuu no es un
run-run, una vaca no es un coche; y se lo hará repetir mil veces exactamente
igual. La conexión debe quedar atada y bien atada. Luego vendrá el lobo
y la caperucita, el pirata Silbar o el grumete Ismael, el capitán Trueno o el
marino Ulises, las detalladas andanzas del señor Harold Bloom o de la sufrida
señora Bovary. Y la Biblia en verso.
Cada generación tiene su canon sentimental y académico. Cuando un niño
empieza una frase con un condicional o un pretérito imperfecto, es capaz de leer
y comprender un texto largo y con hipótesis, o se emociona íntimamente con el
final de «su libro», entonces es que ya está maduro (los años cronológicos son
4 SACKS, Oliver. El hombre que confundió a su mujer con un sombrero. Editorial Ariel.