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LECTURA DEL HOGAR COMO CRIADERO DE LECTORES 27 religión, pues en definitiva el amor sólo se entendía como vía de acceso al sacramento del matrimonio. Y lo mismo cabe decir de la lucha política y la emancipación meritocrática —emblemas asociados ambos al concepto de redención religiosa—, que fueron los grandes motores de atracción hacia el hábito lector en los siglos XIX y XX. Pero hoy ya no puede ser así en ningún sentido por indirecto que sea, pues la religiosidad ha desaparecido definitivamente de nuestro horizonte cultural. De ahí que ya no pueda ser usada para justificar la exigencia ética de la lectura. Tal como lo entendió Weber, la secularización implicó un desencantamiento del mundo, y en este sentido, para nuestros efectos, también un desencantamiento del hogar doméstico. La familia de Lutero habitaba una casa encantada por la búsqueda de la salvación religiosa cuyo sacerdote era el padre de familia y cuyo sacramento era el aprendizaje de la lectura en la Biblia. Una casa familiar que hoy ya está secularizada y por tanto desencantada, por lo que la fe religiosa ya no puede actuar como palanca inductora de la lectura familiar. Sin embargo, existe una alternativa al desencantamiento religioso, y es el reencantamiento ritual. Al fin y al cabo, la religión es una práctica ritual, y todo ritual tiene un remoto origen religioso. Por lo tanto, hay continuidad práctica entre religiosidad y ritualismo. Y aunque el hogar familiar ya no pueda sacralizar la lectura por medios religiosos, bien puede volver a hacerlo por medios rituales igualmente sacralizadores. La inducción familiar de la lectura debe abordarse de forma prioritariamente ritual, más que de manera formal. Para amar la lectura hay que entenderla como una actividad expresiva —o sea, ritualizada— en vez de instrumental. Por eso tuvo tanto éxito la epidemia de alfabetización luterana, pues entonces se trataba de practicar la lectura ritual en familia de las sagradas escrituras. Es verdad que ahora no podemos resucitar el ritual religioso a escala doméstica. Pero siempre podemos recurrir a cualesquiera otras actividades rituales no ya religiosas. Al fin y al cabo, los progenitores sólo pueden educar a sus hijos mediante el ejemplo moral que se transmite a través de las prácticas rituales. Así sucede, por ejemplo, cuando las madres van de tiendas con sus hijas o cuando los padres van al fútbol con sus hijos, pues es en esos contextos interactivos muy ritualizados donde se transmiten y contagian con la mayor eficacia tanto las virtudes como los vicios. Pues bien, se trata de recrear rituales de lectura y escritura en familia, que pongan en juego interacciones escenificadas en casa capaces de implicar a los hijos suscitando su máximo protagonismo lector. Y el mejor ejemplo es el teatro, la dramaturgia, el juego escénico, capaz de convertir por arte de magia el hogar doméstico en una casa encantada, habitada por el espíritu de la lectura. Frente al dogma obligatorio de que «la letra con sangre entra», hay que recrear el escenario del teatro de las letras que
28 ENRIQUE GIL CALVO hace del juego de la lectura un puro divertimento ritual. Un escenario donde al comienzo los progenitores son los actores que recitan predicando con su ejemplo de leer en voz alta —tal como se hacía en las familias luteranas del siglo XVII— mientras los hijos les miran admirados como espectadores devotos. Pero un escenario en el que pronto han de participar los hijos también, entrando en el juego escénico de la lectura interactiva para compartir con sus padres sus mismas experiencias lectoras y declamatorias. Convertir el juego de la lectura en una función de teatro: he ahí el mejor gancho estimulante capaz de contagiar a la infancia el ritual del hábito lector. Pero el escenario del hogar no puede quedarse aislado, al no ser el único canal de contagio posible. Por el contrario, ha de conectarse a los demás escenarios rituales donde se adquiere y transmite el hábito lector: la escuela, la biblioteca y la librería, pero también la pandilla de amigos —el grupo de pares— y la red de Internet —con sus múltiples páginas, foros y sites donde se contagian y propagan las epidemias lectoras—. En este sentido, para actuar como verdaderos criadores de lectores, los progenitores han de actuar representando el papel no sólo de profetas precursores —como aquellos primitivos sacerdotes familiares ordenados por Lutero— sino también de conectores intermediarios, capaces de enganchar al hogar familiar con los demás escenarios rituales donde se practica la lectura, enganchando a sus hijos con los demás lectores potenciales que los habitan. Así crearán una auténtica red de crianza multidimensional como si fuera un borgiano jardín de senderos que se bifurcan a partir de su origen centrado en el nudo lector del hogar familiar, una red de nudos múltiples en la que sus hijos podrán criarse como alevines de lectores, tras habérseles inoculado para siempre el contagioso virus del hábito lector: un virus que tiene más de vicio sagrado que de profana virtud secular.
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