Historia de las Creencias Religiosas 4
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466 Personas sagradas<br />
sus atributos se contaban una lanza, kamisa, y una pieza <strong>de</strong> hierro<br />
colado (mulima), «como un órgano <strong>de</strong> boca», usada para provocar<br />
la lluvia. Todo ello era herencia <strong>de</strong>l primer Kyungu. Sus co<strong>las</strong> <strong>de</strong><br />
cebra, engastadas en mangos <strong>de</strong> cuerno que contenían amuletos,<br />
eran agitadas durante los combates y mientras se recitaban <strong>las</strong><br />
plegarias a <strong>las</strong> sombras. También tenía un famoso tambor sobre el<br />
que se <strong>de</strong>rramaba la sangre <strong>de</strong> un niño.<br />
Pero la mayor parte <strong>de</strong> sus subditos le adoraba <strong>de</strong> lejos con<br />
temor y temblor. En Mban<strong>de</strong>, ningún individuo <strong>de</strong>l pueblo podía<br />
penetrar en el recinto sagrado, cuyo acceso sólo estaba autorizado<br />
a los nobles y, aun así, en contadas ocasiones. Cuando el Kyungu<br />
recorría el país, todos los hombres, excepto los muy viejos, huían<br />
<strong>de</strong> su proximidad. Incluso para hablar <strong>de</strong> sus viajes se usaban<br />
circunloquios que <strong>de</strong>notaban el miedo: «El país se mueve»; «la<br />
gran colina se mueve»; «el misterio se acerca». Era tabú mirarle,<br />
en el caso <strong>de</strong> los muy viejos que no abandonaban el lugar, y quienes<br />
entraban en el recinto sagrado tampoco podían dirigirse a él<br />
y saludarle <strong>de</strong>l modo acostumbrado. El saludo correcto al Kyungu<br />
consistía en postrarse en tierra y batir <strong>las</strong> palmas <strong>de</strong> <strong>las</strong> manos.<br />
También <strong>de</strong> <strong>las</strong> esposas <strong>de</strong>l Kyungu huían los hombres con<br />
terror, por temor a verse comprometidos y ser <strong>de</strong>speñados por el<br />
acantilado <strong>de</strong> Mban<strong>de</strong>. Todo esto contribuía a aumentar la atmósfera<br />
<strong>de</strong> terror que ro<strong>de</strong>aba el Kyungu y era al mismo tiempo una<br />
expresión <strong>de</strong>l mismo.<br />
M. Wilson, Communal Rituals of the Nyakyusa<br />
(Londres 1959) 40-46.<br />
212. LA MUERTE DE ORFEO<br />
Orfeo, hijo <strong>de</strong> Eagro y <strong>de</strong> Calíope, una <strong>de</strong> <strong>las</strong> musas, era rey <strong>de</strong> los<br />
macedonios y <strong>de</strong>l país <strong>de</strong> Odrisas. Era músico hábil, especialmente<br />
con la lira. Como los macedonios y los tracios son muy amantes<br />
<strong>de</strong> la música, su rey logró ganarse el favor <strong>de</strong> su pueblo. Su muerte<br />
ocurrió <strong>de</strong> este modo: fue <strong>de</strong>spedazado por <strong>las</strong> mujeres <strong>de</strong> Tracia<br />
y Macedonia por no haberles permitido tomar parte en sus ritos<br />
sagrados, o quizá también por algún otro pretexto, pues dicen que<br />
<strong>de</strong>spués <strong>de</strong> la <strong>de</strong>sgracia que había tenido con su mujer se convirtió<br />
en objeto <strong>de</strong> odio para todo este sexo. Sucedió que en <strong>de</strong>terminados<br />
días acostumbraba reunirse en Leibetra una hueste<br />
<strong>de</strong> tracios y macedonios armados, y todos entraban en cierto edificio<br />
espacioso y bien acomodado para la celebración <strong>de</strong> los ritos<br />
<strong>de</strong> iniciación. Todos los que entraban allí para tomar parte en los<br />
Empédocles es reputado inmortal 467<br />
ritos acostumbraban <strong>de</strong>jar sus armas en la puerta. Las mujeres<br />
estaban aguardando este momento, y, llenas <strong>de</strong> odio por el <strong>de</strong>saire<br />
<strong>de</strong> que habían sido objeto, se apo<strong>de</strong>raron <strong>de</strong> <strong>las</strong> armas, dieron<br />
muerte a los que trataron <strong>de</strong> dominar<strong>las</strong> y, <strong>de</strong>spedazando a Orfeo<br />
miembro por miembro, arrojaron sus restos dispersos al mar. No<br />
se impuso ninguna pena a <strong>las</strong> mujeres, y el país se vio afligido por<br />
tina peste. Buscando el alivio <strong>de</strong> sus males, los habitantes recibieron<br />
un oráculo en que se les <strong>de</strong>cía que, si lograban encontrar la<br />
cabeza <strong>de</strong> Orfeo y darle sepultura, tendrían <strong>de</strong>scanso por fin. Después<br />
<strong>de</strong> muchas dificulta<strong>de</strong>s, fue hallada por un pescador en la<br />
<strong>de</strong>sembocadura <strong>de</strong>l río Meles. Todavía cantaba y no había sufrido<br />
daño alguno en el mar ni los terribles cambios que los hados <strong>de</strong>l<br />
hombre hacen recaer sobre los cuerpos muertos. Aun <strong>de</strong>spués <strong>de</strong><br />
pasar tanto tiempo, estaba fresca y sangrante con la sangre <strong>de</strong> la<br />
vida. La tomaron, pues, y la enterraron bajo un gran túmulo, en<br />
torno al cual levantaron una barrera, que al principio se honró<br />
como santuario <strong>de</strong> un héroe, pero que más a<strong>de</strong>lante se convirtió<br />
en un templo, es <strong>de</strong>cir, que' se hicieron allí sacrificios y se rindieron<br />
todos los <strong>de</strong>más homenajes que suelen tributarse a los dioses.<br />
No se permite poner el pie en su interior a ninguna mujer.<br />
Cf. también n. os 147, 148-154.<br />
Konon, Fab. 45, en Kern, Teslt. 39 y 115.<br />
213. EMPÉDOCLES ES REPUTADO<br />
INMORTAL ENTRE LOS HOMBRES<br />
Amigos que vivís en la gran ciudad <strong>de</strong> la dorada Acragas, en torno<br />
a la ciuda<strong>de</strong>la, hombres atentos a <strong>las</strong> buenas obras, que ignoran<br />
la maldad, puertos <strong>de</strong> acogida respetuosa para los extranjeros,<br />
salud a todos vosotros. Yo estoy en medio <strong>de</strong> vosotros como un<br />
dios inmortal, ya no mortal, honrado como se me <strong>de</strong>be, coronado<br />
<strong>de</strong> guirnaldas y <strong>de</strong> ver<strong>de</strong>antes festones. Siempre que penetro en <strong>las</strong><br />
ciuda<strong>de</strong>s prósperas con mis seguidores, hombres y mujeres por<br />
igual, soy venerado. Me siguen en número incontable, y me preguntan<br />
dón<strong>de</strong> está el camino que <strong>de</strong>ben seguir; algunos buscan<br />
profecías, mientras que otros, heridos durante mucho tiempo por<br />
agudos dolores, suplican escuchar la palabra que cura toda c<strong>las</strong>e<br />
<strong>de</strong> enfermedad (Frag. 112).<br />
Pero finalmente aparecen entre los hombres sobre la tierra<br />
como profetas, poetas, médicos y príncipes. Y se alzan luego como<br />
dioses po<strong>de</strong>rosos en honor, compartiendo con los <strong>de</strong>más inmortales