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El soberano era el producto y todas <strong>las</strong> P se preocupaban obsesivamente de<br />
darle todo el apoyo a su rey.<br />
Ese fue la primer etapa <strong>del</strong> marketing, donde lo único relevante eran <strong>las</strong><br />
transacciones, y donde él éxito se medía exclusivamente cuando una venta<br />
se concretaba. En un mundo donde la oferta era aún muy inferior a la<br />
demanda, todo producto fabricado era sinónimo de producto vendido. Quizá<br />
aquel economista Jean Baptiste Say haya encontrado un gran argumento<br />
para sostener su débil teoría de que toda oferta genera su propia demanda.<br />
Quizá le hubiera servido para prolongarla, pero terminaría cayendo por su<br />
propio peso como tantas otras.<br />
En un mundo donde la oferta era muy inferior<br />
a la demanda, todo producto fabricado<br />
era sinónimo de producto vendido.<br />
Este primer paradigma que centraba al producto y a <strong>las</strong> transacciones cayó<br />
cuando exitosas empresas empezaron a darse cuenta que no podían<br />
sostener, ni una segunda vez, aquella primera gran venta exitosa. Vender<br />
una vez ya no alcanzaba. La oferta ya no era tan superior a la demanda. La<br />
competencia cada vez se hacía más feroz.<br />
El segundo paradigma empieza a sonar fuerte a fines de los 80, donde el<br />
paradigma tradicional estaba hecho añicos. En esta segunda etapa, que aún<br />
hoy predomina, el producto dejó su trono y se lo cedió al nuevo rey: el<br />
consumidor. Quizá esto nos resulte más familiar pero no siempre fue así,<br />
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