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No le mates ensenale - Karen Pryor

El arte de enseñar y adiestrar

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de ira bromeando sobre su pelo está siendo reforzado. Cuando finalmente estallas

contra un compañero de oficina que trata de hacerte la vida imposible, ha ganado.

Con frecuencia, reforzamos accidentalmente el comportamiento que deseamos

extinguir. El lloriqueo de los niños es un comportamiento enseñado por los padres.

Cualquier niño cansado, hambriento o incómodo lloriqueará, como un cachorro. Pero

el campeón mundial es el niño cuyos padres son maestros de autocontrol capaces de

soportar gran cantidad de sollozos antes de rendirse finalmente y decir «Muy bien, te

daré ese maldito helado de cucurucho; pero ahora ¿haces el favor de callarte?». Nos

olvidamos o no entendemos que el reforzamiento ocasional mantiene el

comportamiento, y variar el periodo de tiempo que transcurre entre refuerzo y

refuerzo hace que el comportamiento perdure en el tiempo.

En una ocasión estaba observando en el centro comercial Bloomingdale a una niña de

unos seis años que tenía paralizada a su madre, su abuela y a todo el departamento

con una exhibición virtuosa de llantos gritando: «Pero tú lo dijiste, lo prometiste; yo

no quiero…», etc. Por lo que yo pude intuir, la niña estaba cansada de las compras,

tal vez algo comprensible. O simplemente estaba cansada. Quería irse, y había

aprendido a conseguir lo que deseaba llorando, que tarde o temprano siempre era

reforzado.

¿Qué puedes hacer si por casualidad tienes que pasar una tarde con el niño de unos

amigos que no para de lloriquear? Yo hago lo siguiente: en el momento en que

comienza a protestar o quejarse en ese tono nasal acusador, le hago saber que eso no

funciona conmigo (esto normalmente le da algo en que pensar, ya que normalmente

lo consideran algo lógico o incluso algo muy persuasivo). Cuando intenta dejar de

lloriquear, rápidamente lo refuerzo con premios o un abrazo. Si el niño se olvida y

comienza a gimotear de nuevo, normalmente consigo parar el comportamiento

frunciendo las cejas o con una mirada severa. La verdad es que los llorones suelen ser

bastante inteligentes y son una compañía agradable e interesante cuando cesan su

juego y desaparece el llanto.

Uno de los problemas de trabajar con un comportamiento que se expresa verbalmente

es que nosotros los humanos tenemos un respeto excesivo por nuestro lenguaje. Las

palabras son casi mágicas. En una situación en que nos sentimos intimidados o nos

toman el pelo, o cuando el otro empieza a llorar, o más obvio: en una discusión

matrimonial, tendemos a tratar lo que se dice, no el comportamiento: «Pero tú

prometiste» evoca la respuesta «No, yo no prometí» o «Lo sé, pero mañana tengo que

ir a Chicago, así que no puedo hacerlo; ¿no lo puedes comprender?» una y otra vez.

Necesitamos diferenciar el comportamiento de lo que se dice. Cuando el marido y la

www.lectulandia.com - Página 114

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