No le mates ensenale - Karen Pryor
El arte de enseñar y adiestrar
El arte de enseñar y adiestrar
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quiere volver a
vivir en casa.
Adiestrar un comportamiento incompatible da resultados bastante aceptables para
corregir tu propio comportamiento, especialmente cuando trabajas con estados
emocionales —pena, aflicción, ansiedad, soledad—. Algunos comportamientos son
totalmente incompatibles con la autocompasión: bailar, cantar en un coro, o cualquier
actividad que requiera gran coordinación motora, incluso correr. No puedes
involucrarte en ellos y al mismo tiempo hundirte en la miseria. ¿Te sientes mal?
Prueba el método 5.
Método 6: Pon el comportamiento bajo control de una señal
Este es fenomenal. Da resultado en algunas circunstancias en que ningún otro método
es satisfactorio.
Es un axioma de la teoría del aprendizaje que cuando un comportamiento está bajo
control por el estímulo, esto es, cuando el organismo aprende a ofrecer el
comportamiento en respuesta a una señal y sólo a esta, dicho comportamiento tiende
a extinguirse en ausencia de la señal. Puedes utilizar esta ley natural para deshacerte
de todo tipo de acciones que no te gustan; simplemente pon el comportamiento bajo
control por el estímulo de una señal… y después nunca la realices. Utilicé por
primera vez este elegante método durante el entrenamiento de un delfín para que se
dejase poner un antifaz.
Queríamos hacer una demostración del sonar de los delfines, o ecolocalización, en el
espectáculo público de Sea Life Park. Yo pretendía entrenar un delfín mular llamado
Makua para que llevase una tira de caucho pegada por succión sobre sus ojos, y
después, temporalmente ciego, localizase y cobrase objetos bajo el agua utilizando su
sistema de ecolocalización. En nuestros días este ejercicio es parte del repertorio
estándar de los espectáculos de los oceanarios.
El antifaz no molestaba a Makua, pero tampoco le interesaba. Más tarde, cuando lo
vio en mis manos, se sumergió en el fondo de la piscina y se quedó allí. En ocasiones
era capaz de permanecer allí durante cinco minutos seguidos, moviendo su cola
suavemente y mirándome a través del agua como diciendo «¡Te gané!».
Valoré lo inútil que sería tratar de asustarlo o empujarlo para hacerlo subir a la
superficie, y lo absurdo de sobornarlo o engañarlo con comida. Por lo que un día,
cuando se fue al fondo en mi presencia, lo premié haciendo sonar el silbato y
lanzando un puñado de peces. Makua emitió una «burbuja de sorpresa», una burbuja
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