No le mates ensenale - Karen Pryor
El arte de enseñar y adiestrar
El arte de enseñar y adiestrar
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al tiempo que por la megafonía y en los letreros luminosos del estadio se anunciaban
sus nombres y todos los invitados aplaudían y animaban.
Asistí a un curso Wener Erhards, un programa con alusiones e insinuaciones, pero
descubrí que eso, desde el punto de vista del adiestramiento, era un modo ingenioso
de moldeado y reforzamiento. El programa se llamaba, de forma muy oportuna creo
yo, El Entrenamiento. Al líder se le llamaba el Entrenador. El objetivo del moldeado
era mejorar el conocimiento sobre uno mismo, y el principal reforzador no era la
respuesta del Entrenador sino la reacción no verbal de todo el grupo. Para desarrollar
la conducta del grupo como reforzador, se le pidió a los 250 asistentes que
aplaudiesen después de la intervención de cada uno de los participantes, les hubiese
gustado o no. De este modo desde el primer momento se animaba a los tímidos, se
premiaba a los atrevidos, y todas las contribuciones, ya fuesen intuitivas o
disparatadas, eran reconocidas por el grupo. Al principio los aplausos eran
simplemente respetuosos. Pronto pasaron a ser totalmente comunicativos y cargados
de significado, no de satisfacción como en el teatro, pero sí plenos de matices, de
sentimiento y aceptación. Por ejemplo, en mi clase de entrenamiento había, como
supongo que hay en todos estos grupos, un hombre al que le gustaba discutir y que
continuamente se posicionaba ante todo lo que decía el Entrenador. La tercera o
cuarta ocasión en que esto ocurrió, el Entrenador comenzó a entrar en la discusión.
En aquel momento, parecía obvio que el alumno tenía razón. Pero a medida que la
discusión se alargaba, a ninguno de los presentes en la sala le importaba ya quién
tenía la razón. Los 249 restantes tan solo queríamos que se callase y sentase. Las
reglas del juego, principios del moldeado, no permitían protestar o decirle que se
callase. Pero gradualmente el silencio aplastante del grupo despertó su atención. Nos
percatamos de que había entendido que no nos interesaba si tenía la razón o no. Tal
vez el estar en lo cierto no era lo único importante. Lentamente enmudeció y se sentó.
El grupo inmediatamente estalló en un intenso aplauso, cargado de simpatía y
comprensión al tiempo que de inmenso alivio, un poderoso reforzamiento positivo
que recibía el argumentador por su percepción.
Esta modalidad de entrenamiento, en el que los acontecimientos importantes son
conductuales y por tanto no verbales, es tremendamente difícil de explicar a una
persona de fuera del grupo. Erhards, a modo de maestro Zen, recurre para esto a los
aforismos. En el caso anterior de la disputa, diría: «Cuando estás en lo cierto, así es
como estás: en lo cierto». Eso es, no necesariamente amado u otra hermosa cosa
parecida: simplemente tienes razón. Si yo dijese ese aforismo en una fiesta cuando
alguien se muestra grandilocuente, otro graduado del curso se echaría a reír, y desde
luego, cualquier maestro de nuestros días se reiría, pero los otros oyentes podrían
pensar que yo era retrasada o que estaba borracha. La perspicacia de los buenos
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