No le mates ensenale - Karen Pryor
El arte de enseñar y adiestrar
El arte de enseñar y adiestrar
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conservar la práctica. La mayoría de los otros alumnos de la clase, veinte en total,
eran también diseñadores o artistas comerciales. El profesor asignaba trabajos
semanales para casa que muchos de los alumnos no se molestaban en hacer, por lo
que normalmente se pasaba diez minutos o más al comienzo de la clase quejándose
por los pocos ejercicios que le habían entregado. Cansada de tantas reprimendas,
Judy sugirió al profesor que premiase a los que habían entregado los trabajos en lugar
de acosar verbalmente a los que no los habían presentado. El profesor aceptó la
sugerencia, y pasó a reforzar públicamente con premios a los alumnos que entregaban
las tareas asignadas. A la tercera semana, el profesor no sólo tenía una clase más
alegre, sino que había aumentado el número de ejercicios entregados, pasando de un
tercio a casi tres cuartos.
Shannon, estudiante universitaria, fue de visita a casa de unos amigos y al llegar se
encontró la siguiente escena: cuatro adultos trataban de sujetar, sin éxito y con riesgo
para su integridad física, al Pastor Alemán de la casa para poder aplicarle la
medicación en una oreja infectada. Shannon, sin ser una amante de los perros pero
conocedora de la utilidad del reforzamiento positivo, buscó unos trozos de queso en
la nevera y en cinco minutos enseñó al perro a estarse quieto mientras le aplicaba la
medicina con una sola mano.
Una joven se casó y su marido resultó ser muy mandón y exigente. Y lo que era
todavía peor, el padre de él, que vivía con ellos, también daba órdenes a su nuera. Fue
la madre de la joven la que me contó esta historia. La primera vez que fue a visitarla
se quedó horrorizada por lo que estaba aguantando su hija. «No te preocupes mamá
—le dijo— espera y verás». La hija desarrolló una práctica en la cual respondía en
mínimos a las órdenes y comentarios bruscos, mientras que reforzaba con aprobación
y afecto cualquier intento de cualquiera de ellos por ser agradable o considerado. Un
año después consiguió transformarlos en personas «normales». Ahora la reciben con
una sonrisa cuando entra en casa y ambos se levantan para ayudarla con las compras.
Una muchacha que vivía en la ciudad y estudiaba octavo curso, disfrutaba llevando a
su perro a correr por el campo los fines de semana pero el perro a menudo se alejaba
y no respondía a la llamada, especialmente cuando llegaba el momento de volver a
casa. A la joven se le ocurrió hacer un gran alboroto cada vez que el perro se acercaba
a ella durante el paseo sin que lo llamase, premiándolo, acariciándolo, hablándole en
un tono agudo y alegre. Cuando llegó el momento de finalizar el paseo, el perro se
acercó a ella contento. Los alegres recibimientos previos aparentemente tuvieron más
fuerza como reforzadores, que la prolongación de su periodo de libertad. El perro en
lo sucesivo no volvió a dar problemas con su respuesta a la llamada durante los
paseos por el campo.
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