Radiguet,%20Raymond%20''Le%20diable%20au%20corps''-Xx-Fr-Sp

Radiguet’s L.Carriedo
immoral qu’elle se fit accompagner par
moi. Que ma réponse ne fût pas
orageuse, comme celle d’un amant
outragé, sa portée s’en accrut. Pour la
première fois, elle m’entendait
prononcer le mot de « morale ». Ce mot
vint à merveille, car, si peu méchante,
elle devait bien connaître des crises de
doute, comme moi, sur la moralité de
notre amour. Sans ce mot, elle eût pu me
croire amoral, étant fort bourgeoise,
malgré sa révolte contre les excellents
préjugés bourgeois. Mais, au contraire,
puisque, pour la première fois, je la
mettais en garde, c’était une preuve que
jusqu’alors je considérais que nous
n’avions rien fait de mal. Marthe
regrettait cette espèce de voyage de
noces scabreux. Elle comprenait,
maintenant, ce qu’il y avait
d’impossible.
– Du moins, dit-elle, permets-moi de ne
pas y aller.
Ce mot de « morale » prononcé à
la légère m’instituait son directeur de
conscience. J’en usai comme ces
despotes qui se grisent d’un pouvoir
nouveau. La puissance ne se montre
que si l’on en use avec injustice. Je
répondis donc que je ne voyais aucun
crime à ce qu’elle n’allât pas à
Bourges. Je lui trouvai des motifs qui
la persuadèrent : fatigue du voyage,
proche convalescence de Jacques. Ces
motifs l’innocentaient, sinon aux yeux
de Jacques, du moins vis-à-vis de sa
belle-famille. À force d’orienter
Marthe dans un sens qui me convenait,
je la façonnais peu à peu à mon image.
C’est de quoi je m’accusais, et de
détruire sciemment notre bonheur.
Qu’elle me ressemblât, et que ce fût
mon oeuvre, me ravissait et me fâchait.
J’y voyais une raison de notre entente.
J’y discernais aussi la cause de
désastres futurs. En effet, je lui avais
peu à peu communiqué mon
incertitude, qui, le jour des décisions,
l’empêcherait d’en prendre aucune. Je
la sentais comme moi les mains molles,
espérant que la mer épargnerait le
château de sable, tandis que les autres
enfants s’empressent de bâtir plus loin.
Il arrive que cette ressemblance morale
déborde sur le physique. Regard,
démarche : plusieurs fois, des
étrangers nous prirent pour frère et
soeur. C’est qu’il existe en nous des
germes de ressemblance que développe
l’amour. Un geste, une inflexion de
voix, tôt ou tard, trahissent les amants
les plus prudents.
Il faut admettre que si le coeur a ses
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sultaría que la acompañase yo a
Bourges. Al no ser borrascosa como
la de un amante ultrajado, mi contestación
surtió un mayor efecto. Por
primera vez me oía pronunciar la palabra
«moral». Aquella palabra fue
muy oportuna, porque, aun siendo tan
inocente, Marthe debía pasar igual que yo
por alguna crisis de duda acerca de la moralidad
de nuestra relación. Sin aquella
palabra hubiera podido juzgarme amoral,
pues a pesar de su rebeldía contra los excelentes
prejuicios burgueses, era muy
burguesa. Pero, al revés, el hecho de que
se lo advirtiera por primera vez, constituía
la prueba de que hasta entonces yo
consideraba que no habíamos hecho nada
malo. Marthe deploraba aquella especie
de viaje de novios escabroso.
Ahora comprendía lo imposible
que resultaba.
—Por lo menos —añadió— permíteme
que no vaya.
La palabra «moral» pronunciada tan a
la ligera me convertía en su director espiritual.
Me serví de ella como esos déspotas
que se embriagan con un poder recién adquirido.
El poder no se manifiesta más que
cuando se utiliza injustamente. Por lo tanto,
le dije que no me parecía ningún crimen
que no fuese a Bourges. Y hasta encontré
motivos que pudieran persuadirla: la fatiga
del viaje, el próximo restablecimiento de
Jacques. Esos motivos la justificaban, si no
a los ojos de Jacques, sí, al menos, de cara
a sus suegros.
A fuerza de conducir a Marthe por donde
me convenía, la iba moldeando poco a
poco a mi imagen. Me acusaba a mí mismo
por ello, y también de estar destruyendo
conscientemente nuestra felicidad. Que se
me pareciera, y que eso fuese obra mía, me
encantaba y me contrariaba a la vez. Veía
en ello una de las razones de nuestro entendimiento.
Pero también lo interpretaba
como la causa de futuros desastres. Efectivamente,
poco a poco le había ido contagiando
mi indecisión, de tal modo que, llegada
la hora de decidir, sería incapaz de
hacerlo. La veía, como a mí mismo, con las
manos caídas, esperando que el mar perdonase
a su castillo de arena, mientras que
los demás niños se apresuraban a construirlo
más lejos.
Suele ocurrir que este parecido moral
atañe también al físico. Mirada, andares:
varias veces, aquellos que no nos conocían
nos tomaron por hermanos. Y es que existen
en nosotros gérmenes de semejanza que
el amor desarrolla. Tarde o temprano, un
gesto, una inflexión de voz traicionan a los
amantes más prudentes.
Hay que admitir que si el corazón tiene