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La Biografia, Juan Mancera

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LA CAÍDA<br />

Tras el estal ido de entusiasmo que acompañó a su presentación, las ventas del Macintosh comenzaron a disminuir de<br />

forma dramática en la segunda mitad de 1984. El problema era muy básico. Se trataba de un ordenador deslumbrante pero<br />

horriblemente lento y de poca potencia, y no había ningún malabarismo o juego de manos que pudiera disfrazar aquel<br />

hecho. Su bel eza radicaba en que su interfaz de usuario parecía un soleado cuarto de juegos en lugar de una pantal a<br />

oscura y sombría con parpadeantes letras verdes y enfermizas y desabridas líneas de comandos. Sin embargo, aquel a<br />

también era su mayor debilidad. <strong>La</strong> aparición de un carácter en la pantal a de un ordenador basado en texto requería<br />

menos de un byte de código, mientras que cuando el Mac dibujaba una letra, píxel a píxel, con cualquier fuente elegante<br />

que quisieras, aquel o exigía una cantidad de memoria veinte o treinta veces superior. El Lisa lo arreglaba al ir equipado<br />

con más de 1.000 kilobytes de RAM, pero el Macintosh solo contaba con 128 kilobytes.<br />

Otro problema era la falta de un disco duro interno. Jobs había acusado a Joanna Hoffman de ser una «fanática de Xerox»<br />

cuando el a propuso que incluyeran ese<br />

dispositivo de almacenamiento. En vez de eso, el Macintosh solo contaba con una disquetera. Si querías copiar datos,<br />

podías acabar con una nueva variante del codo de tenista al tener que estar metiendo y sacando disquetes continuamente<br />

de una única ranura. Además, el Macintosh carecía de ventilador, otro ejemplo de la dogmática testarudez de Jobs. En su<br />

opinión, los ventiladores les restaban calma a los ordenadores. Esto provocó que muchos componentes fal aran y le valió al<br />

Macintosh el apodo de «la tostadora beis», lo que no servía precisamente para aumentar su popularidad. Era una máquina<br />

tan atractiva que se vendió bien durante los primeros meses, pero cuando la gente fue siendo más consciente de sus<br />

limitaciones, las ventas decayeron. Tal y como se lamentó posteriormente Hoffman, «el campo de distorsión de la realidad<br />

puede servir como acicate inicial, pero después te acabas encontrando con la cruda realidad».<br />

A finales de 1984, con las ventas del Lisa en valores casi nulos y las del Macintosh por debajo de 10.000 unidades al mes,<br />

Jobs tomó una decisión chapucera y nada típica en él, movido por la desesperación. Ordenó tomar todo el inventario de<br />

ordenadores Lisa que no se habían vendido, instalarle un programa que emulaba al Macintosh y venderlo como un<br />

producto nuevo, el «Macintosh XL». Como los ordenadores Lisa ya no se fabricaban y no iban a volverse a producir, este<br />

fue uno de los raros casos en los que Jobs sacó al mercado algo en lo que no creía. «Me puse furiosa porque el Mac XL no<br />

era real —comentó Hoffman—. Aquel o solo se hacía para que pudiéramos deshacernos de los Lisa sobrantes. Se<br />

vendieron bien, y después hubo que poner fin a todo aquel horrible engaño, así que presenté mi dimisión».<br />

Ese clima sombrío quedó de manifiesto en el anuncio creado en enero de 1985, que debía retomar el sentimiento anti-IBM<br />

de la campaña anterior sobre 1984. Desgraciadamente, había una diferencia fundamental: el primer anuncio había acabado<br />

con una nota heroica y optimista, pero el guión que Lee Clow y Jay Chiat presentaron para el nuevo anuncio, titulado<br />

«Lemmings», mostraba a unos ejecutivos con trajes negros y los ojos vendados que avanzaban por un acantilado hacia su<br />

muerte. Desde el primer momento, Jobs y Scul ey se sintieron incómodos con semejante campaña. No parecía que aquel o<br />

presentara una imagen positiva o gloriosa de Apple, sino que se limitaba a insultar a cualquier ejecutivo que hubiera<br />

comprado un IBM.<br />

Jobs y Scul ey pidieron que les enviaran otras ideas, pero la gente de la agencia publicitaria se resistió. «El año pasado no<br />

queríais que pusiéramos el anuncio de<br />

1984», les recordó uno de el os. Según Scul ey, Lee Clow añadió: «Me apuesto toda mi reputación en este anuncio».<br />

Cuando l egó la versión rodada —filmada por Tony Scott, hermano de Ridley—, el concepto parecía incluso peor. Los<br />

ejecutivos que se arrojaban de forma mecánica por el acantilado iban cantando una versión fúnebre de la canción de<br />

Blancanieves «Aibó, aibó...», y la lóbrega ambientación hacía que el resultado fuera todavía más deprimente de lo que<br />

podía esperarse del guión. Tras verlo, Debi Coleman le gritó a Jobs: «No me puedo creer que vayas a poner ese anuncio y<br />

a insultar a los empresarios de todo el país». En las reuniones de marketing, el a se quedaba de pie para dejar claro cuánto<br />

lo detestaba. «Llegué a depositar una carta de dimisión en su despacho. <strong>La</strong> escribí en mi Mac. Me parecía que aquel o era<br />

una afrenta a todos los ejecutivos de las empresas. Justo cuando estábamos comenzando a entrar en el mundo de la<br />

autoedición».<br />

No obstante, Jobs y Scul ey cedieron a las súplicas de la agencia y emitieron el anuncio durante la Super Bowl. Los dos<br />

acudieron juntos a ver el partido en el estadio de Stanford, con la esposa de Scul ey, Leezy (que no podía soportar a Jobs),<br />

y la briosa nueva novia de Jobs, Tina Redse. Cuando emitieron el anuncio hacia el final del último cuarto del partido, que<br />

estaba resultando aburridísimo, los aficionados lo vieron en la gran pantal a del estadio y no mostraron una gran reacción.<br />

Por todo el país, la respuesta fue en su mayor parte negativa. «El anuncio insultaba a las personas a las que Apple trataba<br />

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