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Markkula y aseguró que no pensaba abandonar Hewlett-Packard.<br />
Markkula se encogió de hombros y dijo que de acuerdo, pero Jobs se enfadó mucho. Llamó a Wozniak para tratar de<br />
engatusarlo. Le pidió a algunos amigos que intentaran convencerlo. Gritó, chil ó e incluso estal ó un par de veces. Llegó a ir<br />
a casa de los padres de Wozniak, rompió a l orar y pidió la ayuda de Jerry Wozniak. Para entonces, el padre de Woz se<br />
había dado cuenta de que apostar por el Apple II implicaba la posibilidad de ganar mucho dinero, y se unió a la causa de<br />
Jobs.<br />
«Comencé a recibir l amadas en casa y en el trabajo de mi padre, mi madre, mi hermano y varios amigos —afirmó<br />
Wozniak—. Todos el os me decían que había<br />
tomado la decisión equivocada». Nada de aquel o surtió efecto. Hasta que Al en Baum —su compañero del club Buck Fry<br />
en el instituto Homestead— lo l amó. «Sí que deberías lanzarte y hacerlo», le dijo. Agregó que si entraba a trabajar a<br />
tiempo completo en Apple no tendría que ascender a puestos de dirección ni dejar de ser un ingeniero. «Aquel o era<br />
exactamente lo que yo necesitaba oír —afirmó Wozniak—. Podía quedarme en la escala más baja del organigrama de la<br />
empresa, como ingeniero». Llamó a Jobs y le comunicó que ya estaba listo para embarcarse en el proyecto.<br />
El 3 de enero de 1977, se creó oficialmente la nueva corporación, Apple Computer Co., que procedió a absorber la antigua<br />
sociedad formada por Jobs y Wozniak<br />
nueve meses antes. Poca gente tomó nota de aquel o. Aquel mes, el Homebrew Club realizó una encuesta entre sus<br />
miembros y se vio que, de los 181 asistentes que poseían un ordenador personal, solo seis tenían un Apple. Jobs estaba<br />
convencido, no obstante, de que el Apple II cambiaría aquel a situación.<br />
Markkula se convirtió en una figura paterna para Jobs. Al igual que su padre adoptivo, estimulaba su gran fuerza de<br />
voluntad, y al igual que su padre biológico, acabó por abandonarlo. «Markkula representó para Steve una relación<br />
paternofilial tan fuerte como cualquier otra que este hubiera tenido», afirmó el inversor de capital riesgo Arthur Rock.<br />
Markkula comenzó a enseñarle a Jobs el mundo del marketing y las ventas. «Mike me tomó bajo su ala —dijo Jobs—. Sus<br />
valores eran muy similares a los míos. Siempre subrayaba que nunca se debía crear una empresa para hacerse rico. <strong>La</strong><br />
meta debía ser producir algo en lo que creyeras y crear una compañía duradera».<br />
Markkula escribió sus valores en un documento de una hoja, y lo tituló: «<strong>La</strong> filosofía de marketing de Apple», en el que se<br />
destacaban tres puntos. El primero era la empatía, una conexión íntima con los sentimientos del cliente. «Vamos a<br />
comprender sus necesidades mejor que ninguna otra compañía». El segundo era la concentración. «Para realizar un buen<br />
trabajo en aquel o que decidamos hacer, debemos descartar lo que resulte irrelevante». El tercer y último valor, pero no por<br />
el o menos importante, recibía el incómodo nombre de «atribución». Tenía que ver con cómo la gente se forma una opinión<br />
sobre una compañía o un producto basándose en las señales que estos emiten. «<strong>La</strong> gente sí que juzga un libro por su<br />
cubierta —escribió—. Puede que tengamos el mejor producto, la mayor calidad, el software más útil, etcétera; pero si le<br />
ofrecemos una presentación chapucera, la gente pensará que es una chapuza; si lo presentamos de forma creativa y<br />
profesional, le estaremos atribuyendo las cualidades deseadas».<br />
Durante el resto de su carrera, Jobs se preocupó, a veces de forma obsesiva, por el marketing y la imagen, e incluso por los<br />
detal es del empaquetado. «Cuando<br />
abres la caja de un iPhone o de un iPad, queremos que la experiencia táctil establezca la tónica de cómo vas a percibir el<br />
producto —declaró—. Mike me enseñó aquel o».<br />
REGIS MCKENNA<br />
Un primer paso en el proceso era convencer al principal publicista del val e, Regis McKenna, para que se incorporara a<br />
Apple. McKenna, que provenía de Pittsburgh, de una familia numerosa de clase trabajadora, tenía metida en los huesos<br />
una dureza fría como el acero, pero la disfrazaba con su encanto. Tras abandonar los estudios universitarios, había<br />
trabajado para compañias como Fairchild y National Semiconductor antes de crear su propia empresa de relaciones<br />
públicas y publicidad. Sus dos especialidades eran organizar entrevistas exclusivas entre sus clientes y periodistas de su<br />
confianza, y diseñar memorables campañas publicitarias que sirvieran para crear imagen de marca con productos como los<br />
microchips. Una de aquel as campañas consistía en una serie de coloridos anuncios de prensa para Intel en los que<br />
aparecían coches de carreras y fichas de póker, en lugar de los habituales e insulsos gráficos de rendimiento. Aquel os<br />
anuncios l amaron la atención de Jobs. Telefoneó a Intel y les preguntó quién los había creado. «Regis McKenna», le<br />
dijeron. «Yo les pregunté qué era un Regis McKenna —comentó Jobs—, y me dijeron que era una persona». Cuando Jobs<br />
lo l amó, no logró ponerse en contacto con McKenna. En vez de eso lo pasaron con Frank Burge, un director de<br />
contabilidad, que trató de deshacerse de él. Jobs siguió l amando casi a diario.<br />
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