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para mis creativos: “Lo sabré cuando lo vea”». Vincent se enfadó tanto que estampó el puño contra la pared de la casa que<br />
había alquilado y dejó una gran marca en el a. Cuando por fin salió y se reunió con su familia, que lo esperaba junto a la<br />
piscina, todos lo miraron nerviosos. «¿Estás bien?», preguntó finalmente su esposa. Vincent y su equipo tardaron dos<br />
semanas en crear distintas opciones nuevas, y él les pidió que las presentaran en casa de Jobs en lugar de en su<br />
despacho, con la esperanza de que aquel entorno resultara más relajado. Mientras repartían los guiones gráficos por la<br />
mesa de centro situada en el salón, Milner y él le ofrecieron doce alternativas. Una resultaba inspiradora y conmovedora.<br />
Otra probaba con el humor, y en el a Michael Cera, el actor cómico, paseaba por una casa de mentira y realizaba algunos<br />
comentarios graciosos sobre la forma en que la gente podría utilizar los iPads. Otras opciones mostraban el iPad junto a<br />
diferentes famosos, o lo resaltaban contra un fondo blanco, o lo hacían ser el protagonista de una pequeña comedia de<br />
situación. Otros pasaban directamente a una demostración del producto. Tras reflexionar sobre las diferentes opciones,<br />
Jobs se dio cuenta de lo que quería. No era humor, ni famosos, ni una demostración. «Tiene que dejar claro su mensaje —<br />
decidió—. Tiene que ser como un manifiesto. Esto es algo grande». Había anunciado que el iPad iba a cambiar el mundo, y<br />
quería una campaña que resaltara aquel a aseveración. Señaló que otras marcas iban a sacar al mercado copias de su<br />
tableta en cuestión de un año, y quería que la gente recordara que el iPad era el producto auténtico. «Necesitamos<br />
anuncios que se planten con firmeza y expliquen lo que hemos hecho».<br />
De pronto se levantó de su sil a, con un aspecto algo débil, pero sonriente. «Ahora tengo que irme a recibir un masaje —<br />
anunció—. Poneos a trabajar».<br />
Así pues, Vincent y Milner, junto con el redactor publicitario Eric Grunbaum, comenzaron a forjar lo que denominaron «El<br />
Manifiesto». Tendría un pulso rápido, con imágenes vibrantes y un ritmo muy marcado, e iba a anunciar que el iPad era<br />
revolucionario. <strong>La</strong> música que eligieron era el potente estribil o de Karen O en la canción de los Yeah Yeah Yeahs «Gold<br />
Lion». Mientras se mostraba cómo el iPad l evaba a cabo su magia, una voz de tono firme aseguraba: «El iPad es fino. El<br />
iPad es hermoso. [...] Es tremendamente potente. Es mágico. […] Es vídeo, son fotos. Son más libros que los que podrías<br />
leer en toda tu vida. Es una revolución, y acaba de empezar».<br />
Una vez que los anuncios del «manifiesto» se hubieron emitido en antena, el equipo probó de nuevo con una opción más<br />
suave, en el estilo de los documentales sobre vidas cotidianas que realizaba la joven cineasta Jessica Sanders. A Jobs le<br />
gustaron... durante un tiempo. Después se volvió contra el os por la misma razón que había reaccionado contra los<br />
primeros anuncios, que le recordaban a una tienda de decoración. «Maldita sea —gritó—. Parecen un anuncio de Visa, son<br />
el típico producto de una agencia publicitaria».<br />
Había estado pidiendo anuncios que resultaran nuevos y diferentes, pero al final acabó por darse cuenta de que no quería<br />
apartarse de lo que él entendía como la voz de Apple. Para él, esa voz contaba con un conjunto de cualidades distintivas:<br />
sencil a, directa, nítida. «Probamos la alternativa de las vidas cotidianas, y parecía que a Jobs le estaba gustando, pero de<br />
pronto dijo que la detestaba, que no representaba a la compañía —recordaba Lee Clow—. Nos dijo que regresáramos a la<br />
voz de Apple. Es una voz muy sencil a y sincera». Así pues, volvieron al fondo blanco con un primer plano del aparato en el<br />
que se presentaba todo lo que era el iPad y lo que podía hacer.<br />
APLICACIONES<br />
Los anuncios del iPad no se centraban en el dispositivo, sino en lo que se podía hacer con él. De hecho, su éxito no se<br />
debió únicamente a la bel eza de su hardware, sino a sus aplicaciones, conocidas como «apps», que te permitían dedicarte<br />
a todo tipo de actividades estupendas. Había miles de el as —y pronto serían cientos de miles—, que podían descargarse<br />
de forma gratuita o por unos pocos dólares. Con solo deslizar un dedo podías lanzar pájaros enfurruñados, controlar tus<br />
acciones en la Bolsa, ver películas, leer libros y revistas, enterarte de las últimas noticias, jugar y perder el tiempo a lo<br />
grande. Una vez más, la integración del hardware, el software y la tienda que vendía las aplicaciones facilitó el resultado.<br />
Sin embargo, las aplicaciones también permitían que la plataforma gozara de un cierto carácter abierto, aunque de forma<br />
muy controlada, para los desarrol adores externos que querían crear software y contenidos para el iPad. Abierto, claro está,<br />
como si fuera un jardín comunitario: atentamente cuidado y vigilado.<br />
El fenómeno de las aplicaciones había comenzado con el iPhone. Cuando este salió a la venta a principios de 2007, no<br />
había aplicaciones disponibles creadas por desarrol adores externos. Al principio Jobs se resistió a dejarles entrar. No<br />
quería que unos extraños creasen aplicaciones que pudieran estropear el iPhone, infectarlo con un virus o mancil ar su<br />
integridad.<br />
Art Levinson, miembro del consejo, se encontraba entre los partidarios de dejar paso a las aplicaciones para el iPhone. «Lo<br />
l amé una docena de veces para<br />
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