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La Biografia, Juan Mancera

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ecordaba Kottke—. Nuestra amistad había desaparecido. Era muy triste».<br />

Rod Holt, el ingeniero que había construido la fuente de alimentación, estaba recibiendo muchas opciones de compra. Trató<br />

de convencer a Jobs: «Tenemos que<br />

hacer algo por tu colega Daniel —le dijo, y sugirió que entre el os dos le dieran algunas de sus propias opciones de<br />

compra—. Yo igualaré la cantidad de opciones que tú le des», propuso Holt. Jobs replicó: «De acuerdo. Yo voy a darle<br />

cero».<br />

Wozniak, como era de esperar, mostró la actitud contraria. Antes de que las acciones salieran a la venta decidió vender dos<br />

mil de sus opciones a muy bajo precio a cuarenta empleados de nivel medio. <strong>La</strong> mayoría de el os ganaron lo suficiente<br />

como para comprarse una casa. Wozniak se compró una casa de ensueños para él y su nueva esposa, pero esta se<br />

divorció de él al poco tiempo y se quedó con el a. Más adelante también les entregó directamente acciones a aquel os<br />

empleados que, en su opinión, habían recibido menos de lo debido, entre el os Kottke, Fernandez, Wigginton y Espinosa.<br />

Todo el mundo adoraba a Wozniak, y más todavía tras sus muestras de generosidad, pero muchos también coincidían con<br />

Jobs en que era «terriblemente inocente e infantil». Unos meses más tarde apareció un cartel de la organización benéfica<br />

United Way en uno de los tablones de noticias de la empresa en el que se mostraba a un indigente. Alguien había escrito<br />

encima: «Woz en 1990».<br />

Jobs no era tan inocente. Se había asegurado de firmar el acuerdo con Chrisann Brennan antes de que tuviera lugar la<br />

oferta pública de venta.<br />

Jobs, la cara visible de aquel a oferta, ayudó a elegir los dos bancos de inversiones que iban a gestionarla: la banca<br />

Morgan Stanley, bien asentada en Wal Street, y la nada tradicional firma Hambrecht y Quist, de San Francisco. «Steve se<br />

mostraba muy irreverente con los tipos de Morgan Stanley, una compañía muy estricta por aquel a época», recordaba Bil<br />

Hambrecht. Morgan Stanley planeaba fijar un precio de 18 dólares por acción, aunque era obvio que su valor aumentaría<br />

rápidamente.<br />

«¿Qué pasa con esas acciones que vamos a vender a 18 dólares? —les preguntó a los banqueros—. ¿No pensáis<br />

vendérselas a vuestros mejores clientes? Si eso es<br />

así, ¿por qué a mí me cobráis una comisión del 7 %?». Hambrecht reconoció que el sistema traía consigo algunas<br />

injusticias inherentes y propuso la idea de una subasta inversa para fijar el precio de las acciones antes de la oferta pública<br />

de venta.<br />

Apple salió a Bolsa en la mañana del 12 de diciembre de 1980. Para entonces, los banqueros habían fijado el precio a 22<br />

dólares por acción. El primer día subieron<br />

hasta los 29. Jobs había l egado al despacho de Hambrecht y Quist justo a tiempo para ver las primeras transacciones. A<br />

sus veinticinco años, era un hombre con 256 mil ones de dólares.<br />

MUCHACHO, ERES UN HOMBRE RICO<br />

Antes y después de hacerse rico, y sin duda a lo largo de toda una vida en la que fue sucesivamente un hombre arruinado y<br />

un multimil onario, la actitud de Steve Jobs hacia la riqueza resultaba algo compleja. Fue un hippy antimaterialista, pero<br />

supo capitalizar los inventos de un amigo que quería regalarlos; un devoto del budismo zen y antiguo peregrino en la India,<br />

decidió que su vocación eran los negocios. Y a pesar de el o, de algún modo, semejantes actitudes parecían entrelazarse<br />

en lugar de entrar en conflicto.<br />

Jobs adoraba algunos objetos, especialmente aquel os que estuvieran diseñados y fabricados con elegancia, como los<br />

Porsche y los Mercedes, los cuchil os Henckel y los electrodomésticos Braun, las motocicletas BMW y las fotografías de<br />

Ansel Adams, los pianos Bösendorfer y los equipos de sonido Bang & Olufsen. Aun así, las<br />

casas en las que vivió, independientemente de lo rico que fuera, no eran ostentosas y estaban amuebladas con tanta sencil<br />

ez que habrían hecho enrojecer de vergüenza a un cuáquero. Ni entonces ni después viajó con un séquito ni contrató a<br />

asistentes personales o un servicio de guardaespaldas. Se compró un buen coche, pero lo conducía él mismo. Cuando<br />

Markkula le propuso que se compraran juntos un avión Learjet, rechazó la oferta (aunque posteriormente acabó por pedirle<br />

a Apple un avión Gulfstream para él solo). Al igual que su padre, podía ser despiadado a la hora de regatear con los<br />

proveedores, pero no permitía que su pasión por obtener beneficios tuviese prioridad sobre su pasión por construir grandes<br />

productos.<br />

Treinta años después de que Apple saliera a Bolsa, reflexionaba acerca de lo que había supuesto para él ganar tanto<br />

dinero de pronto:<br />

60<br />

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