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La Biografia, Juan Mancera

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líder. Este es el caso de la reunión que tuvo lugar en la sala de conferencias de la cuarta planta en abril de 2001, cuando<br />

Jobs decidió cuáles iban a ser las bases del iPod. Al í, reunidos para escuchar las propuestas de Fadel a Jobs, se<br />

encontraban Rubinstein, Schil er, Ive, Jeff Robbin y el director de marketing, Stan Ng.<br />

Fadel había coincidido con Jobs en una fiesta de cumpleaños en casa de Andy Hertzfeld un año antes y había oído<br />

numerosas historias sobre él, muchas de el as estremecedoras. Sin embargo, como en realidad no lo conocía, se<br />

encontraba comprensiblemente intimidado. «Cuando entró en la sala de reuniones me incorporé y pensé: “¡Guau, ahí está<br />

Steve!”. Yo estaba completamente en guardia, porque había oído lo brutal que podía ser».<br />

<strong>La</strong> reunión comenzó con una presentación del mercado potencial y de lo que estaban haciendo otras marcas. Jobs, como<br />

de costumbre, no mostró ninguna paciencia. «No le prestaba atención a ninguna serie de diapositivas durante más de un<br />

minuto», comentó Fadel . Cuando apareció una imagen en la que se mostraban otros posibles competidores del mercado,<br />

Jobs hizo un gesto con la mano para quitarle importancia. «No te preocupes por Sony —aseguró—. Nosotros sabemos lo<br />

que estamos haciendo y el os no». Después de aquel o, dejaron de pasar diapositivas y Jobs se dedicó a acribil ar al grupo<br />

a preguntas. Fadel aprendió una lección:<br />

«Steve prefiere la pasión del momento y discutir en persona las cosas. Una vez me dijo: “Si necesitas diapositivas, eso<br />

demuestra que no sabes de qué estás<br />

hablando”».<br />

En vez de eso, a Jobs le gustaba que le mostraran objetos que él pudiera tocar, inspeccionar y sopesar. Por tanto, Fadel l<br />

evó tres maquetas diferentes a la sala de reuniones, y Rubinstein le había dado instrucciones sobre cómo mostrarlas por<br />

orden para que su opción preferida se convirtiera en el plato fuerte. Así pues, escondieron el prototipo de su alternativa<br />

favorita bajo un bol de madera en el centro de la mesa.<br />

Fadel comenzó su exposición sacando de una caja las diferentes piezas que se iban a utilizar y colocándolas sobre la<br />

mesa. Al í estaban el disco duro de 4,5 centímetros, la pantal a LCD, las placas base y las baterías, todas el as etiquetadas<br />

con su precio y su peso. A medida que las iba presentando, discutieron sobre cómo los precios o los tamaños podrían<br />

reducirse a lo largo del año siguiente. Algunos de los componentes podían unirse, como piezas de Lego, para mostrar las<br />

diferentes opciones.<br />

Entonces Fadel comenzó a descubrir las maquetas, hechas de espuma de poliestireno y con plomos de pesca en su interior<br />

para que tuvieran el peso adecuado. <strong>La</strong> primera contaba con una ranura en la que podía insertarse una tarjeta de memoria<br />

con música. Jobs rechazó la propuesta por considerar que era demasiado complicada. <strong>La</strong> segunda contaba con una<br />

memoria RAM dinámica, que era barata, pero el o implicaba que todas las canciones se perderían al agotarse las baterías.<br />

A Jobs no le gustó. A continuación, Fadel montó algunos de los componentes juntos para mostrar cómo quedaría un<br />

dispositivo con el disco duro de 4,5 centímetros.<br />

Jobs parecía intrigado, así que Fadel l egó al momento culminante de su exposición al levantar el bol y mostrar una<br />

maqueta completamente acabada de aquel a alternativa. «Yo contaba con poder jugar un poco más con las piezas<br />

montables, pero Steve se decidió por la opción del disco duro tal y como la habíamos modelado<br />

—recordaba Fadel . Estaba bastante sorprendido—. Yo estaba acostumbrado a trabajar en Philips, donde una decisión<br />

como esta requeriría una reunión tras otra, con<br />

un montón de presentaciones PowerPoint y de estudios adicionales».<br />

A continuación l egó el turno de Phil Schil er. «¿Puedo exponer ya mi idea?», preguntó. Salió de la sala y volvió con un<br />

puñado de modelos de iPod, todos el os con el mismo dispositivo en la parte frontal: la rueda pulsable que pronto se haría<br />

muy famosa. «Había estado pensando en cómo navegar a través de la lista de reproducción —recordaba—. No puedes<br />

estar apretando un botón cientos de veces. ¿A que sería genial si pudieras usar una rueda?». Al girar la rueda con el pulgar<br />

podías desplazarte por las canciones. Cuanto más tiempo estuvieras girándola, más rápido te desplazabas, y así podías<br />

controlar fácilmente cientos de temas. Jobs gritó: «¡Eso es!», y puso a Fadel y a los ingenieros a trabajar en el o.<br />

Una vez que el proyecto recibió luz verde, Jobs se involucró en él a diario. Su exigencia principal era: «¡Simplificad!».<br />

Revisaba cada pantal a de la interfaz de<br />

usuario y realizaba un examen estricto: si quería acceder a una canción o a una función, debía ser capaz de l egar a el a en<br />

tres pulsaciones, y su uso debía ser intuitivo. Si no podía averiguar cómo l egar a una opción o si requería más de tres<br />

pulsaciones, su reacción era brutal. «En ocasiones estábamos rompiéndonos la cabeza ante algún problema con la interfaz<br />

de usuario y pensábamos que habíamos considerado todas las opciones, y entonces él decía: “¿Habéis pensado en esto?”<br />

—comentó Fadel —. Y entonces todos decíamos: “¡Hostias!”. Él redefinía el problema o el enfoque que debíamos darle y<br />

nuestro pequeño contratiempo desaparecía».<br />

Todas las noches, Jobs se encontraba pegado al teléfono con nuevas ideas. Fadel y los otros, incluido Rubinstein,<br />

colaboraban para cubrirle las espaldas al joven programador cuando Jobs le proponía una idea a alguno de el os. Se l<br />

amaban los unos a los otros, explicaban la última sugerencia de Jobs y conspiraban para lograr que adoptara la postura<br />

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