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La Biografia, Juan Mancera

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su carácter apagado, también se mostró ofendido. «Se l evó a algunos de los principales ejecutivos, a los que había<br />

convencido en secreto antes de irse. Esa no es la forma correcta de hacer las cosas. Fue muy poco cabal eroso».<br />

Durante el fin de semana, los miembros del consejo de administración y los ejecutivos de la empresa convencieron a Scul<br />

ey de que Apple tenía que declararle la guerra a su cofundador. Markkula redactó una declaración formal en la que se<br />

acusaba a Jobs de actuar «en contradicción directa con sus declaraciones de que no reclutaría a ningún miembro clave de<br />

Apple para su empresa». El texto añadía amenazante: «Estamos evaluando las posibles acciones que deben<br />

emprenderse». El Wall Street Journal citó a Bil Campbel al señalar que «estaba asombrado y sorprendido» por el<br />

comportamiento de Jobs. También aparecía una declaración anónima de otro directivo: «Nunca había visto a un grupo de<br />

gente tan furiosa en las empresas por las que he pasado a lo largo de mi vida. Todos creemos que ha tratado de<br />

engañarnos».<br />

Jobs salió de su reunión con Scul ey pensando que todo iba a ir sobre ruedas, así que no había hecho declaraciones. Sin<br />

embargo, tras leer la prensa, sintió que debía responder. Telefoneó a algunos de sus periodistas más fieles y los invitó a su<br />

casa al día siguiente para ofrecerles entrevistas privadas. A continuación l amó a Andrea Cunningham, que había<br />

gestionado sus relaciones públicas en la empresa de Regis McKenna, para que fuera a ayudarlo. «Acudí a su mansión sin<br />

amueblar en Woodside —recordaba— y me lo encontré en la cocina rodeado de sus cinco colegas, con unos cuantos<br />

periodistas esperando en el jardín de la entrada». Jobs le informó de que iba a ofrecer una rueda de prensa en toda regla y<br />

comenzó a enumerar algunos de los comentarios peyorativos que iba a incluir. Cunningham quedó horrorizada. «Esto te va<br />

a dar una imagen pésima», le dijo a Jobs. Al final, logró que cejara en su empeño. Él decidió que les entregaría a los<br />

periodistas una copia de su carta de dimisión, y limitaría cualquier comentario oficial a unas pocas declaraciones<br />

inofensivas.<br />

Jobs había considerado la posibilidad de enviar simplemente por correo su carta de dimisión, pero Susan Barnes lo<br />

convenció de que aquel o resultaría demasiado<br />

despectivo. En vez de eso, condujo hasta la casa de Markkula, donde también encontró a Al Eisenstat, consejero general<br />

de Apple. Mantuvieron una tensa conversación durante unos quince minutos y entonces Barnes tuvo que ir para a l<br />

evárselo antes de que dijese nada que luego pudiera lamentar. Jobs dejó al í la carta, que había redactado en un Macintosh<br />

e impreso con la nueva impresora <strong>La</strong>serWriter:<br />

17 de septiembre de 1985<br />

Querido Mike:<br />

Los periódicos de esta mañana hablaban de rumores según los cuales Apple está pensando en la posibilidad de apartarme<br />

de mi cargo como presidente. Desconozco cuál es la fuente de estas informaciones, pero resultan engañosas para los<br />

lectores e injustas para mí.<br />

Recordarás que en la reunión del consejo del pasado jueves declaré que había decidido crear una nueva empresa y<br />

presenté mi dimisión como presidente.<br />

El consejo se negó a aceptar mi dimisión y me pidió que postergase la decisión una semana. Yo accedí en vista del apoyo<br />

ofrecido por ellos con respecto a mi nueva empresa y de los indicios que apuntaban a que Apple podría invertir en ella. El<br />

viernes, después de informar a John Sculley acerca de quiénes se unirían a mí, confirmó la disposición de Apple a hablar<br />

de las áreas de posible colaboración entre ellos y mi nueva empresa.<br />

Desde entonces, la compañía parece estar adoptando una postura hostil hacia mí y la nueva empresa. Consecuentemente,<br />

debo insistir en la aceptación inmediata de mi dimisión. [...]<br />

Como sabes, la reciente reorganización de la compañía me ha dejado sin nada que hacer y sin acceso siquiera a los<br />

informes de gestión habituales. Solo tengo treinta años y todavía quiero contribuir a alcanzar nuevos logros.<br />

Después de lo que hemos conseguido juntos, espero que nuestra despedida sea amistosa y digna. Atentamente,<br />

STEVEN P. JOBS<br />

Cuando un encargado de mantenimiento entró en el despacho de Jobs para guardar sus pertenencias en cajas, se<br />

encontró en el suelo una fotografía enmarcada. En el a se veía a Jobs y Scul ey manteniendo una agradable conversación,<br />

con una dedicatoria escrita siete meses atrás: «¡Por las grandes ideas, las grandes experiencias y una gran amistad!<br />

John». El cristal del marco estaba hecho añicos. Jobs lo había arrojado contra la pared antes de marcharse. Desde ese día,<br />

nunca más volvió a dirigirle la palabra a Scul ey.<br />

<strong>La</strong>s acciones de Apple subieron un punto completo, o casi un 7 %, cuando se anunció la dimisión de Jobs. «Los accionistas<br />

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