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para ver qué debía pensar al respecto.<br />
Simpson le envió el manuscrito a Lisa antes de su publicación, pero al principio ella no llegó más allá de la introducción.<br />
«En las primeras páginas me vi enfrentada a<br />
mi familia, mis anécdotas, mis cosas, mis pensamientos, a mí misma en el personaje de Jane —señaló—, y entre todas<br />
aquellas verdades había invenciones que para mí eran mentiras, y que se volvían más evidentes por su peligrosa similitud<br />
con la realidad». Lisa se sintió herida y escribió un artículo para el Advocate de Harvard en el que explicaba por qué. Su<br />
primer borrador estaba lleno de amargura, y entonces lo suavizó un poco antes de publicarlo. Se sentía traicionada por la<br />
amistad de Simpson. «Durante aquellos seis años, yo no sabía que Mona estaba recopilando información —escribió—. No<br />
sabía que, cuando buscaba consuelo en ella y recibía sus consejos, ella también estaba recibiendo algo». Al final, Lisa<br />
acabó reconciliándose con Simpson. Fueron a una cafetería a hablar sobre el libro, y Lisa le dijo que no había sido capaz<br />
de terminarlo. Simpson le aseguró que el final le gustaría. Lisa acabó, a lo largo de los años, manteniendo una relación<br />
intermitente con Simpson, pero fue más cercana que la que mantuvo con su padre.<br />
NIÑOS<br />
Cuando Powell dio a luz en 1991, unos meses después de casarse con Jobs, llamaron al niño «bebé Jobs» durante un par<br />
de semanas, porque decidirse por un nombre estaba resultando ser solo ligeramente menos difícil que elegir una lavadora.<br />
Al final, acabaron llamándolo Reed Paul Jobs. Su segundo nombre era el del padre de Jobs, y el primero (según insisten<br />
tanto Jobs como Powell) se lo pusieron porque sonaba bien y no porque fuera el nombre de la universidad de Jobs.<br />
Reed resultó ser como su padre en muchos sentidos: incisivo e inteligente, con una mirada intensa y un encanto cautivador.<br />
Sin embargo, a diferencia de su padre, tenía unos modales agradables y una modesta elegancia. Era muy creativo —a<br />
veces incluso demasiado, puesto que le gustaba disfrazarse e interpretar a diferentes personajes cuando era niño—, y<br />
también un gran estudiante, interesado por la ciencia. Podía reproducir la mirada fija de su padre, pero era manifiestamente<br />
afectuoso y no parecía contar en su naturaleza ni con un ápice de la crueldad de su padre.<br />
Erin Siena Jobs nació en 1995. Era un poco más callada y en ocasiones sufría por no recibir atención suficiente de su<br />
padre. Demostró el mismo interés que este por el diseño y la arquitectura, pero también aprendió a mantener<br />
razonablemente las distancias para que su desapego no le hiriese.<br />
<strong>La</strong> hija menor, Eve, nació en 1998, y resultó ser una criatura enérgica, testaruda y divertida que, lejos de sentirse intimidada<br />
o necesitada de atención, sabía cómo tratar a su padre, negociar (y en ocasiones ganar) e incluso burlarse de él. Su padre<br />
bromeaba y afirmaba que ella sería la que acabaría por dirigir Apple algún día, eso<br />
si no llegaba antes a ser presidenta de Estados Unidos.<br />
Jobs desarrolló una estrecha relación con Reed, pero con sus hijas se mostraba a menudo más distante. Igual que hacía<br />
con otras personas, en ocasiones les prestaba toda su atención, pero con la misma frecuencia las ignoraba por completo<br />
cuando tenía otras cosas en que pensar. «Se centra en su trabajo y a veces no ha estado presente cuando ellas lo<br />
necesitaban», declaró Powell. Hubo un momento en que Jobs le comentaba maravillado a su esposa lo bien que se<br />
estaban criando sus hijos, «especialmente teniendo en cuenta que yo no he estado siempre presente para ayudarlos». A<br />
Powell aquello le parecía divertido y algo irritante, porque ella había dejado su carrera profesional cuando Reed cumplió dos<br />
años y decidió que quería tener más hijos.<br />
En 1995, el consejero delegado de Oracle, <strong>La</strong>rry Ellison, organizó una fiesta de cumpleaños cuando Jobs cumplió los<br />
cuarenta a la que asistieron todo tipo de<br />
magnates y estrellas de la tecnología. Se habían hecho buenos amigos, y a menudo se llevaba a la familia de Jobs en uno<br />
de sus muchos y lujosos yates. Reed comenzó a referirse a él como «nuestro amigo rico», lo cual ofrece una divertida<br />
prueba de cómo su padre evitaba las ostentosas demostraciones de riqueza. <strong>La</strong> lección que Jobs aprendió de sus días<br />
budistas era que las posesiones materiales tendían más a entorpecer la vida que a enriquecerla. «Todos los directores de<br />
empresa que conozco tienen un equipo de guardaespaldas —comentó—. Incluso los tienen metidos en casa. Es una forma<br />
absurda de vivir. Nosotros decidimos que no era así como queríamos criar a nuestros hijos».<br />
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