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La Biografia, Juan Mancera

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Para celebrar el cumpleaños de Jobs una semana después, el equipo contrató una val a publicitaria en la carretera que l<br />

evaba a la sede central de Apple. En el a se podía leer:<br />

«Felices 28, Steve. El viaje es la recompensa. Los Piratas».<br />

Uno de los programadores más innovadores del Mac, Steve Capps, decidió que este nuevo espíritu merecía izar una<br />

bandera pirata. Cortó un trozo de tela negra y le pidió a Kare que dibujara en él una calavera y unas tibias. El parche en el<br />

ojo que colocó sobre la calavera era el logotipo de Apple. A última hora de una noche de domingo, Capps trepó al tejado del<br />

recién construido Bandley 3 y colocó la bandera en la barra de uno de los andamios que los obreros habían dejado al í.<br />

Ondeó orgul osa durante unas semanas hasta que los miembros del equipo del Lisa, en un asalto en mitad de la noche,<br />

robaron la bandera y enviaron a sus rivales del equipo del Mac una nota de rescate. Capps encabezó una incursión para<br />

recuperarla y logró arrebatársela a una secretaria que la estaba protegiendo para el equipo del Lisa. Algunos de los l<br />

amados «adultos» que supervisaban Apple temieron que el espíritu bucanero de Jobs se le estuviera yendo de las manos.<br />

«Izar aquel a bandera fue una completa estupidez —afirmó Arthur Rock—. Era como decirle al resto de la compañía que no<br />

estaban planeando nada bueno». No obstante, a Jobs le encantaba, y se aseguró de que ondeara orgul osa durante todo el<br />

tiempo que les l evó acabar el proyecto del Mac. «Éramos los renegados, y queríamos que la gente lo supiera», recordaba.<br />

Los veteranos del equipo del Mac habían aprendido que podían hacerle frente a Jobs. Si de verdad conocían el tema del<br />

que hablaban, él toleraba aquel a resistencia, e incluso sonreía y la admiraba. En 1983, los que estaban más familiarizados<br />

con su campo de distorsión de la realidad habían descubierto algo más: podían, en caso necesario, hacer caso omiso —<br />

discretamente— de aquel o que él hubiera ordenado. Si al final resultaba que tenían razón, él valoraba su actitud rebelde y<br />

su disposición a ignorar la autoridad. Al fin y al cabo, eso era lo que hacía él.<br />

Sin duda, el ejemplo más importante de esta postura tuvo que ver con la elección de la unidad de disco para el Macintosh.<br />

Apple contaba con una división de su empresa que fabricaba dispositivos de almacenamiento en serie, y habían desarrol<br />

ado un sistema de discos, cuyo nombre en clave era «Twiggy», que podía leer y escribir en aquel os disquetes finos y<br />

delicados de cinco pulgadas y cuarto que los lectores mayores (aquel os que sepan quién era la modelo Twiggy)<br />

recordarán. Sin embargo, para cuando el Lisa estaba listo para salir al mercado en la primavera de 1983, quedó claro que<br />

el proyecto Twiggy adolecía de algunos errores de base. Como el Lisa también venía provisto con un disco duro, aquel o no<br />

representó un desastre completo. Sin embargo, el Mac no contaba con disco duro, así que se enfrentaban a una crisis<br />

importante. «En el equipo del Mac empezaba a cundir el pánico —comentó Hertzfeld—. Estábamos usando una única<br />

unidad de disco Twiggy para los disquetes, y no contábamos con un disco duro al que poder recurrir».<br />

Discutieron el problema en el retiro de enero de 1983 en Carmel, y Debi Coleman le proporcionó a Jobs los datos sobre la<br />

tasa de fal os del sistema Twiggy. Unos días más tarde, él se dirigió a la fábrica de Apple en San José para ver cómo se<br />

producían aquel os discos. Más de la mitad se rechazaban en cada fase del proceso.<br />

Jobs montó en cólera. Con el rostro enrojecido, comenzó a gritar y a amenazar con despedir a todos los que al í trabajaban.<br />

Bob Bel evil e, el jefe del equipo de ingenieros del Mac, lo condujo suavemente hasta el aparcamiento, para poder dar un<br />

paseo y hablar sobre las alternativas.<br />

Una posibilidad que Bel evil e había estado explorando era la de utilizar unos nuevos disquetes de tres pulgadas y media<br />

que había desarrol ado Sony. El disco se<br />

encontraba envuelto en un plástico más duro y cabía en el bolsil o de una camisa. Otra opción era hacer que Alps<br />

Electronics Co., un proveedor japonés de menor tamaño que había estado produciendo los disquetes para el Apple II,<br />

fabricara un clon del disquete de tres pulgadas y media de Sony. Alps ya había obtenido una licencia de Sony para fabricar<br />

aquel a tecnología, y si lograban construir a tiempo su propia versión, el resultado sería mucho más barato.<br />

Jobs y Bel evil e, junto con el veterano de la empresa Rod Holt (el hombre al que Jobs había contratado para diseñar la<br />

primera fuente de alimentación destinada al Apple II), volaron a Japón para decidir qué debían hacer. En Tokio se<br />

embarcaron en el tren bala para visitar la fábrica de Alps. Los ingenieros que se encontraban presentes no contaban con un<br />

prototipo que funcionara, solo con un modelo muy rudimentario. A Jobs le pareció fantástico, pero Bel evil e quedó<br />

horrorizado. Le parecía imposible que Alps pudiera tener aquel sistema listo para el Mac en menos de un año.<br />

Se dedicaron a visitar otras empresas japonesas, y Jobs hizo gala de su peor comportamiento. Llevaba vaqueros y zapatil<br />

as de deporte a reuniones con directivos japoneses ataviados con trajes oscuros, y cuando le hacían entrega formal de<br />

pequeños regalos, como era la costumbre, a menudo los dejaba al í y nunca respondía con obsequios propios. Adoptaba<br />

un aire despectivo ante los ingenieros que, colocados en fila para saludarlo, se inclinaban y le mostraban educadamente<br />

sus productos para que los inspeccionara. Jobs detestaba aquel os aparatos y aquel servilismo. «¿Para qué me estás<br />

enseñando esto? —soltó durante una de sus escalas<br />

—. ¡Esto es una basura! Cualquiera puede construir un disco mejor que este». Aunque la mayor parte de sus anfitriones<br />

quedaban horrorizados, algunos parecían divertirse. Habían oído las historias que se contaban sobre su desagradable<br />

estilo y su brusco comportamiento, y ahora tenían la oportunidad de contemplarlo en todo su esplendor.<br />

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