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La Biografia, Juan Mancera

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A semejanza de otros piratas telefónicos como Captain Crunch, ambos adoptaron nombres falsos. Wozniak se convirtió en<br />

Berkeley Blue, y Jobs era Oaf Tobark. Los dos iban por los colegios mayores buscando a gente que pudiera estar<br />

interesada, y entonces hacían una demostración y conectaban la caja azul a un teléfono y un altavoz. Ante la mirada de los<br />

clientes potenciales, llamaban a lugares como el Ritz de Londres o a un servicio automático de chistes grabados en<br />

Australia.<br />

«Fabricamos unas cien cajas azules y las vendimos casi todas», recordaba Jobs.<br />

<strong>La</strong> diversión y los beneficios llegaron a su fin en una pizzería de Sunnyvale. Jobs y Wozniak estaban a punto de dirigirse a<br />

Berkeley con una caja azul que acababan de terminar. Jobs necesitaba el dinero y estaba ansioso por vender, así que le<br />

enseñó el aparato a unos hombres sentados en la mesa de al lado. Parecían interesados, así que Jobs se acercó a una<br />

cabina telefónica y les demostró su funcionamiento con una llamada a Chicago. Los posibles clientes dijeron que tenían que<br />

ir al coche a<br />

por dinero. «Así que Woz y yo fuimos hasta el coche, yo con la caja azul en la mano, y el tío entra, mete la mano bajo el<br />

asiento y saca una pistola —narró Jobs. Nunca antes había estado tan cerca de una pistola, y se quedó aterrorizado—. Y<br />

va y me apunta con el arma al estómago y me dice: “Dámela, colega”. Traté de pensar rápido. Tenía la puerta del coche<br />

justo ahí, y me dije que tal vez pudiera cerrársela sobre las piernas y salir corriendo, pero había grandes probabilidades de<br />

que me disparara, así que se la entregué lentamente y con mucho cuidado». Aquel fue un robo extraño. El tipo que se llevó<br />

la caja azul le dio a Jobs un número de teléfono y le dijo que si funcionaba trataría de pagársela más tarde. Cuando Jobs<br />

llamó a aquel número, consiguió contactar con el hombre, que no había logrado averiguar cómo funcionaba el aparato.<br />

Entonces Jobs, siempre tan oportuno, lo convenció para que se reuniera con Wozniak y con él en algún lugar público. Sin<br />

embargo, al final acabaron por echarse atrás y decidieron no celebrar otra reunión con el pistolero, aún a costa de perder la<br />

posibilidad de recuperar sus 150 dólares.<br />

Aquel lance allanó el camino para la que sería su mayor aventura juntos. «Si no hubiera sido por las cajas azules, Apple no<br />

habría existido —reflexionó Jobs más<br />

tarde—. Estoy absolutamente convencido de ello. Woz y yo aprendimos a trabajar juntos, y adquirimos la seguridad de que<br />

podíamos resolver problemas técnicos y llegar a inventar productos». Habían creado un artilugio con una pequeña placa<br />

base que podía controlar una infraestructura de miles de millones de dólares. «Ni te imaginas lo confiados que nos<br />

sentíamos después de aquello». Woz llegó a la misma conclusión: «Probablemente venderlos fuera una mala decisión,<br />

pero nos dio una idea de lo que podríamos hacer a partir de mis habilidades como ingeniero y su visión comercial», afirmó.<br />

<strong>La</strong> aventura de la caja azul estableció la pauta de la asociación que estaba a punto de nacer. Wozniak sería el mago<br />

amable que desarrollaba los grandes inventos y que se habría contentado con regalarlos, y Jobs descubriría la forma de<br />

facilitar el uso del producto, empaquetarlo, comercializarlo y ganar algunos dólares en el proceso.<br />

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