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convocó por teléfono una reunión del consejo de administración y presentó a grandes rasgos el problema. Los consejeros<br />
se mostraron reticentes y le pidieron tiempo para realizar un estudio legal y financiero de las consecuencias de aquel<br />
cambio. «Esto hay que hacerlo rápido —les urgió Jobs—. Estamos perdiendo a gente valiosa».<br />
Incluso su mayor apoyo, Ed Woolard, que dirigía la comisión de retribuciones, se opuso. «En DuPont nunca hicimos nada<br />
semejante», afirmó.<br />
«Me habéis traído aquí para arreglar la situación, y el personal es la clave», se defendió Jobs. Cuando el consejo de<br />
administración propuso un estudio que podía tardar dos meses, Jobs esta ló: «¿Es que estáis majaras?». Luego se quedó<br />
ca lado durante unos instantes y entonces prosiguió: «Chicos, si no estáis dispuestos a hacer esto, no voy a volver el lunes,<br />
porque hay miles de decisiones importantes que tengo que tomar y que van a ser mucho más difíciles que esta, y si no<br />
podéis ofrecer vuestro apoyo a una decisión de este tipo, no voy a conseguir solucionar nada. Así pues, si no podéis hacer<br />
esto me largo de aquí, y podréis echarme la culpa, podréis decir: “Steve no estaba a la altura del trabajo”».<br />
Al día siguiente, tras hablarlo con el consejo, Woolard volvió a lamar a Jobs. «Vamos a aprobar la maniobra —anunció—,<br />
pero algunos de los miembros del<br />
consejo no están contentos. Nos sentimos como si nos hubieras puesto una pistola en la cabeza». <strong>La</strong>s opciones de compra<br />
para los trabajadores de mayor nivel (Jobs no tenía ninguna) se fijaron en 13,25 dólares, el precio de las acciones el día en<br />
que destituyeron a Amelio.<br />
En lugar de aprovechar su victoria y darle las gracias al consejo de administración, Jobs siguió lamentándose por tener que<br />
responder ante un consejo a la que no<br />
respetaba. «Que paren el tren, porque esto no va a funcionar —le dijo a Woolard—. Esta empresa está patas arriba, y no<br />
tengo tiempo para andar cuidando del consejo como si fuera su niñera, así que necesito que dimitan todos, o voy a tener<br />
que presentar mi dimisión y no regresaré el lunes». Añadió que la única persona que podía quedarse era Woolard.<br />
<strong>La</strong> mayoría de los miembros del consejo estaban horrorizados. Jobs todavía se negaba a comprometerse a regresar a<br />
Apple a tiempo completo o a aceptar cualquier cargo superior al de consejero, pero aun así se creía con el poder suficiente<br />
como para obligarlos a todos a marcharse. <strong>La</strong> cruda realidad, no obstante, era que sí contaba con aquel poder. No podían<br />
permitirse que Jobs se marchara enfurecido de la compañía, ni la perspectiva de seguir siendo miembro del consejo de<br />
Apple resultaba demasiado atractiva por aquel entonces. «Después de todas las situaciones por las que habían pasado, la<br />
mayoría se alegraron de su propio despido», recordaba Woolard.<br />
Una vez más, el consejo accedió. Solo presentaron una petición: ¿sería posible que se quedara otro consejero además de<br />
Woolard? Aque lo ayudaría a la imagen de la empresa. Jobs estuvo de acuerdo. «Formaban un consejo horroroso, terrible<br />
—declaró posteriormente—. Accedí a que se quedaran Ed Woolard y un tipo lamado Gareth Chang, que resultó ser un<br />
inútil. No era horroroso, sino simplemente inútil. Woolard, por otra parte, era uno de los mejores miembros del consejo que<br />
hubiera visto. Era magnífico, una de las personas más sabias y entusiastas que he conocido nunca».<br />
Entre aque los que tuvieron que dimitir se encontraba Mike Markkula, quien en 1976, cuando todavía era un joven inversor<br />
de capital riesgo, había visitado el garaje de Jobs, se había enamorado del prototipo de ordenador que había sobre la mesa<br />
de trabajo, les había garantizado una línea de crédito de 250.000 dólares y se había convertido en el tercer socio y dueño<br />
de un tercio de la nueva compañía. A lo largo de las dos décadas siguientes, fue la única constante del consejo, y había<br />
visto entrar y salir a varios consejeros delegados. Apoyó a Jobs en ocasiones, pero también había tenido algunos<br />
encontronazos con él, especialmente cuando se puso de parte de Scu ley en los enfrentamientos de 1985. Tras el retorno<br />
de Jobs, supo que le había legado la hora de marcharse.<br />
Jobs podía mostrarse cortante y frío, especialmente con la gente que le levaba la contraria, pero también sentimental con<br />
quienes lo habían acompañado desde sus<br />
primeros días. Wozniak entraba en aque la categoría de favoritos, por supuesto, a pesar de que se habían distanciado; y<br />
también Andy Hertzfeld y algunos otros miembros del equipo del Macintosh. Al final, Mike Markkula también entró a formar<br />
parte del grupo. «Me sentí profundamente traicionado por él, pero era como un padre para mí y siempre me preocupé por<br />
él», recordaba Jobs después. Por tanto, cuando legó la hora de pedirle que abandonara su puesto en el consejo de Apple,<br />
el propio Jobs condujo hasta la mansión palaciega de Markkula, situada en las colinas de Woodside, para hacerlo<br />
personalmente. Como de costumbre, le pidió que lo acompañara a dar un paseo, y deambularon por la zona hasta legar a<br />
un bosqueci lo de secuoyas con una mesa de pícnic. «Me dijo que prefería un consejo nuevo porque quería empezar desde<br />
cero —comentó Markkula—. Le preocupaba que yo pudiera tomármelo mal, y quedó muy aliviado cuando vio que no era<br />
así».<br />
Pasaron el resto del tiempo hablando de la dirección que debía seguir Apple en el futuro. Jobs pretendía formar una<br />
compañía que resistiera el paso del tiempo, y le preguntó a Markkula cuál era la fórmula correcta para lograrlo. Su<br />
respuesta fue que las compañías duraderas saben cómo reinventarse. Hewlett-Packard lo había hecho muchas veces;<br />
había comenzado como una compañía de instrumentos técnicos, después pasó a producir calculadoras y posteriormente<br />
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