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La Biografia, Juan Mancera

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misma discreción que había mantenido con respecto a su diagnóstico en octubre de 2003. Este secretismo no resultaba<br />

sorprendente. Era parte de la naturaleza de Jobs. Lo que sí resultó más asombroso fue su decisión de hablar en público y<br />

de forma muy personal sobre su salud. Aunque rara vez impartía charlas fuera de las presentaciones de sus productos,<br />

aceptó la invitación de Stanford de pronunciar el discurso de la ceremonia de graduación de junio de 2005. Su humor se<br />

había vuelto meditabundo tras el diagnóstico de la enfermedad y tras cumplir los cincuenta años.<br />

Jobs recurrió al bril ante guionista Aaron Sorkin (Algunos hombres buenos, El ala oeste de la Casa Blanca) para que lo<br />

ayudara con su discurso. Sorkin accedió a colaborar, y él le envió algunas ideas. «Aquel o ocurrió en febrero y no recibí<br />

respuesta, así que volví a contactar con él en abril y me contestó: “Ah, sí”, así que le mandé algunas ideas más —relató<br />

Jobs—. Llegué a hablar con él por teléfono, y él seguía diciéndome que sí, pero al final l egó el principio de junio y no me<br />

había enviado nada».<br />

A Jobs le entró el pánico. Él siempre había redactado sus propias presentaciones, pero nunca había pronunciado un<br />

discurso de graduación. Una noche se sentó y<br />

escribió el texto él solo, sin más ayuda que la de su esposa, a la que le iba presentando sus ideas. Como resultado, aquel a<br />

acabó siendo una disertación muy íntima y sencil a, con el tono personal y sin adornos propio de uno de los productos<br />

perfectos de Steve Jobs.<br />

Alex Haley afirmó en una ocasión que la mejor forma de comenzar un discurso era la frase: «Dejadme que os cuente una<br />

historia». Nadie quiere escuchar un sermón, pero a todo el mundo le encantan los cuentos, y ese es el enfoque que eligió<br />

Jobs. «Hoy quiero contaros tres historias de mi vida —comenzó—. Eso es todo, no es nada del otro mundo, solo tres<br />

historias».<br />

<strong>La</strong> primera versaba sobre cómo abandonó los estudios en el Reed Col ege. «Pude dejar de asistir a las clases que no me<br />

interesaban y comencé a pasarme por aquel as que parecían mucho más atractivas». <strong>La</strong> segunda historia relataba cómo el<br />

haber sido despedido de Apple había acabado por resultar algo bueno para él. «<strong>La</strong> pesada carga de haber tenido éxito se<br />

vio sustituida por la ligereza de ser de nuevo un principiante, de estar menos seguro acerca de todo». Los estudiantes<br />

prestaron una atención poco habitual, a pesar de un avión que sobrevolaba el terreno con una pancarta en la que se les<br />

pedía que «reciclaran toda su chatarra electrónica». Sin embargo, fue la tercera historia la que los mantuvo completamente<br />

cautivados. Era la que trataba sobre el diagnóstico del cáncer y la mayor conciencia que aquel o había traído consigo.<br />

Recordar que pronto estaré muerto es la herramienta más importante que he encontrado nunca para tomar las grandes<br />

decisiones de mi vida, porque casi todo —todas las expectativas externas, todo el orgullo, todo el miedo a la vergüenza o al<br />

fracaso— desaparece al enfrentarlo a la muerte, y solo queda lo que es realmente importante. Recordar que vas a morir es<br />

la mejor manera que conozco de evitar la trampa de pensar que tienes algo que perder. Ya estás desnudo. No hay motivo<br />

para no seguir los dictados del corazón.<br />

El ingenioso minimalismo del discurso le otorgaba sencil ez, pureza y encanto. Puedes buscar donde quieras, en antologías<br />

o en YouTube, y no encontrarás un discurso de graduación mejor. Puede que otros fueran más importantes, como el de<br />

George Marshal en Harvard en 1947, en el que anunció un plan para reconstruir Europa, pero ninguno ha sido más<br />

elegante.<br />

UN LEÓN A LOS CINCUENTA<br />

Al cumplir la treintena y la cuarentena, Jobs había celebrado el acontecimiento con las estrel as de Silicon Val ey y otros<br />

personajes famosos de diferentes procedencias. Sin embargo, cuando l egó a los cincuenta en 2005, tras haber sido<br />

operado del cáncer, la fiesta sorpresa preparada por su esposa había reunido principalmente a sus amigos y colegas de<br />

trabajo más cercanos. Se celebró en la cómoda casa de unos amigos en San Francisco, y la gran cocinera Alice Waters<br />

preparó salmón de Escocia con algo de cuscús y verduras cultivadas en su huerto. «Fue una reunión preciosa, cálida e<br />

íntima, en la que todo el mundo, incluso los niños, podían sentarse en la misma habitación», recordaba Waters. El<br />

entretenimiento consistió en una comedia improvisada a cargo de los actores del programa Whose Line Is It Anyway? Al í<br />

se encontraba el buen amigo de Jobs Mike Slade, junto con algunos de sus colegas de Apple y Pixar, entre los cuales<br />

estaban <strong>La</strong>sseter, Cook, Schil er, Clow, Rubinstein y Tevanian.<br />

Cook había hecho un buen trabajo dirigiendo la compañía durante la ausencia de Jobs. Mantuvo a raya a los miembros<br />

más temperamentales de Apple y evitó<br />

convertirse en el centro de atención. A Jobs le gustaban las personalidades fuertes, pero solo hasta cierto punto: nunca<br />

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