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La Biografia, Juan Mancera

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<strong>La</strong> terrible realidad era que celebraciones inminentes como el Día de San Patricio o el Campeonato Universitario Nacional<br />

de Baloncesto (Memphis participó en el torneo de 2009 y era una de las sedes regionales) ofrecían una mayor probabilidad<br />

de conseguir un donante, porque el consumo de alcohol causa un importante aumento de los accidentes de tráfico.<br />

De hecho, el fin de semana del 21 de marzo de 2009, un joven de poco más de veinte años murió en un accidente de<br />

coche, y sus órganos quedaron disponibles para la donación. Jobs y su esposa volaron a Memphis, donde aterrizaron justo<br />

antes de las cuatro de la mañana y se encontraron con Eason. Un coche los esperaba a pie de pista, y todo estaba previsto<br />

para que el papeleo del ingreso quedara formalizado mientras corrían hacia el hospital.<br />

El trasplante fue un éxito, pero el resultado no fue tranquilizador. Cuando los médicos extrajeron el hígado, encontraron<br />

algunas manchas en el peritoneo, la fina membrana que rodea a los órganos internos. Además, había tumores que<br />

atravesaban todo el hígado, lo que significaba que probablemente el cáncer se había<br />

extendido también a otros puntos. Aparentemente, había mutado y crecido con rapidez. Tomaron muestras y siguieron<br />

investigando sobre su mapa genético.<br />

Unos días más tarde tuvieron que levar a cabo otra operación. Jobs insistió, contra todo consejo, en que no le vaciaran el<br />

estómago, y, cuando lo sedaron, aspiró parte del contenido gástrico en los pulmones y desarro ló una neumonía. En ese<br />

momento pensaron que podía morirse. Como él mismo describió después:<br />

Estuve a punto de morir porque metieron la pata en una operación rutinaria. <strong>La</strong>urene estaba allí y trajeron en avión a mis<br />

hijos, porque no pensaban que fuera a sobrevivir a aquella noche. Reed estaba buscando residencias universitarias con<br />

uno de los hermanos de <strong>La</strong>urene. Hicimos que un avión privado lo recogiera cerca de Darmouth y le dijeran qué estaba<br />

pasando. Otro avión recogió también a las niñas. Pensaban que podía ser su última oportunidad de verme consciente, pero<br />

lo superé.<br />

Powe l se ocupó de supervisar el tratamiento, de quedarse todo el día en la sala del hospital y de observar con atención<br />

cada uno de los monitores. «<strong>La</strong>urene era como una hermosa tigresa que lo protegía», recordaba Jony Ive, que acudió en<br />

cuanto Jobs fue capaz de recibir visitas. <strong>La</strong> madre de Powe l y tres de sus hermanos se pasaron por a lí en distintos<br />

momentos para hacerle compañía. Mona Simpson, la hermana de Jobs, también estuvo presente con actitud protectora.<br />

George Riley y e la eran las únicas personas que Jobs permitía que ocuparan el lugar de Powe l junto a su cama. «<strong>La</strong><br />

familia de <strong>La</strong>urene nos ayudó a ocuparnos de los niños. Su madre y sus hermanos se portaron de maravi la —afirmó Jobs<br />

después—. Yo estaba muy débil y no fui un enfermo fácil, pero una experiencia así une profundamente a las personas».<br />

Powe l legaba todos los días a las siete de la mañana y anotaba los datos relevantes en una hoja de cálculo. «Era muy<br />

complicado, porque había muchas cosas diferentes ocurriendo a la vez», recordaba. Cuando James Eason y su equipo<br />

médico legaban a las nueve de la mañana, e la se reunía con e los para coordinar todos los aspectos del tratamiento de<br />

Jobs. A las nueve de la noche, antes de irse, preparaba un informe acerca de la evolución de cada una de las constantes<br />

vitales y otros factores, junto con una serie de preguntas que deseaba ver contestadas al día siguiente. «Aque lo me<br />

permitía ocupar la mente y mantenerme concentrada», recordaba e la.<br />

Eason hizo lo que nadie en Stanford había terminado de hacer: ocuparse de todos los aspectos relativos al cuidado médico.<br />

Como él dirigía el centro, podía coordinar la recuperación del trasplante, los análisis, los tratamientos para el dolor, la<br />

alimentación, la rehabilitación y los cuidados de enfermería. Incluso se paraba en el quiosco para coger las bebidas<br />

energéticas que le gustaban a Jobs.<br />

Dos de las enfermeras, procedentes de pequeños pueblos de Mississippi, se convirtieron en las preferidas de Jobs. Eran<br />

robustas madres de familia que no se sentían intimidadas por él. Eason dispuso que quedaran asignadas únicamente a<br />

Jobs. «Para tratar a Steve hace falta ser persistente —recordaba Tim Cook—. Eason lo mantuvo bajo control y le obligó a<br />

hacer cosas que nadie más podía, cosas que eran buenas para él y que podían no resultar agradables».<br />

A pesar de todas aque las atenciones, Jobs estuvo a punto de volverse loco en varias ocasiones. Le irritaba no tener el<br />

control de la situación, y a veces sufría<br />

alucinaciones o montaba en cólera. Incluso consciente solo a medias, salía a la luz su fuerte personalidad. En cierta<br />

ocasión, el neumólogo trató de colocarle una mascari la sobre la cara mientras se encontraba profundamente sedado. Jobs<br />

se la arrancó, y murmuró que tenía un diseño horroroso y que se negaba a levarla. Aunque casi no era capaz de hablar, les<br />

ordenó que trajeran cinco tipos diferentes de mascari las para elegir un diseño que le gustara. Los médicos miraron a Powe<br />

l, desconcertados. Al final e la logró distraerlo el tiempo suficiente como para que le pusieran la mascari la. Jobs también<br />

detestaba el monitor de oxígeno que le habían puesto en el dedo. Les dijo a los médicos que era feo y demasiado<br />

complicado. Sugirió algunas formas de simplificar su diseño. «Estaba muy atento a cada deta le del entorno y a los objetos<br />

que lo rodeaban, y aque lo lo agotaba», recordaba Powe l.<br />

Un día, cuando todavía deambulaba en los límites de la consciencia, Kathryn Smith, la amiga de Powe l, fue a visitarlo. Su<br />

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