Create successful ePaper yourself
Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.
contestó el pobre hombre mientras se levantaba para irse.<br />
A pesar de su odioso comportamiento, Jobs también tenía la habilidad de dotar a su equipo con un gran espíritu de<br />
compañerismo. Tras arremeter contra alguien,<br />
encontraba la forma de levantarle la moral y hacerle sentir que formar parte del proyecto del Macintosh era una misión<br />
fascinante. Y una vez por semestre, se l evaba a gran parte de su equipo a un retiro de dos días en algún cercano destino<br />
vacacional. El de septiembre de 1982 se celebró en Pajaro Dunes, cerca de la localidad californiana de Monterrey. Al í,<br />
sentados junto al fuego en el interior de una cabaña, se encontraban unos cincuenta miembros del equipo. Frente a el os,<br />
Jobs se situaba en una mesa. Habló con voz queda durante un rato, y a continuación se acercó a un atril provisto de<br />
grandes hojas de papel, donde comenzó a escribir sus ideas.<br />
<strong>La</strong> primera era: «No cedáis». Se trataba de una máxima que, con el tiempo, resultó ser beneficiosa y dañina a la vez. Con<br />
frecuencia, los equipos técnicos tenían que llegar a soluciones de compromiso, de manera que el Mac iba a terminar siendo<br />
todo lo «absurdamente genial» que Jobs y su equipo pudieran, aunque no fue lanzado<br />
al mercado hasta pasados otros dieciséis meses, mucho más tarde de lo previsto. Tras mencionar una fecha estimada para<br />
el fin del proyecto, les dijo que «sería preferible no cumplirla antes que entregar el producto equivocado». Otro director de<br />
proyecto habría estado dispuesto a realizar algunas concesiones, fijando fechas parciales tras las cuales no podría<br />
realizarse cambio alguno. Jobs no. Y escribió otra máxima: «No está acabado hasta que sale al mercado».<br />
Otra de las páginas contenía una frase similar a un koan que, según me contó, era su máxima favorita. «El viaje es la<br />
recompensa», rezaba. A Jobs le gustaba resaltar que el equipo del Mac era un grupo especial con una misión muy elevada.<br />
Algún día todos echarían la vista atrás para reflexionar sobre el tiempo que habían pasado juntos y, tras olvidarse o reírse<br />
de los momentos más dolorosos, lo verían como una de las etapas más importantes y mágicas de su vida.<br />
Al final de la presentación preguntó: «¿Queréis ver algo bueno?». Entonces sacó un aparato del tamaño aproximado de<br />
una agenda de escritorio. Cuando lo abrió resultó ser un ordenador que podías colocarte sobre el regazo, con el teclado y la<br />
pantal a unidos como en un cuaderno. «Esto es lo que sueño que haremos entre mediados y finales de los ochenta»,<br />
anunció. Estaban construyendo una empresa estadounidense duradera, una que iba a inventar el futuro.<br />
Durante los dos días siguientes asistieron a presentaciones preparadas por varios jefes de equipo y por el influyente<br />
analista de la industria informática Ben Rosen.<br />
Por las tardes contaban con mucho tiempo para celebrar fiestas y bailes en la piscina. Al final, Jobs se presentó ante los al í<br />
reunidos y pronunció un discurso. «Con cada día que pasa, el trabajo que están l evando a cabo las cincuenta personas<br />
aquí presentes envia una onda gigantesca por el universo —afirmó—. Ya sé que a veces es un poco difícil tratar conmigo,<br />
pero esta es la cosa más divertida que he hecho en mi vida». Años más tarde, la mayoría de los que se encontraban entre<br />
aquel público todavía se reían con el recuerdo del fragmento en el que afirmó que era «un poco difícil de tratar» y coincidían<br />
con él en que crear aquel a onda gigante fue lo más divertido que habían realizado en su vida.<br />
El retiro siguiente tuvo lugar a finales de enero de 1983, el mismo mes en que se presentó el Lisa en el mercado, aunque<br />
en él se produjo un sutil cambio en la tónica de la reunión. Cuatro meses antes, Jobs había escrito en su atril: «¡No<br />
cedáis!». En esta ocasión, una de las máximas era: «Los auténticos artistas acaban sus productos». <strong>La</strong> gente estaba muy<br />
estresada. Atkinson, que había sido apartado de las entrevistas publicitarias para la presentación del Lisa, irrumpió en la<br />
habitación de hotel de Jobs y lo amenazó con dimitir. Jobs trató de minimizar aquel desaire, pero Atkinson se negaba a<br />
calmarse. Jobs se mostró contrariado. «No tengo tiempo para hablar de esto ahora —afirmó—. Hay sesenta personas ahí<br />
fuera que están dejándose la piel en el Macintosh, y esperan a que yo dé comienzo a la reunión». Tras decir aquel o, pasó<br />
junto a Atkinson y salió por la puerta para dirigirse a sus fieles.<br />
Jobs pronunció entonces un vehemente discurso en el que dijo que ya había resuelto la disputa con la empresa de aparatos<br />
de audio McIntosh para utilizar el nombre Macintosh (en realidad aquel asunto todavía se estaba negociando, pero la<br />
situación requería echar mano del clásico campo de distorsión de la realidad). Luego sacó una botel a de agua mineral y<br />
bautizó simbólicamente al prototipo en el escenario. Atkinson, desde el fondo de la sala, oyó cómo la multitud lo vitoreaba, y<br />
con un suspiro se unió al grupo. <strong>La</strong> fiesta que tuvo lugar a continuación incluía bañarse desnudos en la piscina, una<br />
hoguera en la playa y música a todo volumen durante la noche entera, lo que motivó que el hotel, l amado <strong>La</strong> Playa y<br />
situado en Carmel, les pidiera que no volvieran nunca más. Unas semanas después, Jobs nombró a Atkinson «socio de<br />
Apple», lo que suponía un aumento de sueldo, la asignación de opciones de compra y el derecho a elegir sus propios<br />
proyectos. Además, se acordó que cada vez que en el Macintosh se abriera el programa de dibujo que él estaba creando,<br />
en la pantal a podría leerse «MacPaint, por Bil Atkinson».<br />
Otra de las máximas de Jobs durante aquel retiro de enero fue: «Es mejor ser un pirata que ingresar en la marina». Quería<br />
despertar en su equipo un espíritu rebelde, lograr que se comportaran como aventureros orgul osos de su trabajo, pero<br />
también dispuestos a robárselo a los demás. Tal y como señaló Susan Kare, «quería que en nuestro grupo tuviéramos un<br />
espíritu de renegados, la sensación de que podíamos movernos rápido, de que podíamos conseguir nuestros objetivos».<br />
79<br />
www.LeerLibrosOnline.net