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La Biografia, Juan Mancera

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ordenador más barato y mejor que el Lisa, y podemos sacarlo antes que e los al mercado», arengó a su equipo.<br />

Jobs reafirmó su control sobre el grupo al cancelar un seminario que Raskin debía impartir a la hora de comer ante toda la<br />

compañía en febrero de 1981. Raskin acudió a la sala de conferencias de todas formas y descubrió que había a lí unas cien<br />

personas esperando para escucharlo. Jobs no se había molestado en notificarle a nadie más su orden de cancelación, así<br />

que Raskin siguió adelante y dio su charla. Aquel incidente levó a Raskin a enviarle una virulenta nota a Mike Scott, de<br />

nuevo ante la difícil tesitura de ser un presidente que trataba de manejar al temperamental cofundador de la compañía y a<br />

uno de sus principales accionistas. El texto se titulaba<br />

«Trabajar para/con Steve Jobs», y en él Raskin afirmaba:<br />

Es un directivo horrible. [...] Siempre me gustó Steve, pero he descubierto que resulta imposible trabajar con él. [...] Jobs<br />

falta con regularidad a sus citas. Esto es algo tan conocido que ya es casi un chiste común entre los trabajadores. [...] Actúa<br />

sin pensar y con criterios erróneos. [...] No reconoce los méritos de aquellos que lo merecen. [...] Muy a menudo, cuando le<br />

presentan una nueva idea, la ataca de inmediato y asegura que es inútil o incluso estúpida, que ha sido una pérdida de<br />

tiempo trabajar en ella. Esto, por sí mismo, ya es muestra de una mala gestión, pero si la idea es buena, no tarda en<br />

hablarle a todo el mundo de ella como si hubiera sido suya. [...] Interrumpe a los demás y no escucha.<br />

Esa tarde, Scott lamó a Jobs y a Raskin para que se enfrentaran ante Markkula. Jobs comenzó a lorar. Raskin y él solo se<br />

pusieron de acuerdo en una cosa: ninguno de e los podía trabajar para el otro. En el proyecto de Lisa, Scott se había<br />

puesto de parte de Couch. En esta ocasión, decidió que lo mejor era dejar que ganara Jobs. Al fin y al cabo, el Mac era un<br />

proyecto de desarro lo menor situado en un edificio lejano que podía mantener a Jobs ocupado y alejado de la sede<br />

principal. A Raskin le pidieron que se tomara una temporada de permiso. «Querían contentarme y darme algo que hacer, lo<br />

cual me parecía bien —recordaba Jobs—. Para mí era como regresar al garaje. Tenía mi propio equipo con gente<br />

variopinta y estaba al mando».<br />

Puede que la expulsión de Raskin parezca injusta, pero al final acabó siendo buena para el Macintosh. Raskin quería una<br />

aplicación con poca memoria, un procesador anémico, una cinta de casete, ningún ratón y unos gráficos mínimos. A<br />

diferencia de Jobs, quizá hubiera sido capaz de mantener ajustados los precios hasta unos 1.000 dólares, y aque lo podría<br />

haber ayudado a Apple a ganar algo de cuota de mercado. Sin embargo, no podría haber logrado lo que hizo Jobs, que fue<br />

crear y comercializar una máquina que transformó el mundo de los ordenadores personales. De hecho, podemos ver<br />

adónde leva ese otro camino que no tomaron. Raskin fue contratado por Canon para construir la máquina que él quería.<br />

«Fue el Canon Cat, y resultó un fracaso absoluto —comentó Atkinson—. Nadie lo quería. Cuando Steve convirtió el Mac en<br />

una versión compacta del Lisa, lo transformó en una plataforma informática, más que un electrodoméstico casero».*<br />

LAS TORRES TEXACO<br />

Unos días después de que se marchara Raskin, Jobs apareció por el cubículo de Andy Hertzfeld, un joven ingeniero del<br />

equipo del Apple II con rasgos angelicales y una actitud angelical, un poco como su colega Burre l Smith. Hertzfeld<br />

recordaba que la mayoría de sus colegas temían a Jobs «por sus arranques de cólera y su tendencia a decirle a todo el<br />

mundo exactamente lo que pensaba, lo que en muchos casos no era demasiado positivo». Sin embargo, a Hertzfeld le<br />

entusiasmaba aquel hombre. «¿Eres bueno? —preguntó Jobs nada más entrar—. Solo queremos a los mejores en el Mac,<br />

y no estoy seguro de si eres lo suficientemente bueno». Hertzfeld sabía cómo debía contestar. «Le dije que sí, que pensaba<br />

que era lo bastante bueno».<br />

Jobs se marchó y Hertzfeld volvió a su trabajo. Esa misma tarde, lo sorprendió mirando por encima de la pared de su<br />

cubículo. «Te traigo buenas noticias —anunció<br />

—. Ahora trabajas en el equipo del Mac. Ven conmigo».<br />

Hertzfeld respondió que necesitaba un par de días más para acabar el producto en el que estaba trabajando para el Apple<br />

II. «¿Qué es más importante que trabajar<br />

en el Macintosh?», quiso saber Jobs. Hertzfeld le explicó que necesitaba darle forma a su programa de DOS para el Apple<br />

II antes de podérselo pasar a alguien más.<br />

«¡Estás perdiendo el tiempo con eso! —contestó Jobs—. ¿A quién le importa el Apple II? El Apple II estará muerto en unos<br />

años. ¡El Macintosh es el futuro de Apple, y vas a ponerte con e lo ahora mismo!». Y acto seguido, Jobs desenchufó el<br />

cable de su Apple II, lo que hizo que el código en el que estaba trabajando se desvaneciera. «Ven conmigo —ordenó—.<br />

Voy a levarte a tu nuevo despacho». Jobs se levó a Hertzfeld, con ordenador y todo, en su Mercedes plateado hasta las<br />

oficinas de Macintosh. «Aquí está tu nuevo despacho —anunció, dejándolo caer en un hueco junto a Burre l Smith—.<br />

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