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La Biografia, Juan Mancera

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profundamente de alguien aparentemente incapaz de prestarte su atención era un tipo particular de infierno que no le<br />

desearía a nadie.<br />

Eran diferentes en muchísimos aspectos. «En la escala entre la amabilidad y la crueldad, se encuentran cerca de los polos<br />

opuestos», afirmó Hertzfeld en una ocasión. <strong>La</strong> amabilidad de Redse se hacía notar en los gestos grandes y en los<br />

pequeños. Siempre les daba limosna a los mendigos, participaba como voluntaria en la atención de pacientes con<br />

enfermedades mentales (como su padre, convaleciente) y se aseguró de que Lisa —e incluso Chrisann— se sintieran<br />

cómodas con ella. Fue la persona que más contribuyó a la hora de convencer a Jobs para que pasara más tiempo con Lisa.<br />

Sin embargo, le faltaban la ambición o la determinación que él poseía. El aire etéreo que le hacía parecer tan espiritual a<br />

ojos de Jobs también dificultaba que ambos sintonizaran. «Su relación era increíblemente tormentosa — comentó<br />

Hertzfeld—. Debido a su diferente personalidad, se enzarzaban en montones y montones de peleas».<br />

También mantenían una diferencia filosófica básica acerca de si los gustos estéticos eran algo fundamentalmente<br />

individual, como defendía Redse, o si había una estética ideal y universal que la gente debía aprender, como pensaba<br />

Jobs. Ella lo acusaba de estar demasiado influido por el movimiento Bauhaus. «Steve creía que nuestra misión era formar<br />

el sentido estético de los demás, enseñarles qué debería gustarles —recordaba—. Yo no comparto esa perspectiva. Creo<br />

que si escuchamos con atención, tanto dentro de nosotros mismos como al resto, somos capaces de permitir que las ideas<br />

innatas y verdaderas que hay en nosotros salgan a la luz».<br />

Cuando pasaban juntos largos períodos de tiempo, las cosas no funcionaban bien. Sin embargo, cuando estaban<br />

separados, Jobs suspiraba de amor por ella. Al final, en el verano de 1989, él le pidió matrimonio. Redse no podía hacerlo.<br />

Les dijo a sus amigos que algo así acabaría volviéndola loca. Se había criado en un hogar inestable, y su relación con Jobs<br />

mostraba demasiadas similitudes. Añadió que eran polos opuestos que se atraían, pero que la combinación resultaba<br />

demasiado explosiva. «Yo no podría haber sido una buena esposa para “Steve Jobs”, el icono —explicó posteriormente—.<br />

Se me habría dado fatal en muchos sentidos. En lo relativo a nuestras interacciones personales, yo no podía tolerar su falta<br />

de amabilidad. No quería herirlo, pero tampoco quería quedarme allí plantada y ver cómo hería a otras personas. Era una<br />

tarea dolorosa y agotadora».<br />

Después de la ruptura, Redse ayudó a fundar OpenMind, una red californiana de recursos sobre salud mental. Una vez leyó<br />

en un manual de psiquiatría información acerca del trastorno narcisista de la personalidad y pensó que Jobs se adecuaba<br />

perfectamente a la descripción. «Se ajustaba con tanta claridad y explicaba tantos conflictos a los que nos habíamos<br />

enfrentado, que me di cuenta de que esperar que se volviera más agradable o menos egocéntrico era como esperar que un<br />

ciego pudiera ver —afirmó—. También explicaba alguna de las elecciones que tomó con respecto a su hija Lisa por aquel<br />

entonces. Creo que el problema es la empatía, el hecho de carecer de ella».<br />

Posteriormente, Redse se casó, tuvo dos hijos y se divorció. De vez en cuando, Jobs suspiraba por su amor, incluso<br />

estando felizmente casado. Y cuando comenzó<br />

su batalla contra el cáncer, ella se puso de nuevo en contacto con él para ofrecerle su apoyo. Se volvía muy sensible<br />

siempre que recordaba su relación con Jobs.<br />

«Aunque nuestros valores estaban enfrentados y hacían imposible tener la relación que una vez habíamos deseado —me<br />

dijo—, el amor y el cariño que sentí por él hace décadas han seguido vivos». Del mismo modo, Jobs comenzó de pronto a<br />

llorar una tarde mientras estaba sentado en su salón recordando el tiempo pasado con ella. «Era una de las personas más<br />

puras que he conocido —afirmó con las lágrimas resbalándole por las mejillas—. Había algo espiritual en ella y algo<br />

espiritual en la conexión que compartíamos». Aseguró haber lamentado siempre su incapacidad para lograr que la relación<br />

funcionase, y sabía que ella también lo sentía. Sin embargo, no estaba destinado a ocurrir, y así lo habían acordado los<br />

dos.<br />

LAURENE POWELL<br />

A estas alturas, y basándose en los datos de su historial amoroso, una casamentera podría haber elaborado un retrato<br />

robot de la mujer adecuada para Jobs. Inteligente pero sencilla. Suficientemente dura como para hacerle frente, pero<br />

suficientemente zen como para elevarse por encima de la agitación de su vida. Con buena formación e independiente, pero<br />

dispuesta a adaptarse a él y a la creación de una familia. Sensata, pero con un toque etéreo. Con sentido común suficiente<br />

como para saber controlarlo, pero lo suficientemente segura de sí misma como para no necesitar hacerlo constantemente.<br />

Y tampoco le vendría mal ser una rubia guapa y esbelta con sentido del humor a la que le gustara la comida vegetariana<br />

orgánica. En octubre de 1989, después de la ruptura con Tina Redse, una mujer exactamente así entró en su vida.<br />

Para ser más concretos, una mujer exactamente así entró en su aula. Jobs había accedido a impartir una charla como parte<br />

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