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La Biografia, Juan Mancera

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competencia o ganar mucho dinero, sino el de fabricar el mejor producto posible, o incluso uno todavía mejor». Hasta el<br />

punto de que l evó a su equipo a ver una exposición de cristales de Tiffany en el Museo Metropolitano de Nueva York,<br />

porque creía que podrían aprender del ejemplo de Louis Tiffany, que había creado un tipo de arte susceptible de ser<br />

reproducido en serie. «Hablamos acerca de cómo Louis Tiffany no había producido todo aquel o con sus propias manos,<br />

sino que había sido capaz de transmitir sus diseños a otras personas —recordaba Bud Tribble—. Entonces nosotros nos<br />

dijimos: “Oye, ya que vamos a dedicar nuestra vida a construir estos aparatos, más vale que los hagamos bonitos”».<br />

¿Era necesario todo este comportamiento temperamental e insultante? Probablemente no, y tampoco estaba justificado.<br />

Había otras formas de motivar a su equipo.<br />

Aunque el Macintosh resultó ser un gran producto, se retrasó mucho en los plazos y superó ampliamente el presupuesto<br />

planeado debido a las impetuosas intervenciones de Jobs. También se cobró un precio en sensibilidades heridas, lo que<br />

causó que gran parte del equipo acabara quemado. «<strong>La</strong>s contribuciones de Steve podrían haberse l evado a cabo sin<br />

tantas escenas de terror entre sus colaboradores —opinó Wozniak—. A mí me gusta ser más paciente y no generar tantos<br />

conflictos. Creo que una compañía puede ser como una buena familia. Si yo hubiera dirigido el proyecto del Macintosh,<br />

probablemente todo se hubiera embrol ado demasiado. Sin embargo, creo que si hubiésemos combinado nuestros estilos,<br />

el resultado habría sido mejor que el que logró Steve».<br />

Pero el estilo de Jobs tenía su lado positivo. Los empleados de Apple sentían una irrefrenable pasión por crear productos<br />

de vanguardia y un sentimiento de que podían lograr lo que parecía imposible. Encargaron camisetas en las que podía<br />

leerse: «¡Noventa horas a la semana, y encantados!». <strong>La</strong> mezcla entre el miedo hacia Jobs y una necesidad increíblemente<br />

fuerte de impresionarlo los l evó a superar sus propias expectativas. Aunque él había impedido que su equipo l egara a<br />

compromisos que habrían abaratado los costes del Mac y habrían permitido terminarlo antes, también había evitado que se<br />

contentaran con los arreglos chapuceros camuflados en forma de soluciones sensatas.<br />

«Aprendí con los años que, cuando cuentas con gente muy buena, no necesitas estar siempre encima de el os —explicó<br />

Jobs posteriormente—. Si esperas que hagan grandes cosas, puedes conseguir que hagan grandes cosas. El equipo<br />

original del Mac me enseñó que a los jugadores de primera división les gusta trabajar juntos, y que no les gusta que toleres<br />

un trabajo de segunda. Pregúntaselo a cualquiera de los miembros de aquel equipo. Todos te dirán que el sufrimiento<br />

mereció la pena».<br />

<strong>La</strong> mayoría de el os así lo hacen. «En medio de una reunión podía gritar: “Pedazo de imbécil, nunca haces nada a<br />

derechas” —recordaba Debi Coleman—. Aquel o<br />

ocurría aproximadamente cada hora. Aun así, me considero la persona más afortunada del universo por haber trabajado<br />

con él».<br />

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