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Diez Negritos De Agatha Christie 5 Diez negritos se fueron a cenar ...

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simular mi muerte. A los ojos de los demás —le dije al doctor— debía pasar por la próxima<br />

víctima, lo cual haría que el a<strong>se</strong>sino <strong>se</strong> alarma<strong>se</strong> y a mi me permitiría ir y venir<br />

tranquilamente para espiar al criminal desconocido.<br />

Esta idea entusiasmó al tonto de Armstrong y fue todo preparado. Un emplaste de barro<br />

colocado en la frente, la cortina escarlata del cuarto de baño y los ovillos de lana de miss<br />

Brent eran los accesorios para la decoración. Nos iluminaríamos con velas y el doctor no<br />

dejaría acercar<strong>se</strong> a nadie.<br />

Todo ocurrió como esperaba. Miss Claythorne dio unos gritos de pánico al contacto con la<br />

cuerda de algas. Todos <strong>se</strong> lanzaron a la escalera y yo me aproveché para tomar la actitud de<br />

un juez a<strong>se</strong>sinado.<br />

El efecto producido sobrepasó todas mis esperanzas. Armstrong de<strong>se</strong>mpeñó<br />

soberbiamente su papel. Me llevaron a mi cuarto y me dejaron en la cama, no cuidándo<strong>se</strong><br />

ya más de mi persona. Cada uno tuvo miedo indecible de sus compañeros.<br />

Había dado cita al doctor fuera de la casa a las dos de la madrugada. Le llevé a lo alto de los<br />

acantilados que hay tras la casa, al abrigo de miradas indiscretas —pues las ventanas de las<br />

habitaciones daban sobre la fachada—, y desde donde veríamos si venía alguien por<br />

nuestro lado.<br />

<strong>De</strong> repente lancé una exclamación e invité al doctor a que <strong>se</strong> acerca<strong>se</strong> al borde para dar<strong>se</strong><br />

cuenta de si había una cueva más abajo. Sin desconfiar, <strong>se</strong> inclinó y no tuve más que<br />

empujarle para precipitarle al mar.<br />

Volví a la casa y sin duda mis pisadas las oyó Blove. Entré en el cuarto de Armstrong para<br />

volver a salir y producir esta vez ruido suficiente para que me oye<strong>se</strong>n.<br />

Una puerta <strong>se</strong> abrió y bajé la escalera. <strong>De</strong>bieron verme cuando salía. Un minuto o dos<br />

pasaron antes de que los dos hombres <strong>se</strong> lanzaran a mi captura. Di la vuelta a la casa y entré<br />

por la ventana del comedor, que había dejado abierta. <strong>De</strong>spués de cerrarla rompí el cristal y<br />

subí a echarme en mi cama «para hacer el muerto».<br />

Era fácil prever que de nuevo registrarían la casa para ver si <strong>se</strong> escondía el doctor, pero sin<br />

examinar detenidamente los cadáveres. Lo necesario para a<strong>se</strong>gurar<strong>se</strong> que Armstrong no les<br />

jugaba una mala pasada al sustituir<strong>se</strong> por una de las víctimas.<br />

Olvidaba decir que el revólver lo pu<strong>se</strong> en la mesilla de noche de Lombard. Lo tuve<br />

escondido en el armario de la cocina que contenía muchas con<strong>se</strong>rvas, dentro de un bote de<br />

bizcochos de los que estaban debajo, pues pensaba que no iban a abrirlos todos.<br />

La cortina, muy bien doblada, la pu<strong>se</strong> debajo del tapiz persa que recubría el asiento de una<br />

de las sillas del salón y la lana en el cojín de la butaca después de haberle hecho una<br />

abertura.<br />

Llegó entonces el momento que esperaba con más ansiedad; quedaban sólo tres personas<br />

en la isla, horrorizadas las unas de las otras y podía ocurrir lo peor... y una tenía revólver.<br />

Los espiaba desde las ventanas de la casa y cuando vi a Blove acercar<strong>se</strong> solo, cogí el bloque<br />

de mármol dispuesto al borde de la ventana. Así acabé con Blove.<br />

Vi cómo Vera Claythorne descargaba el revólver sobre Lombard. Estaba <strong>se</strong>guro que esa<br />

joven audaz era de la talla de Lombard para enfrentar<strong>se</strong> con él.<br />

Inmediatamente dispu<strong>se</strong> la decoración en el cuarto de Vera y esperaba ansiosamente el<br />

resultado de esta experiencia psicológica. La tensión nerviosa producida por el homicidio<br />

que acababa de realizar, la fuerza hipnótica del ambiente y los remordimientos de su falta,<br />

¿<strong>se</strong>rian suficientes?<br />

No me engañé. Se ahorcó delante de mis ojos, pues estaba escondido en la oscuridad del<br />

armario y <strong>se</strong>guí todos sus movimientos.<br />

Y ahora llega el último acto del drama. Salí del escondite y quité la silla, poniéndola contra<br />

la pared.<br />

<strong>Agatha</strong> <strong>Christie</strong><br />

<strong>Diez</strong> <strong>Negritos</strong><br />

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