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Diez Negritos De Agatha Christie 5 Diez negritos se fueron a cenar ...

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—Escúcheme. Creo que es inútil buscar por más tiempo al autor de estas muertas<br />

sucesivas, pues es la mujer que en estos momentos <strong>se</strong> encuentra en el comedor.<br />

—¿En qué basa su acusación? —preguntó Armstrong.<br />

—La locura mística. ¿Qué piensa usted, doctor?<br />

—Perfectamente verosímil y ninguna acusación voy a formular; pero... nos hacen falta<br />

pruebas antes que nada.<br />

—Tenía un aspecto muy raro cuando preparábamos el desayuno —explicó Vera—, sus<br />

ojos.<br />

Vera <strong>se</strong> estremeció.<br />

—Hay otra cosa —dijo Blove—. Es la única entre nosotros que no ha querido hablar<br />

después de la audición del disco del gramófono. ¿Por qué? Porque ella no podía darnos<br />

ninguna explicación.<br />

—¡Eso no es verdad! —exclamó Vera—. Pues ella, más tarde, me ha hecho confidencias.<br />

—¿Qué le contó, miss Claythorne? —preguntó Wargrave.<br />

La joven repitió la historia de Beatriz Taylor. El juez hizo notar:<br />

—Este relato me parece sincero y de veras lo creo, pero dígame, miss Claythorne, ¿Emily<br />

Brent parecía experimentar remordimientos por su actitud en aquellas circunstancias?<br />

—Creo que no. No vi en ella ninguna emoción.<br />

—¡Esas solteronas virtuosas tienen el corazón tan duro como la piedra! —comentó<br />

Blove—. La envidia las devora.<br />

—Son las doce menos diez y debemos rogar a miss Brent que venga —indicó el juez.<br />

—¿No piensa usted tomar ninguna medida? —preguntó Blove.<br />

—¿Qué decisión puedo tomar? —preguntó el magistrado—. Por ahora no tenemos más<br />

que sospechas. Sin embargo pediré al doctor que la ob<strong>se</strong>rve. Vayamos al comedor a<br />

buscarla.<br />

La encontraron <strong>se</strong>ntada en la butaca donde la habían dejado. Tenía la cabeza vuelta hacia la<br />

puerta y no vieron nada anormal sino que no <strong>se</strong> movía, como si no les hubie<strong>se</strong> visto entrar.<br />

<strong>De</strong>spués <strong>se</strong> fijaron en su cara... hinchada, sus labios azulados y los ojos como extraviados...<br />

—¡Dios mío! ¡Está muerta! —exclamó Blove.<br />

La voz fina y calmosa del juez Wargrave <strong>se</strong> oyó:<br />

—¡Otro de nosotros que es inocente...! ¡<strong>De</strong>masiado tarde!<br />

Armstrong <strong>se</strong> inclinó sobre la muerta. Olió los labios, examinó los ojos y movió la cabeza.<br />

—¿<strong>De</strong> qué ha muerto, doctor? —preguntó impaciente Lombard—. Estaba muy bien<br />

cuando la dejamos.<br />

La atención de Armstrong <strong>se</strong> fijó en el cuello por una <strong>se</strong>ñal que tenía a su lado derecho; tras<br />

una ligera pausa, dijo:<br />

—Es la <strong>se</strong>ñal de una jeringuilla hipodérmica.<br />

Se oyó un zumbido en la ventana y Vera gritó:<br />

—¡Miren! ¡Una abeja! Acuérden<strong>se</strong> de lo que les decía esta mañana.<br />

—No ha sido e<strong>se</strong> animalejo el que le ha picado. Una mano humana tenia la jeringuilla.<br />

—¿Qué cla<strong>se</strong> de veneno le han inyectado? —preguntó el juez.<br />

—A primera vista —respondió Armstrong—, probablemente cianuro de potasio... lo<br />

mismo que a Marston. Ha debido morir instantáneamente por asfixia.<br />

—Sin embargo esta abeja... —ob<strong>se</strong>rvó Vera—, ¿no es una coincidencia?<br />

—¡Oh, no! —respondió Lombard—. ¡No es una coincidencia! El a<strong>se</strong>sino persiste en dar un<br />

poco de color local a sus crímenes. ¡Es un alegre viejo libertino! Sigue al pie de la letra las<br />

estrofas de esa satánica canción de cuna.<br />

Por primera vez el capitán Lombard <strong>se</strong> expresaba con voz temblorosa.<br />

Se adivinaba que su valor, probado por una carrera llena de vicisitudes y peligros, empezaba<br />

<strong>Agatha</strong> <strong>Christie</strong><br />

<strong>Diez</strong> <strong>Negritos</strong><br />

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