Diez Negritos De Agatha Christie 5 Diez negritos se fueron a cenar ...
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—En cuanto a esa canoa...<br />
Blove le miró; bajando la cabeza dijo:<br />
—Adivino su pensamiento, mister Lombard, yo me he preguntado lo mismo; la canoa hace<br />
más de dos horas que debiera estar aquí y aún no ha llegado. ¿Por qué?<br />
—¿Usted encuentra una explicación?<br />
—No es un accidente; oiga lo que pienso. Creo que esto forma parte de la mi<strong>se</strong> en scene. En<br />
este asunto todo es probable.<br />
—Entonces, ¿usted cree que no vendrá ya? —añadió Lombard.<br />
Tras él una voz... impaciente decía:<br />
—La canoa no vendrá.<br />
Blove volvió<strong>se</strong> ligeramente y percibió al que acababa de proferir esta fra<strong>se</strong>.<br />
—Entonces, mi general; ¿usted también duda de que venga?<br />
—Seguro que no vendrá; todos contamos con esa barca para abandonar la isla del Negro,<br />
pero ¿quiere saber mi opinión? Pues que no nos marcharemos de esta isla. Ninguno de<br />
nosotros saldrá de ella. Esto es el fin...¿me comprenden...? ¡El fin de todo!<br />
Dudó un momento y añadió con voz extraña:<br />
—Disfrutamos de la paz... sí, de una paz dura.... llegar al final del viaje... no más<br />
inquietudes... la paz...<br />
Dio media vuelta y <strong>se</strong> alejó por la terraza hacia la cuesta que conducía al mar... en la<br />
extremidad de la isla donde las rocas <strong>se</strong> despegan y a veces caían al mar. Andaba como si<br />
estuvie<strong>se</strong> adormecido.<br />
—Uno que está ya medio loco —exclamó Blove—. Creo que todos vamos a perder la<br />
cabeza.<br />
—Me parece que usted no la pierde —rectificó Lombard.<br />
El ex inspector <strong>se</strong> echó a reír.<br />
—Me hacen falta muchas cosas para enloquecerme, y apuesto a que usted no sucumbirá a<br />
la demencia colectiva.<br />
—Por ahora me encuentro sano de cuerpo y espíritu —añadió Lombard.<br />
El doctor Armstrong <strong>se</strong> fue a la terraza, estuvo allí un momento indeciso. A su izquierda <strong>se</strong><br />
encontraba Blove y Lombard, a la derecha, Wargrave <strong>se</strong> pa<strong>se</strong>aba meditabundo. Al cabo de<br />
un instante, el doctor <strong>se</strong> volvió hacia el juez, pero en aquel momento Rogers salía de prisa<br />
de la casa.<br />
—Doctor, ¿podría hablarle unas palabras tan sólo?<br />
Armstrong <strong>se</strong> volvió, y parecía sorprendido de la expresión del criado. Este tenía la faz<br />
verdosa y temblorosas las manos. El contraste entre la re<strong>se</strong>rva de antes y su emoción actual<br />
era tan chocante, que el doctor quedó estupefacto.<br />
—Doctor —insistió—, tengo absoluta necesidad de hablarle. ¿Quiere usted que entremos<br />
en la casa?<br />
Penetraron en ella.<br />
—Pero ¿qué le pasa, Rogers? Tranquilíce<strong>se</strong> usted.<br />
—Venga por aquí, doctor.<br />
Abrió el comedor, en el cual entró el doctor, y Rogers cerró la puerta tras de él.<br />
—Bueno, ¿qué es lo que le pasa?<br />
—Mire, <strong>se</strong>ñor; aquí pasan cosas muy raras que yo no comprendo. Usted me tratará de loco,<br />
<strong>se</strong>ñor, pero es necesario averiguar cómo ha ocurrido, porque yo no me lo explico.<br />
—Bueno, ¿me quiere decir de qué <strong>se</strong> trata? No me gustan las adivinanzas.<br />
—Se trata de las figuritas de porcelana que están encima de la mesa. Había diez; lo puedo<br />
jurar que había diez.<br />
—Es cierto, las contamos ayer noche a la hora de la cena.<br />
<strong>Agatha</strong> <strong>Christie</strong><br />
<strong>Diez</strong> <strong>Negritos</strong><br />
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