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Diez Negritos De Agatha Christie 5 Diez negritos se fueron a cenar ...

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Lombard alzó los hombros con gesto despectivo.<br />

—¡Bah! He dado muchas vueltas por el mundo.<br />

Y pensaba para sí: «Este viejo militar me va, <strong>se</strong>guramente, a preguntar si durante la Gran<br />

Guerra estaba en edad de coger el fusil. Con esta gente siempre pasa lo mismo.»<br />

Sin embargo, el general MacArthur no hizo ninguna alusión a la guerra.<br />

<strong>De</strong>spués de haber subido a una colina escarpada, descendieron hacia Sticklehaven por un<br />

camino en zigzag. Este pueblecito sólo tenía varias casuchas, con una o dos barcas de pesca<br />

varadas en la playa.<br />

Por primera vez contemplaron la isla del Negro, que surgía del mar, hacia el sur, iluminada<br />

por el sol poniente.<br />

—Pero ¡si estamos todavía muy lejos de ella! —exclamó sorprendida Vera.<br />

Se la había imaginado muy diferente, cerca de la ribera, coronada con una casa blanca; pero<br />

no <strong>se</strong> veía vivienda alguna. Sólo <strong>se</strong> percibía una enorme silueta rocosa que vagamente<br />

parecía<strong>se</strong> a una cara de negro. Su aspecto le pareció siniestro, y <strong>se</strong> estremeció. <strong>De</strong>lante de la<br />

posada de las Siete Estrellas, tres personas estaban <strong>se</strong>ntadas; el viejo juez con su espalda<br />

encorvada, miss Brent, derecha como un huso, y un hombre, un mocetón que, sin<br />

ceremonias, adelantándo<strong>se</strong>, <strong>se</strong> pre<strong>se</strong>ntó a si mismo.<br />

—Hemos creído que debíamos esperarles. Así no haremos más que un viaje. Permítanme<br />

que me pre<strong>se</strong>nte. Me llamo Davis, y he nacido en Natal, en África del Sur.<br />

Su jovial sonrisa le valió una mirada torva del juez Wargrave. Se diría que tenía de<strong>se</strong>os de<br />

dar la orden de despejar la sala del tribunal.<br />

—¿Alguien de<strong>se</strong>a tomar una copita antes de embarcarnos? —preguntó Davis, muy<br />

hospitalario.<br />

Nadie aceptó su invitación. Volvió<strong>se</strong> y, con el dedo levantado, decidió:<br />

—En e<strong>se</strong> caso no nos detengamos más. <strong>De</strong>ben de esperarnos nuestros anfitriones.<br />

Se habría podido ob<strong>se</strong>rvar un cierto malestar en las caras de los demás invitados, que sus<br />

últimas palabras parecían haber inmovilizado.<br />

En respuesta al signo de Davis, un hombre <strong>se</strong> destacó de la pared más próxima, contra la<br />

cual <strong>se</strong> apoyaba, y <strong>se</strong> acercó a ellos. Su paso balanceante indicaba en él al marino. Tenía la<br />

cara arrugada, los ojos sombríos y una expresión soñadora. Se expresó con el suave acento<br />

de <strong>De</strong>von.<br />

—Señoras y caballeros, ¿de<strong>se</strong>an salir en <strong>se</strong>guida para la isla? El barco está preparado. Otras<br />

dos personas tienen que llegar en auto, pero mister Owen me ha ordenado no esperarles, ya<br />

que pueden llegar en cualquier momento.<br />

El grupo <strong>se</strong> levantó y siguió al marino hacia un pequeño embarcadero, donde estaba<br />

amarrada una canoa automóvil.<br />

Emily Brent ob<strong>se</strong>rvó:<br />

—¡Qué barco más pequeño!<br />

—No impide que <strong>se</strong>a excelente. En muy poco tiempo la llevaría a Plymouth.<br />

El juez Wargrave dijo con aspereza:<br />

—¿No somos muchos?<br />

—Aún puede llevar doble número de pasajeros, <strong>se</strong>ñor.<br />

Philip Lombard intervino y, con voz agradable, concluyó:<br />

—¡Oh! Todo irá bien, hace un tiempo soberbio... el mar está en calma...<br />

Sin gran entusiasmo, miss Brent <strong>se</strong> dejó ayudar para subir a la canoa. Los demás la<br />

siguieron. Hasta este momento ninguna cordialidad <strong>se</strong> había establecido entre los invitados.<br />

Cada uno parecía estudiar a su vecino.<br />

En el instante en que la canoa iba a poner<strong>se</strong> en marcha, el marino <strong>se</strong> detuvo con el bichero<br />

en la mano. En la bajada que había hacia el pueblo un automóvil descendía a toda<br />

velocidad. Era un auto tan potente y de líneas tan perfectas que les causó el efecto de una<br />

aparición. Al volante estaba <strong>se</strong>ntado un joven que a la luz del crepúsculo parecía un héroe<br />

<strong>Agatha</strong> <strong>Christie</strong><br />

<strong>Diez</strong> <strong>Negritos</strong><br />

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