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Diez Negritos De Agatha Christie 5 Diez negritos se fueron a cenar ...

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Vera exclamó con cólera:<br />

—¡Pero usted está loco!<br />

Lentamente, el juez volvió los ojos hacia ella y la envolvió con su mirada fría e impasible de<br />

hombre acostumbrado a juzgar a los humanos. Vera pensaba: «Este juez me ob<strong>se</strong>rva como<br />

un objeto de experimentación y —la idea vino de repente con gran sorpresa suya— a este<br />

hombre no le soy simpática.»<br />

Muy dueño de sus palabras, el magistrado le acon<strong>se</strong>jó:<br />

—Querida jovencita, le ruego que trate de dominar sus <strong>se</strong>ntimientos. Yo no acuso —e<br />

inclinándo<strong>se</strong> hacia miss Brent—; espero, miss Brent, que usted no <strong>se</strong> habrá ofendido por<br />

mi insistencia al considerarnos a todos igualmente sospechosos.<br />

Miss Brent no levantó la cabeza de su labor. Y con un tono glacial respondió:<br />

—La idea de que pudie<strong>se</strong> <strong>se</strong>r acusada de la muerte de uno de mis <strong>se</strong>mejantes, y con mayor<br />

motivo si son tres, parecerá grotesca a los que conozcan mi carácter. Pero comprendo la<br />

situación: siéndonos extraños los unos a los otros, nadie puede dejar de <strong>se</strong>r sospechoso, ya<br />

que ninguno puede pre<strong>se</strong>ntar pruebas de su inocencia. Como acabo de decir, entre<br />

nosotros hay un monstruo.<br />

—Así, todos estamos de acuerdo —dijo el juez—. Llevaremos la averiguación sin<br />

exceptuar a nadie y no tendremos en cuenta ni el carácter moral ni la cla<strong>se</strong> social de cada<br />

uno de nosotros.<br />

—¿Y en cuanto a Rogers? —preguntó Lombard.<br />

—¿Qué? —exclamó el juez sin mirarle.<br />

—Según mi opinión, Rogers debiera de <strong>se</strong>r tachado de la lista —replicó Lombard.<br />

—¿Y por qué? Explíque<strong>se</strong>.<br />

—Lo primero es que no tiene la inteligencia para realizar tales hechos y por otra parte su<br />

mujer fue una de las víctimas.<br />

Una vez más centellearon los ojos del juez.<br />

—En mis tiempos he visto muchos hombres llevados ante el tribunal bajo la acusación de<br />

a<strong>se</strong>sinato de sus mujeres y con las pruebas aportadas han sido reconocidos culpables.<br />

—No busco contradecirle a usted —dijo Blove—. Que un hombre a<strong>se</strong>sine a su mujer entra<br />

en la esfera de las posibilidades; es hasta casi natural, añadiría yo. Pero no en el caso de<br />

Rogers; hasta admitiría que la hubie<strong>se</strong> matado por temor a que ella lo denuncia<strong>se</strong> o por<br />

haberle cobrado aversión y hasta quizá por querer contraer <strong>se</strong>gundas nupcias con alguna<br />

jovencita; pero no veo en él al enigmático mister Owen que <strong>se</strong> toma la justicia por su mano<br />

y comienza por suprimir a su esposa por un crimen que ha cometido en complicidad.<br />

El juez Wargrave le ob<strong>se</strong>rvó.<br />

—Usted <strong>se</strong> basa sobre lo que hemos oído para formar<strong>se</strong> de él una opinión, pero ignoramos<br />

si Rogers y su mujer realizaron verdaderamente la muerte de su <strong>se</strong>ñora. Puede <strong>se</strong>r que la<br />

acusación fuera falsa con objeto de colocar a Rogers en la misma situación que todos<br />

nosotros. El terror que ayer noche demostró la mujer de Rogers podría <strong>se</strong>r causado al dar<strong>se</strong><br />

cuenta del desarreglo mental de su marido.<br />

—Pien<strong>se</strong> usted como quiera —añadió Lombard—. Owen es uno de nosotros y no<br />

hagamos excepción alguna; nos atenemos a su parecer.<br />

—Repito que no haré ninguna excepción; no <strong>se</strong> ha de tener en cuenta la moralidad ni el<br />

nivel social de nadie; por ahora lo que importa es examinar el caso de cada uno <strong>se</strong>gún los<br />

hechos. En otros términos: ¿hay entre nosotros una o varias personas que no hubie<strong>se</strong>n<br />

podido materialmente administrar el cianuro a Marston o una fuerte dosis de soporíferos a<br />

la <strong>se</strong>ñora Rogers y golpear sañudamente al general?<br />

—Esto está bien hablado —exclamó Blove—. Vayamos al fondo del asunto. En cuanto a<br />

la muerte del joven Marston es muy difícil descubrir al culpable; hemos supuesto que<br />

alguien desde la terraza, por la ventana abierta echó en el vaso, que estaba en la mesa, el<br />

veneno. Pero también es cierto que uno de los que estábamos en el salón hubiera podido<br />

<strong>Agatha</strong> <strong>Christie</strong><br />

<strong>Diez</strong> <strong>Negritos</strong><br />

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