Diez Negritos De Agatha Christie 5 Diez negritos se fueron a cenar ...
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quejaba.<br />
Hábilmente, Rogers <strong>se</strong> interpuso entre las dos mujeres.<br />
—Permítame, <strong>se</strong>ñorita, decirle una palabra... Ethel... Ethel... no te atormentes, no es nada<br />
<strong>se</strong>rio..., ¿me comprendes...? Anímate un poco.<br />
La criada respiraba con dificultad. Sus ojos fijos y asustados recorrieron todas las caras. La<br />
voz de su marido <strong>se</strong> hacía cada vez más fuerte:<br />
—Anda, Ethel, no te excites.<br />
—Se encontrará mejor dentro de poco; sólo <strong>se</strong> trata de una broma —le dijo el doctor<br />
amablemente, en animoso tono.<br />
—¿Me he desmayado, doctor?<br />
—Sí, mistress Rogers.<br />
—Era esa voz... esa horrible voz... Como si fuera la de un juez.<br />
<strong>De</strong> nuevo su cara <strong>se</strong> puso verdosa y sus ojos parpadearon.<br />
El doctor pidió vivamente:<br />
—¿Dónde está el coñac?<br />
Rogers había puesto el vaso encima de una mesita, <strong>se</strong> lo dio al doctor que <strong>se</strong> inclinó sobre<br />
la criada.<br />
—Tenga, beba esto.<br />
Bebió un sorbo y tosió. El alcohol le <strong>se</strong>ntó muy bien; los colores reaparecieron en su<br />
<strong>se</strong>mblante.<br />
—Me siento mejor ahora —dijo la enferma—. Esto me ha impresionado mucho.<br />
Su marido la interrumpió:<br />
—Lo creo; a mí también. <strong>De</strong>jé caer la bandeja. Son infames mentiras... Me gustaría saber...<br />
Fue interrumpido por una tos... una to<strong>se</strong>cilla <strong>se</strong>ca, pero que le cortó la palabra. Miró al juez<br />
que, en el tono de antes, volvió a to<strong>se</strong>r.<br />
—¿Quién ha puesto e<strong>se</strong> disco en el gramófono? ¿Ha sido usted, Rogers? —interrogó el<br />
juez.<br />
Rogers protestó.<br />
—No sabia de qué <strong>se</strong> trataba <strong>se</strong>ñor; juro que lo ignoraba. Si hubie<strong>se</strong> sabido lo que decía no<br />
lo hubiera puesto, <strong>se</strong> lo a<strong>se</strong>guro.<br />
El juez profirió con voz brusca:<br />
—Quiero creerle, pero, sin embargo, me gustaría que me proporcionara algunas<br />
explicaciones, Rogers.<br />
El criado <strong>se</strong> <strong>se</strong>có el sudor de la frente con un pañuelo y declaró con franqueza:<br />
—No he hecho más que obedecer órdenes.<br />
—¿Qué ordenes?<br />
El juez Wargrave insistió:<br />
—Esclareceremos un poco esto. ¿Qué órdenes le ha dado exactamente mister Owen?<br />
—Me dijo que pusiera un disco en el gramófono, que este disco lo encontraría en el cajón y<br />
mi mujer pondría el gramófono en marcha cuando yo sirvie<strong>se</strong> el café en el salón.<br />
—Esta historia me parece extraordinaria —murmuró el juez.<br />
—Es cierto, <strong>se</strong>ñor, lo juro. No me pareció raro porque el disco llevaba una etiqueta y yo<br />
creía que era música como los demás.<br />
Wargrave miró a Lombard, preguntándole:<br />
—¿Había una etiqueta en e<strong>se</strong> disco?<br />
Lombard asintió con la cabeza y rió burlonamente descubriendo sus dientes blancos y<br />
puntiagudos.<br />
—Es exacto, <strong>se</strong>ñor, e<strong>se</strong> disco lleva el título: El canto del cisne.<br />
El general MacArthur estalló colérico:<br />
—Todo esto es grotesco, estúpidamente grotesco; ¿qué idea han tenido al lanzar<br />
acusaciones tan monstruosas contra nosotros? Es preciso avisar sin demora a mister Owen<br />
<strong>Agatha</strong> <strong>Christie</strong><br />
<strong>Diez</strong> <strong>Negritos</strong><br />
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