Diez Negritos De Agatha Christie 5 Diez negritos se fueron a cenar ...
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deliberación del jurado, quien lo consiguió.<br />
Con gesto meticuloso el juez Wargrave <strong>se</strong> quitó su dentadura postiza y la puso en un vaso<br />
de agua. Sus labios arrugados <strong>se</strong> cerraron y dieron a su boca un pliegue cruel.<br />
Bajando los párpados el juez sonrió. ¡A pesar de todo había con<strong>se</strong>guido arreglarle las<br />
cuentas a Seton!<br />
Gruñendo contra su reumatismo <strong>se</strong> metió en la cama y apagó la luz.<br />
En el comedor, Rogers estaba perplejo. Contemplaba las figurillas de porcelana, puestas<br />
sobre la mesa. Se decía: «¡Esto es extraordinario! Hubiera jurado que había diez.»<br />
El general MacArthur daba vueltas en su cama. El sueño no venía.<br />
En la oscuridad veía la figura de Arthur. Había <strong>se</strong>ntido por Arthur una verdadera amistad y<br />
cariño. Estaba siempre contento por la simpatía que le testimoniaba Leslie.<br />
¡Ella era tan caprichosa! ¡Cuántos jóvenes <strong>se</strong> habían enamorado de ella, a los que trataba de<br />
«brutos», su palabra favorita!<br />
Sin embargo, Arthur Richmond no fue a sus ojos un «bruto», desde el principio <strong>se</strong><br />
entendieron. Discutían de teatro, música y pintura, ella <strong>se</strong> divertía burlándo<strong>se</strong> de él hasta<br />
que <strong>se</strong> enfadaba. Y él, MacArthur, veía con agrado el interés casi maternal de su mujer para<br />
con el joven.<br />
¡Interés maternal! ¡Qué mentira! Fue un tonto al no dar<strong>se</strong> cuenta de que Richmond tenía<br />
veintiocho años y Leslie veintinueve.<br />
MacArthur amó a su mujer, la veía ahora. Su boca en forma de corazón, y sus ojos gri<strong>se</strong>s<br />
profundos e impenetrables bajo sus espesos bucles. Si; la había querido y adorado<br />
ciegamente.<br />
Allá, en el frente francés, en plena batalla, pensaba en ella y con frecuencia deleitába<strong>se</strong><br />
contemplando su retrato que llevaba siempre en su bolsillo de su guerrera.<br />
Un día... ¡lo descubrió todo!<br />
Ocurrió como en las novelas: Una carta metida por equivocación en sobre distinto; ella<br />
escribió a los dos hombres y puso la carta amorosa en el sobre de su marido. <strong>De</strong>spués de<br />
tantos años aún <strong>se</strong>ntía el dolor que le produjo.<br />
¡Dios mío, lo que había sufrido!<br />
Sus culpables relaciones databan de bastante tiempo, la carta lo atestiguaba. Fines de<br />
<strong>se</strong>mana... El último permiso de Richmond.<br />
Leslie...<br />
¡Leslie y Arthur!<br />
Innoble individuo.<br />
Su sonrisa hipócrita... su afectada educación: «Sí, mi general.»<br />
¡Hipócrita y mentiroso! ¡Ladrón de mujeres!<br />
Con su calma habitual había estado elaborando un plan de venganza. Se esforzó en<br />
demostrarle a Richmond la misma amabilidad de siempre.<br />
¿Lo había logrado? Puede <strong>se</strong>r. Lo cierto era que Richmond no sospechó nada. Los cambios<br />
de humor <strong>se</strong> explicaban fácilmente allí donde los nervios de los hombres estaban sujetos a<br />
dura prueba; sólo el joven Armitage le miraba algunas veces de una manera muy rara, y el<br />
día que decidió realizarlo <strong>se</strong> dio cuenta de sus intenciones.<br />
Con toda sangre fría MacArthur envió a Richmond a la muerte, sólo un milagro podía<br />
salvarle, y este milagro no <strong>se</strong> produjo.<br />
Si, envió a Richmond a que lo mata<strong>se</strong>n, y no lo sintió nada. ¡Qué fácil fue aquello! Los<br />
errores <strong>se</strong> multiplicaban diariamente. La vida de un hombre no contaba. Todo era<br />
confusión y pánico. <strong>De</strong>spués sólo dirían: «El viejo MacArthur no era dueño de sus nervios,<br />
<strong>Agatha</strong> <strong>Christie</strong><br />
<strong>Diez</strong> <strong>Negritos</strong><br />
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