Diez Negritos De Agatha Christie 5 Diez negritos se fueron a cenar ...
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Había charlado durante el viaje con el hotelero, un hombre de la localidad, a fin de<br />
documentar<strong>se</strong> un poco acerca de los propietarios de la isla, pero Narracott no estaba bien<br />
informado o quizás estuviera poco dispuesto a charlar.<br />
El doctor tuvo que contentar<strong>se</strong> con hablar del tiempo y de la pesca. El largo recorrido que<br />
hizo en auto lo había cansado, y los ojos hacíanle daño, pues todo el tiempo tuvo el sol de<br />
cara.<br />
El mar y la calma le reponían de su lasitud. Le hubie<strong>se</strong> gustado tomar<strong>se</strong> unas largas<br />
vacaciones, pero no podía ofrecer<strong>se</strong> e<strong>se</strong> lujo. La cuestión económica era lo de menos, pero<br />
el cuidado de con<strong>se</strong>rvar la clientela estaba por encima de todo. Ahora que tenía una<br />
situación a<strong>se</strong>gurada, debía trabajar sin descanso.<br />
Pensaba: «Por esta noche trataré de no recordar que tengo que volver pronto a Londres y<br />
que existe Harley Street 1 ».<br />
La sola palabra isla tiene la virtud mágica de evocar en nuestro espíritu toda suerte de<br />
fantasías, pues al llegar <strong>se</strong> pierde el contacto con el mundo. ¡Una isla repre<strong>se</strong>nta ella sola en<br />
un mundo! ¡Un mundo de donde, a veces, no <strong>se</strong> vuelve jamás! «Por una sola vez voy a<br />
ensayar el dejar detrás de mí todos los cuidados cotidianos.»<br />
Y, sonriendo comenzó a elaborar proyectos para el porvenir.<br />
Siempre sonriendo subió los peldaños tallados en las rocas.<br />
En un butacón, en la terraza, estaba <strong>se</strong>ntado un viejo cuyo aspecto le era vagamente<br />
familiar al doctor. ¿Dónde había visto esta cara de rana con e<strong>se</strong> cuello de tortuga, esa<br />
espalda y esos ojos maliciosos? ¡Ah, sí; era el viejo juez Wargrave! En una ocasión,<br />
Armstrong había informado en una audiencia en que estaba este magistrado. El viejo<br />
siempre parecía estar dormido, pero era listo como un zorro. Ejercía una gran influencia<br />
sobre el jurado: pre<strong>se</strong>ntando los hechos a su gusto, había con<strong>se</strong>guido de esa forma<br />
increíbles veredictos. ¡En suma, era un juez feroz que enviaba a la horca al acusado con la<br />
mayor facilidad!<br />
¡Vaya sitio más absurdo para encontrarle... en esta isla aislada del mundo!<br />
El juez Wargrave <strong>se</strong> decía: «¿Armstrong? Me parece haberle visto informar como testigo.<br />
Una persona estimable, pero muy prudente. Todos los médicos son unos asnos, y los de<br />
Harley Street son los peores.»<br />
Recordaba la reciente entrevista que había tenido con uno de ellos en esa misma calle.<br />
Refunfuñó en voz alta:<br />
—Las bebidas están en el vestíbulo.<br />
—Voy a saludar a los dueños de la casa —indicó el doctor.<br />
Wargrave cerró los ojos, lo que acentuó aún más su <strong>se</strong>mejanza a un reptil.<br />
—¡Imposible! —profirió.<br />
—¿Por qué? —respondió Armstrong.<br />
—No están ninguno de los dos. La situación es de lo más rara y no comprendo ni jota.<br />
El doctor le miró largamente, y cuando creía al juez soñoliento, éste le preguntó:<br />
—¿Conoce usted a Constance Culmington?<br />
—No lo creo...<br />
—No tiene importancia. Es una persona necia. Tiene una escritura ilegible. Me pregunto si<br />
no me habré equivocado de dirección.<br />
El doctor, inclinando la cabeza en un saludo, siguió hacia la casa.<br />
Wargrave pensó un momento en la alocada Constance Culmington; <strong>se</strong> parecía en eso a<br />
todas las hijas de Eva.<br />
Su imaginación recayó entonces sobre las dos mujeres llegadas a la isla al mismo tiempo<br />
que él; la vieja pintada de labios y la joven. Esta no le satisfacía sino a medias... ¡Ah!, pero<br />
1 Calle de Londres, donde viven los médicos famosos<br />
<strong>Agatha</strong> <strong>Christie</strong><br />
<strong>Diez</strong> <strong>Negritos</strong><br />
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