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Diez Negritos De Agatha Christie 5 Diez negritos se fueron a cenar ...

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Y aun eso, si el viento amaina.<br />

El doctor llevó<strong>se</strong> las manos a la cabeza gruñendo:<br />

—Y mientras, podemos <strong>se</strong>r a<strong>se</strong>sinados en nuestras camas.<br />

—No soy tan pesimista como usted. Tomaré toda cla<strong>se</strong> de precauciones para que no me<br />

ocurra esa desgracia —replicó Wargrave.<br />

Armstrong pensaba que el anciano magistrado agarrába<strong>se</strong> más a la vida que muchos<br />

jóvenes. E<strong>se</strong> fenómeno lo había ob<strong>se</strong>rvado muchas veces a lo largo de su carrera. El mismo<br />

tenía, por lo menos, una veintena de años menos que el juez y, sin embargo, su instinto de<br />

con<strong>se</strong>rvación le parecía menos arraigado.<br />

En cuanto al juez, pensaba: «¡A<strong>se</strong>sinados en la cama! Esos medicuchos <strong>se</strong> parecen todos;<br />

no tienen ideas originales.»<br />

—Cierto, pero tenga en cuenta que esas víctimas estaban desprevenidas, mientras que<br />

nosotros estamos sobre aviso.<br />

—Pero ¿qué podemos hacer? —preguntó Armstrong—. Tarde o temprano...<br />

—Yo he tomado mis medidas.<br />

—No sabemos de quién desconfiar.<br />

El viejo magistrado <strong>se</strong> acarició la barbilla y murmuró:<br />

—No diría yo otro tanto...<br />

Armstrong le miró a la cara de hito en hito.<br />

—Entonces... ¿Usted sabe?<br />

—En cuanto a las pruebas indispensables ante un tribunal, le declaro no tener ninguna —<br />

dijo con prudencia Wargrave—. Sin embargo, si paso revista a todos los hechos,<br />

distinguiría claramente quién era el culpable.<br />

—¡No le comprendo! —dijo con los ojos fijos en el anciano juez el asombrado doctor.<br />

Miss Emily Brent <strong>se</strong> retiró a su dormitorio, cogió la Biblia y <strong>se</strong> <strong>se</strong>ntó cerca de la ventana. La<br />

solterona abrió el libro sagrado y después de unos <strong>se</strong>gundos de duda, lo dejó, <strong>se</strong> fue hacia la<br />

mesilla de noche y sacó de un cajón un pequeño cuaderno de memorias, con cubiertas<br />

negras.<br />

Lo abrió y púso<strong>se</strong> a escribir.<br />

Una horrorosa desgracia acaba de pasar. El general MacArthur ha muerto. (Su primo era marido de<br />

Elsie MacPherson.) Sin duda alguna ha sido a<strong>se</strong>sinado. <strong>De</strong>spués de comer el juez Wargrave nos ha hecho<br />

un interesante discurso, pues está convencido de que uno de nosotros es el culpable. En otros términos, uno<br />

de nosotros está po<strong>se</strong>ído del demonio. Estoy <strong>se</strong>gura,.. ¿Quién podrá <strong>se</strong>r? Esta es la pregunta que cada uno<br />

<strong>se</strong> hace. Pero yo sola sé...<br />

Se quedó un instante inmóvil, sus ojos gri<strong>se</strong>s <strong>se</strong> cerraron; el lápiz temblaba entre sus dedos;<br />

escribió en mayúsculas:<br />

LA ASESINADA SE LLAMA BEATRIZ TAYLOR<br />

Cerró los ojos. <strong>De</strong> repente los abrió sobresaltada y miró el cuaderno donde había estado<br />

escribiendo; lanzando una exclamación de cólera leyó las letras tan irregularmente escritas<br />

de la última fra<strong>se</strong> y murmuró con voz muy baja:<br />

—No es posible. ¿He sido yo quien ha escrito esto? Me estoy volviendo loca.<br />

La tempestad estaba en todo su furor, el viento rugía alrededor de la casa.<br />

Hallában<strong>se</strong> todos reunidos en el salón y <strong>se</strong> ob<strong>se</strong>rvaban entre sí. Cuando Rogers entró con la<br />

<strong>Agatha</strong> <strong>Christie</strong><br />

<strong>Diez</strong> <strong>Negritos</strong><br />

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