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-¿Quiere <strong>de</strong>cir que existe un hombre que rin<strong>de</strong> culto a cierto paraguas? ¿O es el hombre,<br />
en abstracto, el inglés medio quizá, quien se postra ante el paraguas como ante una<br />
<strong>de</strong>idad tribal que le escuda contra el clima? En fin, ¿qué po<strong>de</strong>mos <strong>de</strong>ducir <strong>de</strong> ello?<br />
-¿Deducir? ¿Del telegrama?<br />
-Naturalmente.<br />
-<strong>Holmes</strong>, creo que no po<strong>de</strong>mos <strong>de</strong>ducir nada. En todo caso, solamente suponer.<br />
-¡Vaya! ¿Cuántas veces <strong>de</strong>bo <strong>de</strong>cirle que yo nunca supongo nada? Es una costumbre<br />
espantosa, que <strong>de</strong>struye las faculta<strong>de</strong>s lógicas.<br />
-Bien, pues si tuviera que adoptar su sistema... un tanto didáctico, diría que nada<br />
proporciona menos oportunida<strong>de</strong>s al razonador que un telegrama, por tratarse <strong>de</strong> algo<br />
tan breve e impersonal.<br />
-En este caso, me temo que se equivocaría.<br />
-Diablos, <strong>Holmes</strong>...<br />
-Párese a pensar: cuando un hombre me escribe una carta <strong>de</strong> doce páginas pue<strong>de</strong> ocultar<br />
su auténtica naturaleza en una nube <strong>de</strong> palabras. Sin embargo, cuando está obligado a<br />
ser breve se le conoce enseguida. Habrá usted observado una cosa similar en los<br />
oradores públicos.<br />
-Pero ahora se trata <strong>de</strong> una mujer.<br />
-Si, Watson, sin duda, eso cambia las cosas. Pero <strong>de</strong>me su opinión. Aplique su natural<br />
sagacidad al estudio <strong>de</strong> este telegrama.<br />
Así <strong>de</strong>safiado y adulado por el recuerdo <strong>de</strong> ocasiones pasadas en las que yo le había<br />
resultado útil hice lo que me pedía.<br />
-Bien -dije-. La señora Cabpleasure es, a buen seguro, muy <strong>de</strong>sconsi<strong>de</strong>rada, puesto que<br />
dispone una cita sin fijarla <strong>de</strong> antemano como si dispusiera <strong>de</strong>l tiempo <strong>de</strong> usted.<br />
-Magnífico, Watson. Mejora usted con los años. ¿Qué más?<br />
La inspiración me iluminó:<br />
-¡<strong>Holmes</strong>, la palabra “Sra.” en un telegrama es totalmente innecesaria! ¡Creo que ya<br />
tengo todo el asunto!<br />
-¡Cada vez mejor, mi estimado compañero! -dijo <strong>Sherlock</strong> <strong>Holmes</strong>, <strong>de</strong>jando a un lado su<br />
servilleta y frotándose las manos-. Me complacerá en grado sumo escuchar su análisis.<br />
-La señora Gloria Cabpleasure, <strong>Holmes</strong>, es una recién casada, tan orgullosa todavía <strong>de</strong><br />
su nuevo nombre que no pier<strong>de</strong> ocasión <strong>de</strong> utilizarlo. ¿Qué más natural? Especialmente,<br />
cuando nos imaginamos a una joven feliz y quizá bella, que...<br />
-Sí, sí. Pero hágame el favor, Watson, <strong>de</strong> omitir los pasajes <strong>de</strong>scriptivos e ir al grano.<br />
-¡Por Júpiter, estoy seguro! -exclamé-. Esto corrobora también mi mo<strong>de</strong>sta primera<br />
<strong>de</strong>ducción. La pobre muchacha es <strong>de</strong>sconsi<strong>de</strong>rada, digamos, simplemente porque está<br />
mimada en exceso por un marido cariñoso.<br />
Pero mi amigo sacudió la cabeza con un gesto negativo.<br />
-No lo creo, Watson. Si se tratara, como usted dice, <strong>de</strong>l natural orgullo <strong>de</strong> su reciente<br />
casamiento, habría firmado “Señora <strong>de</strong> Henry Cabpleasure” o “Señora <strong>de</strong> George<br />
Cabpleasure” o cualquiera que sea el nombre <strong>de</strong> su esposo. Pero, cuando menos en su<br />
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