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Las hazañas de Sherlock Holmes

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Ninguno <strong>de</strong> nosotros había oído aproximarse al mayordomo, que ahora entraba en el<br />

círculo iluminado por el fuego mostrando una expresión turbada en su rostro sincero.<br />

-¡Dios no lo permita, Sir Reginald! -replicó Gillings con calor-. No dije al sargento<br />

Bassett más que lo que vi y oí. El coronel Dalcy me llamó para pedirme una botella <strong>de</strong><br />

Oporto. Estaba en la sala <strong>de</strong> banquetes. Dijo que <strong>de</strong>seaba brindar con usted en la copa<br />

“Suerte <strong>de</strong> Lavington” por la victoria <strong>de</strong> su caballo en las carreras <strong>de</strong> la semana que<br />

viene en Leopardstown. Como el Oporto estaba en el trinchante se lo serví en la gran<br />

copa. Recuerdo cómo rió el coronel al <strong>de</strong>spedirme.<br />

-¿Y dice usted que se rió? -intervino rápidamente <strong>Sherlock</strong> <strong>Holmes</strong>-. Concretamente,<br />

¿en qué momento vio a Sir Reginald con el coronel?<br />

-La verdad es que no llegué a verlos juntos, señor. Pero el coronel dijo...<br />

-Y se rió al <strong>de</strong>cirlo -interrumpió <strong>Holmes</strong>-. ¿Quizá lady Lavington nos podría <strong>de</strong>cir si el<br />

coronel Dalcy era un huésped frecuente bajo este techo?<br />

Me pareció como si una viva emoción reluciese por un instante en aquellos<br />

maravillosos ojos ver<strong>de</strong>s.<br />

-Durante algunos años fue un huésped habitual -dijo-. ¡Pero mi esposo no estaba en casa<br />

esta mañana! ¿No se lo he dicho ya?<br />

-Dispénseme, señora -interrumpió tozudamente el sargento Bassett-. Sir Reginald dijo<br />

que estaba en el río pero admite no po<strong>de</strong>r probarlo.<br />

-Así es -afirmó <strong>Holmes</strong>-. Bien, Watson, no hay nada más que hacer aquí por esta noche.<br />

Encontramos un cómodo alojamiento en la posada <strong>de</strong> “Los tres búhos” en Lavington.<br />

<strong>Holmes</strong> parecía malhumorado y preocupado. Traté <strong>de</strong> interrogarle pero me paró en seco<br />

diciéndome que no tenía más que añadir hasta que hubiera visitado Maidstone por la<br />

mañana. Debo confesar que no podía compren<strong>de</strong>r la actitud <strong>de</strong> mi amigo. Resultaba<br />

evi<strong>de</strong>nte que Sir Reginald Lavington era un hombre peligroso y que nuestra visita<br />

parecía haberlo hecho aún más, pero cuando indiqué a <strong>Holmes</strong> que su <strong>de</strong>ber estaba más<br />

bien en Lavington Court que en la ciudad <strong>de</strong> Maidstone, que era la cabeza <strong>de</strong> partido <strong>de</strong>l<br />

condado, su única respuesta fue una observación incongruente: que los Lavington<br />

pertenecían a una familia histórica.<br />

Pasé una mañana intranquila. El <strong>de</strong>testable tiempo que hacía me tuvo confinado<br />

leyendo el periódico <strong>de</strong> hacía una semana y no fue hasta las cuatro <strong>de</strong> la tar<strong>de</strong> cuando<br />

<strong>Holmes</strong> irrumpió en nuestra salita privada. Su capote rezumaba agua <strong>de</strong> lluvia pero sus<br />

ojos brillaban y sus mejillas estaban arreboladas por alguna excitación interior.<br />

-¡Santo cielo! -exclamé-. ¡Tiene usted el aspecto <strong>de</strong> haber hallado la solución a nuestro<br />

problema!<br />

Antes <strong>de</strong> que mi amigo pudiese replicar, se oyó una llamada a la puerta, la cual se<br />

abrió seguidamente. <strong>Holmes</strong> se levantó <strong>de</strong>l sillón en el que se había <strong>de</strong>jado caer.<br />

-¡Ah, lady Lavington! -dijo-. Nos honra con su visita.<br />

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