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Las hazañas de Sherlock Holmes

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Por suerte, no la obstruía. El lechero, silbando alegremente, saltó <strong>de</strong>l carro y se<br />

dirigió a la entrada para llenar el pequeño cántaro que, como <strong>de</strong>spués pudimos advertir,<br />

se encontraba ante la puerta. Pero no bien había <strong>de</strong>saparecido bajo el arco gótico <strong>de</strong> la<br />

entrada, se borró <strong>de</strong> mi mente todo pensamiento <strong>de</strong>l carro lechero.<br />

-¡Señor <strong>Holmes</strong>! -murmuró Lestra<strong>de</strong> con voz tensa-. ¡Allí está!<br />

Oímos claramente el portazo <strong>de</strong> la puerta <strong>de</strong> entrada. Con un aspecto muy<br />

distinguido, su sombrero <strong>de</strong> copa y su grueso gabán, emergió un caballero <strong>de</strong> gran<br />

bigote. Deduje, con bastante exactitud, que se trataba <strong>de</strong>l señor Cabpleasure, el cual por<br />

lo visto se dirigía a su <strong>de</strong>spacho.<br />

-¡Señor <strong>Holmes</strong>! -repitió Lestra<strong>de</strong>-. ¡No lleva el paraguas!<br />

Fue como si la observación <strong>de</strong>l inspector traspasara la bruma gris para penetrar en el<br />

cerebro <strong>de</strong>l señor Cabpleasure, <strong>de</strong>teniéndose al instante y como si le hubiesen aplicado<br />

una corriente galvánica, el corredor <strong>de</strong> diamantes miró al cielo y, lanzando una<br />

exclamación ahogada, que confieso que me produjo un cierto escalofrío, se abalanzó <strong>de</strong><br />

nuevo hacia el interior <strong>de</strong> la casa.<br />

Resonó otro portazo, y casi al instante apareció el lechero, que miraba con clara<br />

expresión <strong>de</strong> asombro en dirección a la puerta <strong>de</strong> entrada, y mascullando algo<br />

ininteligible subió al pescante <strong>de</strong> su carro.<br />

-Ya lo veo claro -<strong>de</strong>claró Lestra<strong>de</strong> chasqueando los <strong>de</strong>dos-. Creen que pue<strong>de</strong>n<br />

engañarme, pero se equivocan. ¡<strong>Holmes</strong>, <strong>de</strong>bo <strong>de</strong>tener a ese lechero!<br />

-En nombre <strong>de</strong>l cielo, ¿por qué <strong>de</strong>tener al lechero?<br />

-El señor Cabpleasure y él estaban juntos en la entrada. ¡Los vi! El señor Cabpleasure<br />

pue<strong>de</strong> haber entregado los diamantes robados a su cómplice, el lechero...<br />

-Pero, mi querido señor Lestra<strong>de</strong>...<br />

El hombre <strong>de</strong> Scotland Yard no quiso ni escuchar. Cuando el carro <strong>de</strong> la leche<br />

arrancaba viniendo hacia don<strong>de</strong> nosotros estábamos se abalanzó poniéndose en medio<br />

<strong>de</strong> la calzada y agitando la mano <strong>de</strong> forma que el lechero no tuvo otro remedio que tirar<br />

<strong>de</strong> las riendas para <strong>de</strong>tener su caballo, pero no sin lanzar un juramento.<br />

-Ya he visto su maniobra -chilló Lestra<strong>de</strong>-. Entérese bien: soy un agente <strong>de</strong> policía. ¿No<br />

se llama usted Hannibal Trogmorton, alias Félix Porteus?<br />

El lechero, <strong>de</strong> rostro enjuto y bien afeitado, le miró con gesto <strong>de</strong> asombro.<br />

-Mi nombre es Alf Peters, y aquí tiene usted mi licencia <strong>de</strong> repartidor, con mi fotografía<br />

y la firma <strong>de</strong> mi patrono que lo avala. ¿Quién cree usted que soy, jefe... Cecil Rodhes? -<br />

replicó, acalorado.<br />

-No se ponga gallito, amigo, o se verá en una situación comprometida. ¡Vamos, baje <strong>de</strong>l<br />

carro! -Lestra<strong>de</strong> se volvió a los dos policías que le acompañaban-. ¡Burton! ¡Murdock!<br />

¡Registren a este hombre!<br />

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