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Las hazañas de Sherlock Holmes

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-He prometido ir a ver a Gregson. ¿Quiere usted hacer el favor <strong>de</strong> acompañarme?<br />

-¿Qué es lo que se trae entre ceja y ceja? Rara vez le había visto tan serio.<br />

-Ya está oscureciendo -respondió <strong>Holmes</strong>-. La daga que mató al coronel Dalcy no <strong>de</strong>be<br />

causar más daño.<br />

Era un anochecer borrascoso. Mientras caminábamos en la oscuridad en dirección a<br />

la vieja casa solariega, oíamos el crujido <strong>de</strong> las ramas <strong>de</strong> los árboles y sentí sobre mi<br />

mejilla el frío roce <strong>de</strong> una hoja <strong>de</strong>sprendida. Lavington Court era tan sombrío como la<br />

hondonada en que se hallaba asentado pero al abrirnos Gillings la puerta un rayo <strong>de</strong> luz<br />

interior nos mostró el camino que conducía a la sala <strong>de</strong> los banquetes.<br />

-El inspector Gregson ha preguntado varias veces por usted, señor -dijo el mayordomo a<br />

<strong>Sherlock</strong> <strong>Holmes</strong>, mientras nos ayudaba a <strong>de</strong>spojarnos <strong>de</strong> nuestros capotes.<br />

Nos apresuramos a dirigirnos hacia la luz. Gregson, con evi<strong>de</strong>ntes muestras <strong>de</strong><br />

profunda agitación, se paseaba nerviosamente <strong>de</strong> un lado a otro, a todo lo largo <strong>de</strong> la<br />

estancia. Lanzó una ojeada a la silla ya vacía <strong>de</strong> la mesa y a la copa que aún se hallaba<br />

en el mismo lugar.<br />

-¡Gracias a Dios que ha venido usted, señor <strong>Holmes</strong>! Sir Reginald <strong>de</strong>cía la verdad. No<br />

quise creerle pero, en efecto, es inocente. Bassett ha localizado a dos granjeros que se<br />

cruzaron con él ayer a las diez treinta <strong>de</strong> la mañana cuando venía <strong>de</strong>l río. ¿Por qué no<br />

nos dijo que los había encontrado?<br />

En los ojos <strong>de</strong> <strong>Holmes</strong> hubo un singular resplandor al mirar a Gregson.<br />

-Hay hombres así -replicó.<br />

-¿Sabía usted esto?<br />

-No es que supiera que existían tales testigos, no. Pero esperaba que usted encontrase<br />

alguno, mi convencimiento <strong>de</strong> la inocencia <strong>de</strong> Sir Reginald se basaba en otras razones.<br />

-¡Entonces, volveremos a estar como al principio!<br />

-Muy difícil es eso. Pero, ¿ha pensado usted, Gregson, en reconstruir este crimen<br />

siguiendo el método francés?<br />

-¿Qué quiere <strong>de</strong>cir?<br />

<strong>Holmes</strong> se dirigió al extremo <strong>de</strong> la mesa, en la cual aún no se habían borrado las<br />

huellas <strong>de</strong> la reciente tragedia.<br />

-Supongamos -dijo- que soy el coronel Dalcy... hombre <strong>de</strong> elevada estatura, que se halla<br />

en pie aquí, a la cabecera <strong>de</strong> la mesa. Voy a beber en compañía <strong>de</strong> alguien que se supone<br />

que intenta apuñalarme. Tomo la copa con ambas manos, y me la llevo a la boca ¡así...!,<br />

Gregson, supongamos que usted es el asesino. ¡Apuñáleme en la garganta!<br />

-¿Qué diablos quiere usted <strong>de</strong>cir?<br />

-Use una daga imaginaria con la mano <strong>de</strong>recha. ¡Eso es...! No vacile, hombre,<br />

apuñáleme en la garganta.<br />

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