La tristeza voluptuosa de Pedro César Dominici Índice - Interlectores
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14 <strong>La</strong> <strong>tristeza</strong> <strong>voluptuosa</strong> <strong>de</strong> <strong>Pedro</strong> <strong>César</strong> <strong>Dominici</strong><br />
gran<strong>de</strong>s rasgos <strong>de</strong> artista. Decían siempre con cierto respeto al<br />
enseñarla a sus amigos: «El que ha hecho esta copia llegará a ser<br />
un verda<strong>de</strong>ro escultor.» En el Salón no tenía sino dos cuadros,<br />
copias en cromo—litografías. Uno, a la <strong>de</strong>recha <strong>de</strong>l espejo,<br />
representaba a la <strong>de</strong>liciosa Gioconda, <strong>de</strong> Leonardo <strong>de</strong> Vinci, con<br />
aquella sonrisa enigmática que ponía a sus mujeres el gran<br />
maestro. A la izquierda un sujeto sobre Rolla <strong>de</strong> Musset,<br />
impregnado <strong>de</strong> voluptuosidad, y que tenía como epígrafe los<br />
versos <strong>de</strong>l poeta:<br />
Ainsi tous <strong>de</strong>ux fuyalent las cruautes du sort.<br />
L'enfant, dans le sommeil, et l'homne dans la mort<br />
<strong>La</strong>grange era seis años mayor que su amigo; su padre, exministro<br />
<strong>de</strong> Francia en una <strong>de</strong> las república <strong>de</strong> América, habíase casado en<br />
el Perú con una hermosa limeña <strong>de</strong> gran<strong>de</strong>s ojos negros y <strong>de</strong><br />
carácter voluntarioso, pero <strong>de</strong>spués <strong>de</strong>l saqueo <strong>de</strong> Lima por las<br />
tropas chilenas, abandonó el país, y fue a establecerse a otra <strong>de</strong><br />
las repúblicas, más al norte, en don<strong>de</strong> la paz era completa y no se<br />
pensaba en la guerra civil, trayendo consigo a su señora y a su<br />
hijo, que tenía los mismos gran<strong>de</strong>s ojos negros que su madre y el<br />
mismo carácter voluntarioso.<br />
Carlos <strong>La</strong>grange comenzaba a gozar <strong>de</strong> cierta reputación<br />
literaria. Su último libro, Paradojas filosóficas, produjo un<br />
torbellino <strong>de</strong> polémicas entre clericales y librepensadores, y hasta<br />
el autor había aprovechado el momento para escribir una<br />
brillante <strong>de</strong>fensa <strong>de</strong> las teorías <strong>de</strong> Spencer, con ironías insultantes<br />
y un lujo <strong>de</strong> argumentaciones que enfureció mucho más a los<br />
católicos, quienes trataron <strong>de</strong> ridiculizar el tema y terminaron<br />
criticando unos versos algo prosaicos que <strong>La</strong>grange publicó en<br />
sus primeros ensayos literarios. Sin embargo, él no había sido<br />
Ejemplar <strong>de</strong> cortesía gratis para lectura y uso personal<br />
siempre anticatólico. Fue más bien indiferente a las cuestiones<br />
religiosas, respetuoso <strong>de</strong> todas las creencias, y sin preocuparse<br />
mucho <strong>de</strong> las propias, hasta la noche <strong>de</strong> la muerte <strong>de</strong> su padre, en<br />
que <strong>de</strong>sesperado se echó a la calle en busca <strong>de</strong> un sacerdote que<br />
complaciese al pobre anciano, que había pedido, creyéndose<br />
iluminado por la fe, los santos óleos. A las dos <strong>de</strong> la mañana,<br />
medio loco, como si solicitase la salvación <strong>de</strong> su padre, llamó a<br />
la raída puerta <strong>de</strong> una sacristía. Un fraile flacucho y mal<br />
humorado le contestó en un tono seco, con voz metálica, que él<br />
no era el cura <strong>de</strong> la parroquia, y que le estaba prohibido salir a<br />
esas horas. Voló don<strong>de</strong> el señor cura, y <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> estar<br />
golpeando durante media hora, febril y colérico, apareció en el<br />
balcón un cura gordiflón y reposado, con una nariz chata a<br />
manera <strong>de</strong> aldaba, que le dijo le buscase un coche porque estaba<br />
fatigadísimo <strong>de</strong> todo el día. Después <strong>de</strong> esperar largo rato, pasó<br />
un carruaje, cuando llegaron a la casa, el pobre señor acababa <strong>de</strong><br />
morir, preguntando por su hijo, en los brazos <strong>de</strong> su esposa.<br />
Carlos sintió una inmensa <strong>de</strong>sesperación. No haber podido<br />
recoger el último aliento <strong>de</strong> su padre, no haberle dado un último<br />
beso, no haber oído su voz que lo llamaba y tenido entre sus<br />
brazos su cabeza caliente aún, tal vez extrañando la ausencia <strong>de</strong><br />
su hijo en el momento <strong>de</strong> la muerte. Y fue presa <strong>de</strong> una crisis<br />
nerviosa, y lloraba a gritos, pareciéndole adivinar la mirada<br />
empañada <strong>de</strong> su padre que lo buscaba en toda la estancia como<br />
un ciego busca la luz que ha huido <strong>de</strong> sus ojos. Des<strong>de</strong> entonces,<br />
un fondo <strong>de</strong> rencor quedó en su alma contra los culpables <strong>de</strong><br />
aquel martirio horrible, y, en su manía <strong>de</strong> generalizar, con<strong>de</strong>nólos<br />
a todos, creyendo cumplir un <strong>de</strong>ber <strong>de</strong> humanidad<br />
<strong>de</strong>senmascarando a los falsos apóstoles, y <strong>de</strong>jando caer sobre<br />
ellos toda la hiel <strong>de</strong> su pluma. En efecto, una nueva era <strong>de</strong> lucha<br />
se inició contra el clericalismo, y una parte <strong>de</strong> esa generación que