La tristeza voluptuosa de Pedro César Dominici Índice - Interlectores
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37 <strong>La</strong> <strong>tristeza</strong> <strong>voluptuosa</strong> <strong>de</strong> <strong>Pedro</strong> <strong>César</strong> <strong>Dominici</strong><br />
refinamientos costosísimos, obras maestras <strong>de</strong> las gran<strong>de</strong>s<br />
modistas. <strong>La</strong> nobleza se disputaba esa tar<strong>de</strong> en riqueza y<br />
elegancia con las artistas y las <strong>de</strong>mi-mondaines, y eran siempre<br />
ellas las que salían vencedoras, calificando a todas las otras, e<br />
imponiendo la moda con sus trajes caprichosos <strong>de</strong> amorosas<br />
refinadas.<br />
Un suave aroma <strong>de</strong> lilas vagaba sobre el campo, como un hálito<br />
sensual <strong>de</strong> juventud y primavera. El cielo estaba intensamente<br />
azul. Y abajo, en la inmensa pelouse, medio millón <strong>de</strong> almas<br />
vibraba y se movía como una tormentosa ola humana, yendo y<br />
viniendo, con lápices y periódicos, tomando notas y consejos<br />
sobre cada carrera, dirigiendo miradas <strong>de</strong> impaciencia hacia el<br />
poste central, en don<strong>de</strong> <strong>de</strong>bían aparecer los números <strong>de</strong> los<br />
caballos y los nombres <strong>de</strong> los jockeys. <strong>La</strong> multitud <strong>de</strong>seaba la<br />
hora <strong>de</strong>l azar. <strong>La</strong> pista, ancha y limpia, cubierta <strong>de</strong> yerbas,<br />
perdíase <strong>de</strong> uno y otro lado, en figura <strong>de</strong> elipse, y el musgo era<br />
todo ver<strong>de</strong>, ligeramente hume<strong>de</strong>cido para suavizar el calor,<br />
pareciendo a la distancia todo salpicado <strong>de</strong> oro por los rayos <strong>de</strong>l<br />
sol. En la sombra, bajo el ropaje lujurioso <strong>de</strong> los árboles, los<br />
curiosos, los que no venían en busca <strong>de</strong> emoción ni <strong>de</strong> dinero,<br />
gozaban <strong>de</strong> una tar<strong>de</strong> excepcional en que aquel campo poético y<br />
<strong>de</strong>shabitado habíase transformado repentinamente en una ciudad<br />
populosa.<br />
Los forasteros se distinguían por el aspecto <strong>de</strong> asombro o <strong>de</strong><br />
curiosidad que se revelaba en todos sus movimientos, y los<br />
ingleses en particular eran los más fervorosos visitantes en ese<br />
día. Amantes <strong>de</strong>l sport, venían <strong>de</strong>s<strong>de</strong> Londres a discutir la<br />
superioridad <strong>de</strong> sus caballos, aunque hacía ya algunos años que<br />
no lograban ganar el premio; sin embargo, apostaban por el<br />
honor <strong>de</strong> sus razas, por espíritu <strong>de</strong> disciplina y <strong>de</strong> orgullo<br />
Ejemplar <strong>de</strong> cortesía gratis para lectura y uso personal<br />
británico. Los ven<strong>de</strong>dores <strong>de</strong> billetes no podían aten<strong>de</strong>r a todos<br />
los pedidos, y en las taquillas permanecían centenares <strong>de</strong><br />
personas, unas <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> otras, haciendo cola, sin po<strong>de</strong>r<br />
a<strong>de</strong>lantarse hasta las ventanillas, furiosas y vociferando contra la<br />
impericia <strong>de</strong> los empleados, que, sin embargo, eran maestros en<br />
el arte <strong>de</strong> sellar cartones y <strong>de</strong>spachar compradores. Cerca a la<br />
reja <strong>de</strong> salida estaban agrupados, como abejas en una colmena,<br />
los que solicitan los últimos datos y las impresiones <strong>de</strong> los<br />
caballeros, variando sus juegos al saber que tal caballo había<br />
dormido mal, o que tal otro en la prueba <strong>de</strong> la mañana había<br />
corrido admirablemente y estaba en toda forma.<br />
De repente, <strong>de</strong>l lado en don<strong>de</strong> los caballos <strong>de</strong> las apuestas<br />
paseaban, envueltos en gran<strong>de</strong>s mantas, para evitar que se<br />
enfriasen y tenerlos siempre fogosos, conducidos paso a paso por<br />
los muchachos <strong>de</strong>l oficio, corrían hombres, como alocados,<br />
atropellando a todo el mundo, y dando gritos para prevenir a los<br />
que esperaban <strong>de</strong>l otro lado <strong>de</strong> la pista, diciéndoles con claves y<br />
signos los caballos que iban a ganar; y los otros, con los rostros<br />
<strong>de</strong>sfigurados, echaban a correr a su vez hacía las taquillas <strong>de</strong><br />
venta, como si ya sintiesen entre las manos las ganancias que<br />
creían seguras. Era un <strong>de</strong>lirio <strong>de</strong> esperanzas y <strong>de</strong> <strong>de</strong>seos ocultos,<br />
en que cada uno se veía <strong>de</strong> regreso con los bolsillos repletos <strong>de</strong><br />
billetes <strong>de</strong> banco y <strong>de</strong> luises <strong>de</strong> oro.<br />
<strong>La</strong>s dos primeras carreras pasaron sin interés alguno, muy <strong>de</strong><br />
prisa, como para cumplir el programa, y al fin, un murmullo<br />
general semejante a un lejano trueno sordo se <strong>de</strong>jó oír en la<br />
extensa planicie. El sol había bajado un poco, y la brisa<br />
comenzaba a soplar <strong>de</strong>l oeste. En la tribuna <strong>de</strong>l centro, las<br />
apuestas particulares se hacían exageradas entre los amos y<br />
partidarios <strong>de</strong> cada favorito. Los caballos saltaban a la pista