La tristeza voluptuosa de Pedro César Dominici Índice - Interlectores
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68 <strong>La</strong> <strong>tristeza</strong> <strong>voluptuosa</strong> <strong>de</strong> <strong>Pedro</strong> <strong>César</strong> <strong>Dominici</strong><br />
en don<strong>de</strong> va a caer, como una lágrima, como una hoja, como una<br />
piedra.<br />
En esos momentos la vida era un peso para su cuerpo, y honda<br />
melancolía lo embargaba, teniendo piedad <strong>de</strong> sí mismo y<br />
siguiendo con la humildad <strong>de</strong> un esclavo sus raciocinios<br />
<strong>de</strong>sesperantes <strong>de</strong> escéptico. Comprendía que su enfermedad se<br />
agravaba, pero sentíase débil para combatirla, y sobre todo,<br />
llevaba la convicción <strong>de</strong> que toda lucha era inútil. Su alma<br />
cantaba como una cítara la <strong>tristeza</strong> <strong>de</strong> vivir, y entre tanto, él<br />
consi<strong>de</strong>raba que cada nuevo día traería una nueva <strong>de</strong>cepción.<br />
Eduardo Doria no había experimentado nunca la felicidad<br />
completa, en sus horas <strong>de</strong> suprema voluptuosidad, loco <strong>de</strong><br />
pasión, cuando entre besos y caricias amaba la vida,<br />
imaginándose que los seres habían nacido únicamente para el<br />
amor y el <strong>de</strong>seo, la <strong>tristeza</strong>, como una sombra, espiaba el instante<br />
<strong>de</strong> penetrar en su cerebro, con el manto <strong>de</strong> la reflexión, para<br />
obligarlo a comparar y pa<strong>de</strong>cer.<br />
Y recordaba que cuando era niño, en su pueblo, <strong>de</strong> sanas y<br />
honradas costumbres, se vio muchas veces acometido <strong>de</strong> gran<strong>de</strong>s<br />
<strong>tristeza</strong>s silenciosas, sin motivo alguno aparente, sin saber por<br />
qué, y se negaba a ir a la mesa, a salir a la calle, por dos o tres<br />
días, hasta que su pobre madre, preocupada, venía a suplicarle,<br />
que le dijese lo que le hacía sufrir, y al fin él, sin encontrar<br />
pretextos para explicarse, se echaba a llorar entre sus brazos,<br />
como buscando un refugio para aquella pena <strong>de</strong>sconocida, que,<br />
como un susto interior, lo hacía pa<strong>de</strong>cer horriblemente. Y ahora,<br />
tantos años <strong>de</strong>spués, en su aristocrático salón, rico y joven,<br />
experimentaba aquellas mismas sensaciones <strong>de</strong> su infancia, aquel<br />
mismo susto inexplicable, pero abandonado en el mundo, bajo el<br />
más refinado y peligroso medio <strong>de</strong> París. Y al revolver aquellos<br />
Ejemplar <strong>de</strong> cortesía gratis para lectura y uso personal<br />
baúles, únicos restos <strong>de</strong> sus antepasados, cenizas <strong>de</strong> una inmensa<br />
pira encendida durante muchos años, pensaba, con la mirada fija<br />
sobre el suelo, como un autómata, que su alma estaba muy<br />
enferma, puesto que él la sentía aletear en su organismo como<br />
una mariposa prisionera, y que si el mundo mo<strong>de</strong>rno no poseía<br />
nada nuevo para hacer amar la vida, la obra <strong>de</strong> la civilización<br />
había sido <strong>de</strong>sdichada, convirtiendo el amor en un insípido<br />
manjar para los paladares burgueses, y la lucha por la vida en una<br />
lucha <strong>de</strong>spreciable por comer y dormir.<br />
Y cerrando dolorosamente los ojos, sentía envidia por los<br />
antiguos paganos que crearon el arte <strong>de</strong> amar para las almas<br />
refinadas, y lucharon por i<strong>de</strong>ales más nobles y más intelectuales<br />
que las generaciones presentes.<br />
El aniversario <strong>de</strong> Eduardo había caído esa vez justamente en la<br />
Mi-Câreme, y él había invitado a sus amigos para festejarlo, pero<br />
a condición <strong>de</strong> que viniesen todos disfrazados.<br />
Sobre los boulevares reinaba la locura, vestida <strong>de</strong> arlequín, con<br />
su gorra <strong>de</strong> cascabeles. <strong>La</strong> gente se apiñaba en las aceras<br />
esperando la hora <strong>de</strong> la cabalgata, y atacábanse como en una<br />
verda<strong>de</strong>ra batalla, vaciando sin <strong>de</strong>scanso los sacos <strong>de</strong> confetti. El<br />
suelo estaba como alfombrado, y los pies manchaban<br />
trabajosamente sobre los papelillos, como sobre gran<strong>de</strong>s campos<br />
<strong>de</strong> paja. <strong>La</strong>s mujeres eran las incansables y las temidas en la<br />
lucha; con el rostro protegido por el velo <strong>de</strong>l sombrero, su placer<br />
era echar los papelillos <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> la boca <strong>de</strong> los hombres, o<br />
lanzarlos con fuerza sobre los ojos, para ver los movimientos<br />
bruscos <strong>de</strong> las cabezas al huir <strong>de</strong> un lado para otro, y entonces<br />
reían dando salticos nerviosos, esquivando la revancha, o