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La tristeza voluptuosa de Pedro César Dominici Índice - Interlectores

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51 <strong>La</strong> <strong>tristeza</strong> <strong>voluptuosa</strong> <strong>de</strong> <strong>Pedro</strong> <strong>César</strong> <strong>Dominici</strong><br />

ofreció un negociante siete mil francos, porque <strong>de</strong>cía que sus<br />

cuadros se los regalaría él a su país, para que figurasen en el<br />

Museo <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> su muerte. Sólo se había <strong>de</strong>cidido, en sus días<br />

<strong>de</strong> mayor miseria, cuando la cru<strong>de</strong>za <strong>de</strong>l invierno le impedía<br />

trabajar, a ven<strong>de</strong>r algunas cabezas hechas a pastel, o una que otra<br />

acuarela escogida días enteros, silencioso y apesadumbrado,<br />

como si se separase <strong>de</strong> un pedazo vivo <strong>de</strong> su ser.<br />

Carlos <strong>La</strong>grange no lo creía tan grave, y no pudo disimular su<br />

sorpresa al verlo en semejante estado. Iriarte sonrió dulcemente a<br />

la entrada <strong>de</strong> su amigo, y sacó <strong>de</strong>bajo <strong>de</strong> la frazada su mano<br />

calenturienta. —«Yo no quería molestarte, pero Marcela se<br />

empeñó en que <strong>de</strong>bía llamarte para que me vieses». «Ella es tan<br />

caprichosa», agregó, envolviendo a su amiga en una honda<br />

mirada <strong>de</strong> ternura y agra<strong>de</strong>cimiento. «No ve, me ha encendido la<br />

chimenea en el mes <strong>de</strong> junio, porque tiene frío». «No, no»,<br />

interrumpió Carlos con presteza, «en la calle está haciendo<br />

bastante frío; creo que es este viento <strong>de</strong>l norte, que está soplando<br />

muy fuerte». Marcela sentada en el bor<strong>de</strong> <strong>de</strong> la cama, no quitaba<br />

los ojos <strong>de</strong>l visitante, con el objeto <strong>de</strong> adivinar la impresión que<br />

el enfermo le produciría, y había <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el primer momento<br />

comprendido lo que pasaba en el interior <strong>de</strong> Carlos.<br />

Marcela era una flor <strong>de</strong>l arroyo, <strong>de</strong> ese grupo <strong>de</strong> obreritas que se<br />

renuevan incesantemente en los barrios laboriosos <strong>de</strong> París,<br />

golondrinas <strong>de</strong> amor, que buscan sedientas un ser a quien<br />

entregarse para toda la vida, y que <strong>de</strong> engaño en engaño, pasan<br />

entre los brazos <strong>de</strong> sus amantes, abandonadas una mañana al salir<br />

el sol cuando menos se lo esperan, porque <strong>de</strong>sconocen los<br />

secretos <strong>de</strong>l amor, y sólo saben dar como primicias su juventud y<br />

su inocencia. Ganaba franco y medio al día <strong>de</strong> aprendiz en una<br />

casa <strong>de</strong> modas, y al regresar al hogar sólo encontraba<br />

Ejemplar <strong>de</strong> cortesía gratis para lectura y uso personal<br />

recriminaciones injustas <strong>de</strong> parte <strong>de</strong> los padres, a quienes la<br />

miseria había vuelto el carácter adusto e irascible, y que tenían<br />

<strong>de</strong>masiados hijos para estarse ocupando también <strong>de</strong> los mayores.<br />

Era pequeña y <strong>de</strong>lgada, con cejas negras muy juntas, y gran<strong>de</strong>s<br />

ojos que miraban siempre <strong>de</strong> lado, y cuando taconeaba por los<br />

boulevares, al ver su gracia y su cuello erguido, casi soberbio,<br />

parecía un cisne sobre un lago.<br />

Había sido asediada sin <strong>de</strong>scanso a la salida <strong>de</strong>l almacén, y<br />

<strong>de</strong>spués <strong>de</strong> resistir por muchos meses a las galanterías y a las<br />

promesas <strong>de</strong> sus perseguidores, una tar<strong>de</strong> cayó, como todas,<br />

enamorada <strong>de</strong> alguien, seguramente el menos digno <strong>de</strong> recibir su<br />

amor. Era un joven griego que la sedujo, y un mes <strong>de</strong>spués huyó<br />

precipitadamente para el Pireo, sin <strong>de</strong>jar señales <strong>de</strong> existencia.<br />

Ella creyó morirse, pero luego le juró odio a muerte. Imposible<br />

volver a su casa. Su padre la habría matado <strong>de</strong> un sablazo. Rondó<br />

muchos días por los más humil<strong>de</strong>s Cafés, sin atreverse a entrar,<br />

hasta que encontró una amiga que la condujo a todas partes. Un<br />

día conoció a Iriarte y se enamoró <strong>de</strong> su aire dulce y melancólico.<br />

Marcela lo amaba con toda su alma, y se creía dichosa con las<br />

sobras <strong>de</strong> amor que el artista, ciego apasionado con su arte, podía<br />

ofrecerle. <strong>La</strong> enfermedad seguía avanzando, y ella, en vez <strong>de</strong><br />

escuchar el consejo <strong>de</strong> sus amigas, que le <strong>de</strong>cían <strong>de</strong>bía<br />

abandonarlo, porque su mal era contagioso y mortal, se<br />

constituyó en su enfermera, y escuchaba con placer sus <strong>de</strong>lirios<br />

sobre el arte y la belleza, viéndolo feliz en esos momentos, y<br />

conformándose mo<strong>de</strong>stamente con ocupar el segundo sitio en el<br />

corazón <strong>de</strong>l artista.<br />

Cuando Carlos <strong>La</strong>grange salía <strong>de</strong>l cuarto, con el pecho agobiado<br />

<strong>de</strong> pesar, prometiendo al enfermo volver todos los días a charlar

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