La tristeza voluptuosa de Pedro César Dominici Índice - Interlectores
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66 <strong>La</strong> <strong>tristeza</strong> <strong>voluptuosa</strong> <strong>de</strong> <strong>Pedro</strong> <strong>César</strong> <strong>Dominici</strong><br />
alguien que lo espiase por <strong>de</strong>trás. Tuvo miedo, sobrecogido <strong>de</strong> un<br />
pavor nervioso, saltó <strong>de</strong> repente <strong>de</strong>l lecho y abrió corriendo el<br />
balcón, como para pedir socorro. El viento que soplaba <strong>de</strong>l<br />
Parque refrescóle el cerebro y durmió algunas horas, presa <strong>de</strong><br />
angustiosas pesadillas como si lo estuvieran ahogando,<br />
apoyándole gran<strong>de</strong>s manos sobre el pecho, manazas muy<br />
pesadas, que él luchaba en vano <strong>de</strong> retirar <strong>de</strong> sí, con los<br />
miembros paralizados, incapaces <strong>de</strong> ejecutar un movimiento.<br />
Otra forma <strong>de</strong> la melancolía comenzaba a dominarlo; soñaba<br />
<strong>de</strong>spierto, pero, como siempre, no veía sino cosas tristes,<br />
historias <strong>de</strong> acontecimientos dolorosos. Su muerte repentina en<br />
medio <strong>de</strong> la calle, la llegada <strong>de</strong>l comisario que registraba todos<br />
los bolsillos y que no encontrando papeles que probasen su<br />
i<strong>de</strong>ntidad, hacía conducir el cuerpo a la Morgue. Y se<br />
contemplaba allí, en aquel local húmedo y sucio, pestilente a<br />
ácido fénico, y adivinaba la expresión <strong>de</strong> su rostro, alargado,<br />
amarilloso como las figuras <strong>de</strong>l Museo Grevin. Y toda aquella<br />
gente ociosa y mal vestida que <strong>de</strong>sfilaba <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> la vidriera<br />
buscando <strong>de</strong> conocer al muerto. Después, era la sorpresa <strong>de</strong> sus<br />
amigos al saber su fin; la pena profunda <strong>de</strong> <strong>La</strong>grange, que se<br />
paseaba silencioso, fumando nerviosamente, colérico <strong>de</strong> la<br />
injusticia <strong>de</strong> la suerte; el llanto sincero <strong>de</strong> Luciana; el miedo <strong>de</strong><br />
Niní, que no quería dormir sola, ni apagar la luz, creyendo ver su<br />
espectro por todas partes.<br />
Otras veces, era la i<strong>de</strong>a <strong>de</strong>l suicidio que lo perseguía, y analizaba<br />
con cuidado el género <strong>de</strong> muerto preferible, hasta verse tendido<br />
en el lecho, la cabeza <strong>de</strong>forme entre las almohadas rojas <strong>de</strong> la<br />
sangre que brotaba <strong>de</strong> su cerebro <strong>de</strong>strozado. El misterio <strong>de</strong> su<br />
muerte, las murmuraciones <strong>de</strong> las gentes: «Quién lo hubiera<br />
creído...» «Un hombre tan feliz, siempre contento, que reía<br />
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siempre...» «Rico, y con una querida tan hermosa...» Y el<br />
misterio existiría siempre, porque él no <strong>de</strong>jaría nada que pudiese<br />
revelar el hastío <strong>de</strong> su vida, la <strong>tristeza</strong> <strong>voluptuosa</strong> <strong>de</strong> su carne.<br />
Después <strong>de</strong> tomar el café, ocurriósele registrar unos viejos<br />
baúles, llenos <strong>de</strong> cachivaches y papeles <strong>de</strong> familia encerrados en<br />
largos tubos <strong>de</strong> metal, que le habían enviado <strong>de</strong> su pueblo<br />
<strong>de</strong>spués <strong>de</strong> las <strong>de</strong>sgracias acontecidas. Hizo traer los baúles al<br />
salón, y allí pasó toda la mañana, revolviendo y curioseando todo<br />
aquello, con mucha atención, <strong>de</strong>seando adivinar qué historia<br />
tendría cada objeto, y pensando que eso era todo lo que quedaba<br />
<strong>de</strong>l pasado <strong>de</strong> su familia. Pero, sobre todo, las historias que más<br />
le intrigaban conocer eran las <strong>de</strong> unas carteras <strong>de</strong> cuero, secas y<br />
porosas como ma<strong>de</strong>ra, y que contenían trenzas <strong>de</strong> diferentes<br />
cabellos, amarradas con cintas <strong>de</strong>scoloridas; algunos retratos<br />
hechos sobre vidrios ahumados, cuyas facciones se distinguían<br />
apenas al ponerlos contra el sol; medalla y crucecitas casi<br />
gastadas, con efigies <strong>de</strong> santos y <strong>de</strong> reyes. Eduardo creía ver en<br />
todo eso, remembranzas <strong>de</strong> amores y pasiones, porque sus<br />
abuelos paternos pertenecieron a una raza infatigable <strong>de</strong><br />
voluptuosos. Aquellas sucieda<strong>de</strong>s metidas en gran<strong>de</strong>s cofres, que<br />
parecían urnas, eran los restos <strong>de</strong> su familia; y sin embargo, su<br />
bisabuelo había sido un verda<strong>de</strong>ro artista, gloria <strong>de</strong> su tiempo, su<br />
abuelo combatió con Napoleón en Egipto, uno <strong>de</strong> sus tíos pasó a<br />
Sicilia, formando parte <strong>de</strong> la expedición <strong>de</strong> Los Mil, a las<br />
ór<strong>de</strong>nes <strong>de</strong> Garibaldi; otro <strong>de</strong> los hermanos <strong>de</strong> su madre, fue un<br />
sabio, naturalista y químico, que pereció en su laboratorio una<br />
tar<strong>de</strong> experimentando reactivos, y <strong>de</strong>scubriendo cuerpos simples.<br />
«He aquí la vida, pensaba; se lucha incesantemente. Por la gloria<br />
el héroe, el artista, el poeta y el sabio; los otros por el bien<br />
individual, por la fortuna, por los honores, por vivir